Por un nuevo y renovado Seminario: Formar sacerdotes según el espíritu de la Iglesia
Ignoro si las mentes más ciegas y obcecadas, si los más irreductibles de nuestros adversarios ideológicos, habrán percibido el sinfín de alternativas concretas que estamos últimamente presentando sobre la renovación diocesana que necesitamos. Infinidad de veces los Ignasis Garridos, los Jordis Morroses, ese tal Lluís, nuestro amado Quique alias Max, el tal Simpson y otros parecidos, comentaristas asiduos de nuestra página en Infocatólica, nos han querido echar en cara esa nuestra estrategia de crítica que al parecer caminaría pareja a la ausencia de propuestas. Al mismo tiempo afirman que trabajamos para la opción Sáiz. ¡Qué empedernidos, qué obtusos! ¡No nos conocen!
Pero nosotros, a pesar de todo el cerco judicial del que estamos siendo víctimas, seguimos a lo nuestro, con tranquilidad de conciencia y muy enteros. La mente clara y orientada a lo importante. Todo lo otro, también ellos, son minucia.
Hoy toca presentar nuestras líneas maestras, si no sobre la más importante, sí sobre la más trascendental de las realidades diocesanas a reformar: el ámbito concerniente a la formación de los futuros sacerdotes según las orientaciones y las directivas de la Iglesia. Y para ello definimos los cuatro puntos cardinales sobre los que deben construirse los futuros sacerdotes de nuestra diócesis: los fundamentos de la vida espiritual, el trabajo intelectual, una vida comunitaria fuerte y la apertura a las diferentes realidades del mundo y de la Iglesia. Progresivamente, un lugar también para la formación pastoral en relación con las parroquias y movimientos.
UNA FORMACIÓN POR ETAPAS.
El Seminario debe ser un tiempo para estar aparte con Cristo: para entrar en su misterio, discernir y ahondar en su llamada y descubriendo su exigencia, prepararse a su misión.
Formación espiritual
Los primeros años de Seminario, y en particular el año de propedéutica, deben proponer una verdadera iniciación a la oración personal y litúrgica, base de toda vida consagrada al Señor. Esta praxis debe conducir paulatinamente al seminarista a una auténtica vida interior. El objetivo es que los jóvenes comprendan su vocación y respondan entregándose al Amor de Dios. Sin ello, nada. ¿Realmente alguien cree que actualmente nuestros seminaristas tienen a su lado auténticos maestros espirituales? ¿Cree alguien que se les ayuda a la formación de la necesaria espiritualidad de un hombre de Dios?
Formación humana
Para salvar al mundo, Dios se ha hecho carne en Jesucristo. Es con todas las dimensiones de su humanidad, que el sacerdote es llamado a cumplir su ministerio. Necesita pues desarrollar una personalidad equilibrada, sólida, abierta a los demás. Únicamente así podrá comprometerse en un celibato consagrado en vistas a su apasionante misión.
La vida comunitaria es una dimensión esencial de la formación. El Seminario debe ser una gran familia y los seminaristas debieran repartirse, en el seno del mismo edificio, en pequeñas fraternidades de 6 a 8 seminaristas, de un año de duración, con un sacerdote acompañante, cuyo objetivo es rezar, compartir, llevar a cabo diversos servicios comunitarios y sobre todo vivir como hermanos: entrenarse en la fraternidad tan escasa hoy en el clero. El ocio y el deporte deben tener su espacio. Necesitamos formadores, en algunas áreas incluso laicos, de un gran calibre y solidez. Son imprescindibles; y nuestros seminaristas los merecen.
Formación intelectual
La misión del sacerdote es anunciar la Buena Noticia. Eso supone conocerla en su interior, profundizando la fe de la Iglesia pero teniendo bien entrenadas las armas de la razón, como reiteradamente nos recuerda Benedicto XVI. La razón es una poderosa ayuda para la fe. Y todo en estrecha relación con la vida espiritual. El trabajo intelectual es una dimensión importante de la formación del futuro sacerdote.
La Facultad de Teología de Cataluña, tal como está concebida no es el lugar idóneo para ello, ya que presenta una formación escindida de su formación espiritual, del peculiar estilo de vida del sacerdote y de su ministerio pastoral. Lo mismo que sucedía hace 60 años y que los progres de entonces imputaban a sus profesores y formadores.
La formación intelectual del seminarista no puede ser estereotipada ni homogeneizadora. Cada uno de ellos, también en el ámbito intelectual, debe ser ayudado, estimulado y acompañado de manera personal, teniendo en cuenta sus capacidades: para que cada uno pueda dar lo mejor de sí mismo y sean capaces los futuros sacerdotes que de ahí salgan, de anunciar la Verdad que libera.
Todas las materias deben ser enseñadas para permitir a los chicos el desarrollo de una fe personal y estructurada en la línea de las enseñanzas del concilio Vaticano II. Una buena parte de los profesores de la actual Facultad de Teología de Cataluña, constituyen un obstáculo insalvable para ese cometido.
Formación pastoral
El objetivo del Seminario no es formar monjes sino pastores que siguiendo a Cristo, quieran servir y dar toda su vida para la misión a la que Dios les llama. Eso supone en ellos un ardiente deseo de anunciar el Evangelio y un auténtico amor a Dios y a los hombres para poder dar respuesta a sus necesidades de hoy. Al Cura de Ars le gustaba repetir: “¡El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús!”
La formación pastoral debe hacerse progresivamente, sin prisas y desarrollando cada etapa a su tiempo y de maneras diversas: presencia en las parroquias, catequesis, actividades apostólicas durante las vacaciones, apertura a las ricas y variadas realidades de la vida de la Iglesia. Pero los seminaristas no deben pasar el fin de semana, el “finde”, únicamente y por sistema en las parroquias ni entre sus familias de origen. Deben vivir durante una buena etapa el domingo, el día litúrgico por excelencia y de la fraternidad cristiana, en la plenitud de la belleza e intensidad que únicamente el Seminario les puede dar. Sólo así trasladarán esa vivencia continuada de plenitud a sus futuras realidades pastorales. Sus compañeros de seminario son ahora su nueva y definitiva familia.
El año propedéutico, de capital importancia.
Llámese año de ingreso, de espiritualidad, o de iniciación. Lo mismo da. Lo importante es que no sea un año de preparación a los estudios, especialmente para los que vienen del mundo profesional o desde grados académicos diversos. No debe ser únicamente un año para la preparación a la metodología de los estudios eclesiásticos. Debe ser por encima de todo un año para consolidar una formación cristiana de base: enseñanza del contenido esencial de la fe; iniciación a la oración personal y litúrgica que les permita una experiencia espiritual fuerte y estructurada; un aprendizaje a la vida comunitaria; un tiempo de servicio a los más pobres; tiempo para un par de retiros intensos y los ejercicios espirituales de San Ignacio (con los reducidos de seis días del P. Vallet es suficiente) al acabar el año. Esta etapa debe otorgar una mayor libertad interior en vistas a madurar una decisión que progresivamente comprometerá toda una vida. Este año propedéutico debe ser al mismo tiempo distinto e integrado en el primer ciclo. No debe constituir un tiempo de Seminario propiamente hablando, pero sí una preparación que favorezca el discernimiento. Si éste se consolida, la formación se prolongará en el tiempo y la coherencia, poniendo las bases de una auténtica vida sacerdotal según el espíritu de la Iglesia.
Los “propedéuticos” ( en la vida monástica, “novicios”) deben compartir la vida de la comunidad (techo, comidas, servicios, liturgia, tiempos fuertes de vida comunitaria,…) pero a un ritmo particular y con actividades propias y separadas también del resto de chicos. Seria muy bueno que hacia la mitad de curso viviesen un tiempo fuerte cerca de los pobres durante unas tres semanas. Esta etapa de formación al servicio puede desarrollarse en múltiples lugares: en residencias de discapacitados (Cottolengo, p ej,), en algún asilo de religiosas junto a ancianos, o en algún centro de trabajo con marginados o excluidos sociales. Siempre en realidades de Iglesia con fuerte presencia y seguimiento de religiosos, de religiosas o laicos muy cualificados, con gran madurez humana y capacidad de acompañamiento de los chicos.
Un lugar muy importante a partir de este año, como lo es en la formación académica inglesa, lo debe tener la puesta en escena de una obra de teatro, que debe contribuir durante todo el tiempo de Seminario a la entrega de lo mejor de sí mismo, al trabajo en equipo, a la expresión oral y corporal y al sentido estético y musical.
¡No se preocupen, continuará!…
El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit