El cardenal secuestrado
Hace poco hablaba en IntereconomíaTV Paco Pepe Fernández de la Cigoña, siempre muy bien informado en asuntos eclesiásticos, sobre la esperpéntica querella (pintoresca si se la mira con alguna simpatía) contra esta página web. El análisis viró rápidamente hacia el cardenal, responsable de todo lo que se mueve en la diócesis, e inductor más que probable de la estrambótica querella.
He de confesar que me pilló desprevenido y por tanto me sorprendió el singular análisis de Paco Pepe. Dijo, claro está, que el cardenal es responsable de mantener en ejercicio al cura que presume públicamente de pagar abortos; responsable de mantener también en su parroquia al sacerdote octogenario que en sus prédicas recomienda a los fieles que no pongan la cruz a favor de la Iglesia en la declaración de la renta; que el cardenal es responsable de que sus curas y seglares más recalcitrantemente progres, organizaran en la iglesia del Pino una manifestación contra el Papa, mientras éste consagraba a unos cientos de metros de allí la basílica de la Sagrada Familia. Y responsable también, claro está, de la susodicha querella.
Pero dijo a continuación que sería un error creer que al cardenal le mueve algún género de adhesión a esas aberraciones, así como a la rendición de la diócesis en cuerpo y alma a la superior causa del nacionalismo. Nada de eso: el cardenal Martínez Sistach por sí mismo no es nacionalista, ni es abortista, ni es progresista, ni es contrario a que los fieles destinen parte de sus impuestos al sostenimiento de la iglesia, ni es tan antipapa como podrían hacer creer los que con su placet hicieron todo lo que supieron y pudieron para deslucir la visita del Papa a Barcelona. Ni siquiera es enemigo de Germinans germinabit.
Quid ergo? Si no es todo eso que tanto se esfuerza en parecer, ¿qué es nuestro cardenal? Pues según la tesis de Francisco José Fernández de la Cigoña, el cardenal es inocente de cualquiera de todas esas imputaciones. Podría ser incluso, añado yo, todo lo contrario de lo que dan que pensar esas penosas apariencias. El cardenal no es autor, ni inductor, ni tan siquiera consentidor de todo eso que se mueve a su alrededor. Él no es más que un pobre rehén de las fuerzas clericales que tienen tomada la diócesis desde el mismo momento de su entronización como arzobispo-cardenal-reinamadre de la diócesis. Él recibió en herencia una diócesis levantisca que consiguió expulsar a uno, amargar a otro y neutralizar a un tercero de sus predecesores. A él no tenía que ocurrirle lo mismo que a ellos.
Quiso por tanto ser el pacificador; pero como los clérigos levantiscos no querían la paz, para evitar la guerra tuvo que entregarles el poder y el control de la diócesis. Sistach es ante todo un posibilista eminentemente pragmático, y entendió que ésa era la fórmula única para apaciguarlos. Se rindió a ellos: al del megáfono para enardecer a las turbas clericales empeñadas en expulsar al anterior cardenal arzobispo; a la Unión sacerdotal; a la Casa de Santiago y a todos los búnkeres que se formaron en la diócesis para combatir a la jerarquía. Se rindió y se les entregó como rehén. Puso la diócesis en manos de los enemigos de su antecesor, para asegurarse de que fuesen sus amigos. Si no por amor, al menos por interés.
Y fue así como se dedicó a reinar, que no a gobernar, siguiendo el ejemplo de Carlos IV y de Fernando VII en sus tristemente célebres abdicaciones de Bayona. No dejaron de ser reyes en ningún momento, pero no reinaban para España, sino para su secuestrador. Ésa parece ser la situación de nuestro cardenal: si no estuviese bajo la coacción de sus secuestradores, se manifestaría tal cual es y gobernaría según su propio talante y según su mejor talento, de los cuales nadie tiene noticia, porque siempre ha reinado en la diócesis bajo esas fuerzas coactivas.
Pero se ha producido otro fenómeno, que en la naturaleza se llama mimetismo (el del camaleón que se confunde con la tierra que pisa o con el árbol que le cobija) y que en sociología se denomina síndrome de Estocolmo. Ha sido tanto el empeño que ha puesto Sistach en hacerse grato a sus secuestradores, que hoy es imposible distinguir entre él y ellos, de manera que hay momentos en que cualquiera diría que no hay quien le gane a nacionalista y a progresista y a antivaticanista, que son los tres caracteres en que más gustan distinguirse sus secuestradores.
Quizá sea certera y clarividente la visión que de nuestro cardenal tiene don Paco Pepe: él no es lo que parece, a pesar de que las apariencias nos lo representen con unos trazos gruesos muy definidos. No, no, él no es así; él no es ése. Nuestro cardenal actúa como actúa desde la abdicación que le han impuesto sus secuestradores en todo aquello en que parece que tiene desgobernada la diócesis, y desde la adhesión más profunda en todo lo que afecta a su síndrome de Estocolmo.
Por eso nuestros juicios sobre él, para ser justos, tendrían que ser filtrados por ese tamiz, que nos obliga a distinguir las apariencias, que son las que son, de la realidad, que sólo se nos revelará tal cual es, cuando se despoje de esas vestimentas que nos lo muestran desfigurado y manipulado.
Virtelius Temerarius