Forcades: desolados, no escandalizados
He dudado hasta el último minuto si escribir o no este artículo. No querría hablar más de Sor Teresa Forcades. Ni siquiera después del último programa del espacio “El convidat” que conduce Albert Om en TV3. Y no hubiera deseado hacerlo porque hablar de ella, por una parte provoca escándalo y por otra alimenta el marketing de su icono: la nueva Casaldáliga del progresismo catalán.
A nosotros Forcades no nos escandaliza. Hemos nacido, vivido y crecido en el mismo magma progresista del que ella nació y en el que ella se siente tan cómoda. Su vida no tiene nada de extraordinario: una chica nacida en 1966 de un padre ateo y una madre con distancia hacia la institución eclesial, alumna de un colegio de religiosas (las del Sagrado Corazón), que a los quince años conoce el Evangelio por medio de su abuela, que monta con unos colegas un grupo ecológico-pacifista por la paz y el desarme internacional, que acabado el BUP estudia medicina y que a los 30 años, llega como huésped al monasterio buscando tranquilidad para prepararse el equivalente estadounidense del MIR para la especialización médica. Al salir de allí ya manifiesta, ante el asombro de la abadesa, su deseo de ser monja. Sea como fuere, pasa de médico a ser novicia por un espacio de tres años. La acompaña en el discernimiento Sor Assumpta que conoce por su misma boca que lo del trabajo manual, en su caso la “cerámica”, no es lo suyo pues “le duele la espalda” . La maestra de novicias y la abadesa Montserrat creen que el monasterio se le quedará pequeño; pero a pesar de todo le dan el pase. En ese tiempo, ella que de joven “ya había salido con un chico” entre otras cosas, se vuelve a enamorar de otro chico. ¿Cómo lo hizo? Lo desconocemos. Quizá podía salir del monasterio. Afición debía tener cuando obtuvo el permiso, cosa insólita y extraña a la idiosincrasia monástica, para ir a ampliar estudios de Medicina a Berlín. Ahora se dedica a escribir su próximo libro sobre “medicalización”.
La vida, afirma convencida ante el baboseo mediático de toda la progresía, no importa sea corta o larga, mientras se viva entregada día a día y así tenga un sentido pleno.
Forcades, más allá de sus postulados, que podéis leer en el apartado que la web del monasterio le reserva nos causa desolación. Ella, aunque lo niega, quiere ser el póster de una nueva Iglesia, donde el mensaje más profundo del cristianismo se distinga de toda la parafernalia que según su entender, más valdría que no existiera. Sus errores teológicos son innumerables. Pero lo peor, y la culpa no recae sólo en ella, es no haber comprendido el ideal monástico benedictino. Y es hacia una concepción desviada y errónea del monacato, donde conduce la vida y la personalidad de la Forcades. Efectivamente, la vida conventual es muy angosta para ella. Lo que ella necesita es mundo, y se sirve del hábito para abrirse las puertas del mundo.
Monasterio benedictino de Notre Dame-du-Pré (Valmont-Normandía) |
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¿Para qué debe servir el monacato? Estamos condenados a no comprender nada de la vida de los monjes y monjas si de entrada no se admite que el hombre ha sido creado por Dios para la vida eterna, que consiste en la contemplación y el amor de la Santísima Trinidad. Es para salvar al hombre de la eterna ruina y conducirlo al cielo, que el Verbo se ha hecho carne y ha fundado su Iglesia. La vida de la Iglesia en la tierra debe estar toda ella dirigida a la eternidad. Durante esta peregrinación terrestre, el ideal cristiano es vivido de manera diversa según los dones del Espíritu Santo y los diferentes compromisos ante las diversas condiciones de vida en este mundo.
Ahora bien, la fuerza de la salvación y el impulso de la Iglesia hacia la eternidad, requiere que ciertos miembros vivan este ideal de manera absoluta con toda pureza y simplicidad. Los monjes y monjas deben ejercer de manera pura el culto, es decir el servicio de Dios; y su vida, lejos de estar dividida, debe estar perfectamente unificada y simplificada. Ambas cosas. Para ello es necesario un santo recogimiento que incluya un muy definido alejamiento del mundo. En ello San Benito es directo y formal cuando pide que se examine con mucho cuidado si el postulante que se presenta en el monasterio “busca verdaderamente a Dios” es decir si es un alma religiosa.
San Bernardo dice que un alma religiosa no buscará nada como Dios, nada antes que Dios, nada después de Dios, nada en lugar de Dios, nada con Dios, nada fuera de Dios. La existencia de las monjas y monjes contemplativos es necesaria para que la Iglesia tienda hacia la vida eterna y pueda conducir a los hombres. Los monjes no deben ser solamente útiles, deben ser el ejemplo exterior y la fuerza inmanente de la vida cristiana con su oración, sacrificios y penitencia. El monasterio en consecuencia es una escuela del servicio del Señor, un lugar de Paz para la restauración de las almas: debe dispensar la luz divina al conjunto de la Iglesia. No existe ni debe existir otra apertura al mundo que ésa.
Todo, absolutamente todo lo que se pudiera añadir sobre su utilidad en lo referente al apostolado, el arte litúrgico, la ciencia, la alta cultura intelectual, las obras sociales y la civilización en general, aún siendo justo y bueno, no es esencial.
Y si nos duele decir que ese queridísimo Monasterio de Sant Benet, de inveterada historia por los vericuetos a los que se ha lanzado no tiene ningún futuro, aún más nos duele pronosticar que sor Teresa Forcades acabará siendo el juguete del progresismo. Quiera Dios que no el juguete roto. La culpa no la tendría sólo ella. Recaería sobre sus formadoras y superioras. Sobre sus consejeros y sus apoyos. Y sobre los pusilánimes que no se atrevieron a decirle la verdad.
Mientras el futuro de las benedictinas del mundo entero va por otros canales, Cataluña sigue sin rumbo; y nosotros, desolados.
Prudentius de Bárcino