[RMS] 4. La Era Posconciliar. De lo que ocurría en Roma y de lo que se entendió en Barcelona

4. Requiem por la música sacra (4ª Parte)

Entonces llegó el Concilio Vaticano II. Y parecía que el mundo tenía que empezar de cero. Nunca como entonces se habló tanto de liturgia en España; nunca antes se publicaron tantas revistas, se editaron manuales, se expusieron teorías, y nunca como entonces hubo frecuentemente tanta verborrea. En casa llegó con un cierto escepticismo, ya que el único cambio que notamos fue que el sacerdote colocó una mesa de madera delante del altar, tapada con una sábana y dijo la misa de cara a nosotros y en vernácula. Incluso nos compramos la edición de los textos conciliares que publicó la BAC por aquello de hacernos los enterados y saber más del tema. Pero de nada sirvió leerse el Concilio. Lo que yo leí en aquellas páginas no tenía nada que ver con lo que se estaba llevando a cabo en los presbiterios de nuestras iglesias. De hecho considero que el Concilio Vaticano II fue algo muy positivo, ya que aportó una frescura a la Iglesia que me hizo recuperar algo de mi ilusión de pequeño. Si el Concilio se hubiese llegado a aplicar correctamente en España la Iglesia Católica en nuestras latitudes no habría llegado al borde del colapso como está ahora.

Quizá solo me atrevo a hacer una crítica al Concilio Vaticano II y es su mala aplicación. En un momento en que se debatía a sangre y dolor sobre la colegialidad y la primacía dentro de la Iglesia , todo el mundo se atrevió a opinar y a decidir. Ya fuese a través de la prensa, a través de la radio, en tertulias, en revistas de opinión, etc. De hecho las Conferencias Episcopales y los organismos provinciales obtuvieron un poder casi absoluto, llegando a friccionar con la propia autoridad pontificia. Por un instante recuerdo como si la Catolicidad explotara en mil pedazos. La voluntad del Papa era apostillada y corregida ¡por sus propios obispos y sacerdotes! Aquel “El humo del demonio se ha colado por las rendijas de la Iglesia ” de Pablo VI…

La reforma litúrgica se hizo por partes, a trozos, con empujones y no siempre la tranquilidad de espíritu que una reforma de este calibre hubiese requerido. Fue como si el tema litúrgico fuese la moneda de cambio para contentar a los renovadores, mientras se salvaban los muebles en temas de dogmática o de moral. El fruto de todo aquello fue una reforma bien planteada pero mal ejecutada y peor aceptada. Las heridas aun sangran, y de hecho me da en la nariz que las aguas no se calmaran hasta que traspase la generación que vivió el Concilio.

El Misal Romano, en sus ediciones de 1970, 1975 y 2002, no se vio complementado por un nuevo Ggradual romano que musicara completamente sus textos. Para sustituir al Graduale Romanum de 1908 vieron la luz una serie de cantorales al uso, algunos de ellos puramente experimentales, pero incompletos, que no dan respuesta a la mayoría de antífonas de entrada, ofertorios y poscomuniones.

En primer lugar está el Ordo cantus missae , con sus ediciones de 1969 y 1988, que es lo más parecido a una nueva ordenación musical del antiguo Graduale Romanum de 1908. Es un recopilatorio mucho más sencillo que el Graduale , y muchísimas de las composiciones neogregorianas de Solemnes desaparecieron. Con la criba se perdieron piezas de gran belleza musical, además de empobrecerse muchas otras. También vio la luz un nuevo Graduale Romanum que experimentaron los monjes de Solesmes, y que se editó para uso particular el año 1974; posteriormente se reeditó el año 1979 con el nombre de Graduale Triplex . No tuvo fortuna. También vio la luz el Graduale simplex , editado ca. 1975, libro concebido a finales de los cincuenta, con un pequeño repertorio musical de gregoriano para aquellas iglesias sencillas o con pocos recursos. Con la irrupción de las lenguas vernáculas en la Misa este librito desapareció, si es que alguna vez llegó a aparecer en la mayoría de diócesis. Por último está el Ordo lectionum missae , de 1981, la norma de los leccionarios, pero con los nuevos tres ciclos de lecturas frente al antiguo ciclo único, casi nunca coinciden las lecturas con su música.

En resumen, hay una profunda desconexión entre los mismos libros litúrgicos que dura hasta la actualidad. En la Pontificia Academia de Música Sacra alguien no hizo los deberes a tiempo y eso dio lugar a un vacío musical que se aprovechó para dar rienda suelta a la imaginación, muchas veces cargada de espontánea ñoñeria progre, de cada iglesia local (o nacional).

Previamente a los problemas con los libros litúrgicos, la Sagrada Congregación de Ritos había publicado la instrucción Musicam Sacram , de 1967, para desarrollar más los apartados musicales de la Sacrosanctum Concilium .

La Musicam Sacram de 1967  

La Musicam Sacram , a diferencia de las instrucciones anteriores, es bastante indefinida, casi como un parche, de manera que no se puede extraer nada consistente de ella. No quiero decir con ello que sea un mal documento, pues esconde grandes verdades, el problema es que con esta instrucción se puede justificar la uno y lo otro y lo contrario a la vez. Considérense unos puntos que expongo a continuación:

8. Siempre que pueda hacerse una selección de personas para la acción litúrgica que se celebra con canto, conviene dar preferencia a aquellas que son más competentes musicalmente, sobre todo si se trata de acciones litúrgicas más solemnes o de aquellas que exigen un canto más difícil o se transmiten por radio o televisión. Si no se puede hacer esta selección, y el sacerdote o ministro no tiene voz para cantar bien, puede recitar sin canto, pero con voz alta y clara, alguna que otra parte más difícil de las que le corresponden a él. Pero no se haga esto sólo por comodidad del sacerdote o del ministro.

 Aplicación práctica y resumida, no se da importancia a que los cantores canten bien, si los hay bien y si no… pues también. Partiendo de esta base se entiende la poca ilusión por buscar personas responsables para ejecutar la música. Esto supuso la desaparición de muchísimas escolanías, y el empobrecimiento de muchas corales. Resultado final… pobreza, pobreza y pobreza.  

9. En la selección del género de música sagrada, tanto para el grupo de cantores como para el pueblo, se tendrán en cuenta las posibilidades de los que deben cantar. La Iglesia no rechaza en las acciones litúrgicas ningún género de música sagrada, con tal que responda al espíritu de la misma acción litúrgica y a la naturaleza de cada una de sus partes y no impida la debida participación activa del pueblo.

Aplicación práctica y resumida, todo vale si se está democráticamente de acuerdo. Partiendo de la difusa “respuesta al espíritu” y con el único objetivo de la participación, todo vale, de manera que se ha abierto la puerta a todas las variedades musicales, independientemente de su buen gusto. De todas maneras no habrá nadie vigilando por la calidad de los nuevos estilos. Resultado… experimentos, vulgarización y más pobreza.

21. Procúrese, sobre todo allí donde no haya posibilidad de formar ni siquiera un coro pequeño, que haya al menos uno o dos cantores bien formados que puedan ejecutar algunos cantos más sencillos con participación del pueblo y dirigir y sostener oportunamente a los mismos fieles.

Este es el nacimiento del fatídico monitor de canto. Su función inicialmente era pedagógica. El monitor tenia que enseñar a cantar a la gente, y por eso debía saber cantar y enseñar. Pero como no importa que sepan cantar o no cantar, p or eso muchas veces nos encontramos con esos horribles monitores de cantos, que lo más bonito que se me ocurre decir es que son viejas cacatúas sordas. Y como han perdido su función pedagógica, se han enquistado en el presbiterio como un ministro más, con el puro objetivo de exibirse, porque el pueblo ya no canta ni les hace caso. Hay excepciones claro está.

62. En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles

Se abre definitivamente el coto de caza a todos los instrumentos musicales del repertorio. Esto incluye la fatídica guitarra. Este instrumento no es malo por naturaleza, de hecho los salmos están hartos de hablar del “canto de las cítaras y las harpas”. La perversidad reside en utilizar ritmos profanos y vulgares, de mal gusto y anti-religiosos, más propios de las canciones de excursión y de camping-playa que de la música sagrada.

Así podríamos seguir y seguir horas…

¿Y todo esto porqué? ¿A qué se debe semejante transformación? Pues a la pregunta de marras siempre se da una respuesta aun más de marras.

“Lo importante es que la gente cante”. Y se quedan tan anchos. Claro después de años de silencio, la ilusión era considerable. Se cayó en el extremo de poner la participación de la gente en el canto como lo primero dentro de la escala de valores. Qué se cante o si se canta bien o mal es lo de menos.

Hay una frase de cuyo autor no me acuerdo que dice que “la música sacra es demasiado importante para dejarla en manos de liturgistas y músicos”. La música sacra es lo suficientemente importante como para ser contemplada como un tema capital para la Iglesia Católica , de manera que no es una materia aislada de las demás. Todas las disciplinas eclesiásticas debieran aportar algo de su carisma. El problema es que durante esta nueva era postconciliar, incluso para muchos liturgistas, la música solo fue un mero adorno, un mero complemento ornamental, aislado de más significación.

Aislada la música sagrada se ha ido empobreciendo, fenómeno paralelo al empobrecimiento litúrgico, el cual en última instancia es tributario de la tendenciosa interpretación hacia la desespiritualización que del Concilio se ha hecho en nuestras diócesis.

La música se convirtió en un objeto de laboratorio. Dejó de ser la expresión del sentimiento religioso para convertirse en un artefacto al servicio de la pastoral. Se quiso convertir la música en un producto de marketing, y a través de ella vender todos los nuevos productos que los huracanados vientos del Vaticano II proponían.

En cierta manera la música se envileció. Hasta el momento la música se había utilizado para dignificar aun más la palabra de Dios y de la Iglesia , de manera que la música, aunque sometida a la Palabra, se dignificaba en tanto que estaba al servicio de la Palabra de Dios, el servicio dignificaba al servidor. Ahora es al contrario. Se barrió la palabra de Dios de las letras musicales, y se substituyó, demasiadas veces, por consignas políticas y sociológicas que dejan mucho que desear. La música ha dejado de servir a Dios para servir los intereses de los músicos y los liturgistas. Lógicamente el cambio ha sido terrible.

“El hombre de hoy, moderno” gran mantra que no paran de repetir los adalides de la nueva liturgia hasta la extenuación. Ese hombre para el que han banalizado y simplificado todo acto litúrgico, todo para poder llegar a ese hombre de hoy, que consideran simple y volátil. Pero en el fondo este pensamiento es bastante cruel. La idea de Jesús no era simplificarse para llegar a los sencillos sino que los sencillos se perfeccionaran con el contacto de Jesús. Con la música ha pasado lo contrario. La pastoral litúrgica moderna ha presupuesto que el hombre es incapaz de salir de sus miserias y simplicidades, y en vez de mostrarle el camino real de perfección y esfuerzo, se conforman con darle migajas para satisfacer su necesidad inmediata. En el fondo la pastoral litúrgica moderna desprecia al hombre moderno y con una arrogancia que estremece se cree superior a él y solo le da tonterías. Tratar a la gente con sencillez no es concebirlo como incapaz de nada elaborado.

Si se me permite un pequeño desliz protestante, hay una frase que se atribuye a Martín Lutero que dice que “los milagros que entran por la vista son mucho más pequeños que los que entran por el oído”.

Aun leo hoy en día, y no dejo de sorprenderme, cuando la Sacrosanctum Concilium dice “ La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas” (SC 6, 116). Nunca como ahora el gregoriano ha desaparecido de las iglesias.

O cuando dice “Foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas […] resuenen las voces de los fieles” (SC 6, 118). Nunca como ahora han desaparecido tantos ejercicios piadosos, hasta el punto que la propia Liturgia de las Horas se ha desterrado de las iglesias. Díganme si esto no es humor negro, y del bueno…

¿Sobre quien ha de recaer el mea culpa ? Ahora eso ya da igual. El mal ya está hecho. ¿La solución? ¡Que se cumplan las prescripciones del Vaticano II ya! Que se reimplanten las escolanías en las iglesias, que se forme mejor a los seminaristas en el canto, que se pare los pies a mas de un monitor de cantos, que no se deje este servicio a manos de cualquiera… ¿A nadie se le ha ocurrido hacer una acampada de indignados para clausurar el CPL? Con tanta mediocridad, encima tenemos que cantar…

M.B.P.