Barcelona: Una solución urgente
Son innumerables las ocasiones en las que amigos sacerdotes o laicos no catalanes, ajenos a nuestra realidad diocesana, se muestran interesados por el devenir de nuestra Iglesia barcelonesa. Nos interrogan sobre la razón de todo. Sobre el alcance de esta profunda crisis eclesial que se prolonga ya demasiado y por las perspectivas de solución que pueden plantearse.
En la mayoría de los casos quedan admirados por la situación catastrófica en la que estamos. Les digo: “Aquí estamos aún en la etapa sesentayochera”. Se impresionan porque la liturgia es celebrada a menudo en muchos lugares sin los ornamentos prescritos. ¡Si fuese sólo eso! Les cuesta más llegar a descubrir como en la Facultad de Teología muchos alumnos tienen la impresión que la teología y la moral no son verdaderamente católicas. Cómo tenemos un Seminario sin ni siquiera dos docenas de seminaristas y cómo al mismo tiempo muchas vocaciones o se pierden o son enviadas por sus párrocos a centros de formación de probada rectitud y conformidad con el espíritu y la voluntad de la Iglesia, pero fuera de Cataluña.
“Nos falta un padre” les digo, y a veces no nos entienden. Les explico como el pontificado de Juan Pablo II, y estas son palabras y pensamientos del obispo Carrera, ha dejado pocas huellas en nuestra diócesis. Cómo el carisma de ese gran papa que desbordó en la Iglesia los esquemas escleróticos de la ideología progresista eclesial aquí se encontró con un muro. Sólo una pequeña parte del clero, los más jóvenes, se sintieron interpelados por el “terremoto Woytila” y fue receptivo a las palabras y al estilo del papa polaco. Aquí, a la inmensa mayoría de los fieles se les privó de la oportunidad de recibir a Juan Pablo II como el atleta de la Fe que fue. Se impidió que pudieran apreciar su valentía en una época en la que nadie tenía la audacia de hablar claramente, con verdad. Los grandes de este mundo se ocupaban de su carrera, un vicio que se constataba y aún se constata en los hombres de Iglesia. La manera de ser y de comportarse de muchos de nuestros sacerdotes y obispos no ayuda a la gente a elevarse hasta el Cielo.
Nos falta, les digo un cardenal de Barcelona valiente. Ciertamente Cataluña es una tierra donde el laicismo y la secularización han hecho más estragos, pero sus raíces son esencialmente cristianas y la mayoría espera mucho del cristianismo. Nos hacen falta pastores que den apoyo, insuflen y sostengan esa gran esperanza de la buena gente. Sacerdotes, pero especialmente obispos que pidan a Cataluña despertarse, levantarse, y especialmente al pueblo cristiano, recordar y recuperar sus fundamentos cristianos.
En las diócesis, hacen falta obispos cercanos al pueblo, que estén en las antípodas del burócrata y eclesiástico que no toca con los pies en el suelo.
Estamos además en una época en la que, en el interior de la Iglesia, debemos defender las verdades y los misterios esenciales de la Fe. Pero quizá por encima de todos esos misterios uno que muchos han olvidado: la divinidad de la Iglesia. Incluso cuando en muchas circunstancias cuesta comprenderlo, la Iglesia es divina.
Nos puede parecer cosa de locos aquella escena en la que Jesucristo invita a Pedro a caminar sobre las aguas hacia Él. Pero es lo que necesitamos: caminar sobre las aguas turbulentas de este mundo. Es lo que Cristo nos pide, les explico. No podemos dejar de creer en la divinidad de la Iglesia porque las cosas estén como estén. Si usamos estrategias y argucias humanas para salvarla, como hacen tantos, buscando el beneplácito de la sociedad, demostramos que creemos bien poco en su divinidad.
Creo que la elección de Benedicto XVI es la prueba más clara que la Iglesia posee en ella misma los medios no solamente de su vida, sino de su regeneración. ¡Hombres de fe!, eso es lo que necesitamos. Como Juan Pablo II y Benedicto XVI. No debemos confiar en nuestras fuerzas personales ni creernos salvadores de la Iglesia, ni indispensables. Debemos colocarnos como pequeños servidores de la Iglesia. Sólo Cristo guía su Iglesia y asegura su perennidad y lo único que tenemos que hacer es corresponder a lo que nos pide realizar.
Muchos amigos se asombran cuando les hablo del sentido profundamente religioso de nosotros, los catalanes. Hablan sí, de laboriosidad, de espíritu de ahorro, del alma comerciante del catalán. De profundo misticismo les hablo yo. Por eso en muchos momentos de la historia nos hemos significado por el impulso juvenil a tantas iniciativas de Iglesia. Empezando por las órdenes religiosas aquí fundadas, pasando por los movimientos de apostolado o las antaño ejemplares instituciones formativas aquí nacidas.
Pero necesitamos la protección de miembros ejemplares de la jerarquía. Reitero, ejemplares. Somos profundamente pragmáticos. No valen teorías, necesitamos ejemplos. Tampoco valen ni añoranzas del pasado ni nostálgicos. En una sociedad profundamente moderna y funcional no conseguiremos conversiones y retorno de familias a la fe sólo a partir de lo estético o lo histórico. Es necesario tocar el corazón de las personas alejadas y quebrar nuestros prejuicios para llevar a cabo esa obra. Y para eso necesitamos buenos pastores a la cabeza.
Desgraciadamente nos falta un Seminario y una Facultad que nos proporcione la cantidad y la calidad humana e intelectual de los sacerdotes que necesitamos.
Quizás estas son las mayores prioridades. Este es el principio y fundamento del porvenir. La divisa y el programa del futuro. ¿Lo verán nuestros ojos? ¿O contemplaremos la Cataluña fantasma del siglo XXI?
Prudentius de Bárcino