Cuyás es amigo de Manent, pero lo retrata de maravilla
Maléfica mingens et curiosa multiloquax!
La Telefónica tendría que tener una deferencia con Albert Manent porque debe ser el particular de Cataluña que a final de mes recibe de la compañía la factura más larga. Para meterla en el sobre deben pagar a alguien que domine la papiroflexia.
Manent lo sabe todo sobre el país: la nube que en este mismo instante pasa sobre el pueblo de Batea, la poesía que está escribiendo aquel poeta, quien se esconde bajo un determinado seudónimo, de quien hace falta empezar a preparar la necrológica, que efemérides se celebra mañana, quien ha tenido una canita al aire y con quién… A veces da miedo. Y como no puede estar en Batea, en Barcelona y en Palma al mismo tiempo, Manent coge el teléfono y pregunta. A mí me llama frecuentemente, pero en un homenaje que le hicieron en el Ateneo Barcelonés descubrí que hay otros a los que llama más a menudo. En aquel mismo acto supe que Manent acababa de sufrir una operación, y por deferencia y pensando en su pensión, el día después lo llamé yo. Como hablando nos dieron las tantas le dije: ¿Sabe señor Manent? ¡Ya pasaré a verle personalmente!
El lunes de la semana pasada nos encontramos en su séptimo piso de la parte alta de la avenida República Argentina. Entonces no sabíamos que ocho días más tarde recibiría el “Premi d´Honor de les Lletres Catalanes”.
Manent que es un poco encorsetado y trata a la gente con un “Vos” que pone al interlocutor a siete kilómetros de distancia, parece antipático. Lo es con la gente que no le acaba de gustar, sobre la que proyecta juicios rabiosos como un ungüento de eucalipto de aquellos que lo curan todo. Con otros, ese “vos” llega a ser una figura de proximidad o de ironía. Al cabo de una hora y media de charla, Manent sugirió que debíamos vernos otro día. ¡Claro que sí! Nuestra conversación sólo fue como el índice de alguno de sus libros. Todo planteado, todo con ganas de ser leído pero nada desarrollado. Él dice que es un “noucentista”. Usted perdone, es un enciclopedista del XVIII. No quisiera ofender sus creencias, pero al bajar por el ascensor me pareció que aquel Voltaire más cáustico y analítico, me miraba desde el espejo con aquella sonrisa con que le retratan.
(“ALBERT MANENT” artículo de Manuel Cuyàs a “El Punt” del 31 de marzo de 2011)