Porqué necesitamos (que la) Democracia (sea) Cristiana y no partidos católicos (y III)
Abrumado por la historia contemporánea española, el catolicismo español adolece, en demasiadas ocasiones y con excepciones honrosas afortunadamente cada vez más frecuentes, de la serenidad y perspectiva suficientes para reconocer que la Democracia constitucional parlamentaria liberal occidental es un fruto de la civilización cristiana.
La Unión Europea es un producto católico fruto de unos padres fundadores, algunos con causa de beatificación abierta como Schuman o De Gasperi, que actualizaron para el siglo XX lo que significaba la antigua Cristiandad Europea.
Unidos por el substrato de una civilización común cristiana, los padres fundadores europeos superaron los reduccionismos empobrecedores a que nos había supeditado la expansión de unas teorías del Estado-Nación que desde el Renacimiento se desarrollaban no siempre de una manera cristiana. Por ello es una injusticia y una tergiversación que el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa de la Unión Europea (2004) no quisiera reconocer esta realidad.
La Ilustración es hija del cristianismo y parte substancial de su civilización, especialmente por sus esfuerzos para focalizar en el individuo, en coherencia con la lógica del Evangelio, los derechos y deberes formulados por los padres del orden social cristiano en épocas anteriores. Por ello es una injusticia y una tergiversación que se nos presente unilateralmente la Ilustración como un movimiento nacido como para emanciparse de la religión.
El Estado liberal constitucional parlamentario y democrático es un producto de una sociedad muy cristianizada en tanto que es una forma política que trata de articular esos derechos y deberes formulados por los padres del orden social cristiano en épocas anteriores con la importancia que da la Ilustración al individuo. Por ello es una injusticia y una tergiversación que se nos presente al Estado liberal como una forma que rompe con la anterior cultura política del catolicismo europeo.
El filósofo italiano Marcello Pera ha afirmado en su extraordinario Perché dobbiano dirci cristiani. Il Liberalismo, l’Europa, L’Etica (2008) que “el hecho que Europa hoy no tenga alma no es porque no haya tenido una, sino porque rechaza aquella que su historia le ha dado”, y que es el Cristianismo. A mi modo de entender, esta afirmación es aplicable a la Ilustración , al liberalismo político antes mencionado e incluso a la intensa preocupación social de nuestros estados y sociedad contemporáneos. Así mientras el Magreb, con los ladridos de sus revoluciones, reclama para sí las migajas que caen de la Civilización Occidental , la orgullosa Europa es incapaz de reconocer Aquello (Aquel) que la ha instalado en la mesa que ocupa.
El cristianismo no ha sido una perdida de tiempo en el camino de perfección de la civilización europea en los últimos 2000 años. Justo lo contrario. Entre aquellos que, por soberbia intelectual, se emancipan de ello para convencernos que la Civilización Occidental es fruto únicamente de la razón humana en evolución; y aquellos otros, que viendo los frutos amargos de dicha apostasía (del marginar a Dios), se retraen y enrocan en el recelo a toda variación; se presenta el espacio donde, en mi modesta opinión, tenemos que situarnos.
Entre el recelo a unos partidos demócrata cristianos que en demasiadas ocasiones se emancipan de los preceptos cristianos; y de partidos católicos que quedaría enfangados en el día a día y lo mucho de opinable que hay en la política, aparece la Democracia Cristiana que necesitamos: una actitud prepolítica, mucho más que el partido X o Y.
Ser demócrata cristiano es reconocer la paternidad cristiana de nuestras democracias y sostener todo lo cristiano que aún hoy hay en ellas. Si en otras épocas era de suma importancia que el Soberano fuera un buen cristiano para un buen gobierno, hoy se hace imprescindible que lo sea la Demos , de manera que si el cristianismo es lo que perfecciona realmente a la Persona , también lo hará con la Democracia.
Guilhem de Maiança