El totalitarismo intelectual
Existe una pregunta que es necesario nos pongamos cada uno de nosotros. No nace de una retórica vaga o de un snobismo superficial, sino que forma parte de los fundamentos primeros de nuestra fe cristiana: ¿creemos en la libertad? Sí, sí, es muy posible que una buena parte de nosotros conozca la definición ya dada por Aristóteles y mil veces repetida y enseñada por Santo Tomás: “facultas (vis) electiva mediorum in bono servato ordine finis” (facultad de elección de los medios para el bien respetando el orden del fin). Confesamos que sin ella nada es posible, ni el pecado ni el acto meritorio, ni siquiera la salvación, porque la gracia no anula ni la naturaleza ni la libertad. Pero, ¿creemos en su valor? ¿Apreciamos las expresiones de libertad, especialmente aquellas en el terreno del debate de las ideas?
Nosotros tenemos la impresión que en la escena política, religiosa, cultural y mediática muchos tienden a querer que todo se desarrolle según sus pautas de verdad. Sucede desde los medios que detentan el poder. Pero no sólo…
Todo el que sea refractario a un discurso totalitario en tantas materias que, fuera de las definiciones de fe y la adhesión al magisterio de la Iglesia, son de libre discusión, son desacreditados. Todo lo que contradice la ideología dominante de un grupo es condenado al silencio. Esto es el totalitarismo intelectual. Practicando la amalgama, el proceso de intenciones y la caza de brujas, esta mecánica totalitaria constituye un obstáculo a todo verdadero debate sobre las cuestiones que comprometen el futuro. Y Germinans nació por y para eso.
Desgraciadamente el progresismo eclesial que constituye nuestro principal adversario ideológico, pronto nos tildó de “integristas, reaccionarios y fachas”. Jamás lo hizo el obispo Carrera, aunque no estuviera de acuerdo quizá ni con nuestros métodos ni con nuestra pertinaz determinación. Él y los poquitos inteligentes que aún les quedan al nacional-progresismo supieron hacer “distinguos” más rigurosos y precisos.
Por el otro flanco, el integrismo y la reacción más dura, intentó adherírsenos indiscriminadamente, queriéndose asir a nosotros como a clavo ardiendo.
A unos y a otros debemos afirmarles que Germinans y cada uno de sus miembros no somos lo que ellos creen.
En lo eclesial no somos integristas y en lo político no somos reaccionarios. No somos ni tan mayores ni tan jóvenes como para serlo. Formamos parte de la generación nacidos en los 60 y 70. Somos hijos de nuestro tiempo, tenemos aquel juicio que no nace sólo de la erudición sino del contraste con la experiencia y la realidad. ¡Pisamos con los pies en el suelo y siempre hemos sido posibilistas! El idealismo “mondo y lirondo”, sin contraste, sin contrapunto, sin matices, produce efectos muy nocivos. Como lo es el exceso de pragmatismo.
Nunca hemos querido tener enemigos irreconciliables. Siempre hemos querido tender lazos a todos los flancos. No podremos construir nada del reino de Dios en nuestra tierra sin manos tendidas dispuestas al diálogo. Y seguimos haciendo la propuesta. Será imprescindible para el futuro.
Permitidme utilizad un símil que quizá sea clarificador. Cuando un bombo, un clarinete, un violín y un piano se encuentran, a simple vista puede parecer que están condenados a no entenderse. Son tantas las diferencias: ¡percusión, viento y cuerda juntos! Pero siempre hay un director, al que todos tildan de loco que descubre que hay una partitura que los puede unir. E interviene y hace sentir enérgico sus golpes de batuta. Todos, con humildad, incluso el director, tienen una misión única: someterse a la partitura e interpretar la sinfonía. ¿Seremos capaces nosotros de hacerlo? ¿Encontraremos director para tantos y tan variados instrumentos? Esa búsqueda requiere sinceridad, honradez, integridad y libertad…
Prudentius de Bárcino