Y vinieron de toda España

En mi artículo del pasado 5 de octubre solicitaba que vinieran católicos de toda España a recibir al Papa en su visita a Barcelona. Recalcaba que un fracaso en la acogida al Santo Padre iba a ser interpretado como un fracaso de la Iglesia y del Papa. No nos habéis fallado. Especialmente los más jóvenes. El sábado por la noche en el increíble recibimiento a Benedicto XVI en una Plaza de la Catedral atiborrada, que obligó al Romano Pontífice a saludar desde el balcón del Palacio episcopal. Única concesión fuera de programa en un periplo absolutamente milimetrado. También fue especialmente importante la presencia de jóvenes y familias venidas de fuera de Cataluña por todo el itinerario del Papamóvil. Se ha recogido en muchos medios de comunicación que hubo mucho menos público del esperado. Algunos habían vaticinado que habría 400.000 personas. De hecho fueron 250.000. En primer lugar, debo hacer hincapié en que 250.000 personas a las nueve de la mañana de un domingo son ya mucha gente. Solo para ver pasar al Papa en un fugaz instante.

Además, tal como estaba concebida la dedicación de la Sagrada Familia en el interior de un templo, invitaba a los que no tenían entrada (ni en el interior, ni en el exterior) a seguir la ceremonia por televisión. No fue así y por ello las calles de Barcelona vieron a un público entusiasta, mayoritariamente joven (que cantaba con brío "Esta es, esta es, esta es la juventud del Papa") y que engalanó el recorrido especialmente con banderas vaticanas y españolas. Este es un hecho incontestable y así ha sido señalado hasta en el mismo portal de Llisterri. Fue especialmente nutrida la presencia del movimiento neocatecumenal, con Kiko Argüello la cabeza, envuelto en un aparatoso abrigo de piel negro. Durante el recorrido se pudieron ver comunidades venidas de Castellón, Bilbao, Zaragoza, Tarazona, Tudela, Valladolid, Valencia, etc. Importantes fueron también los viajes programados desde distintas diócesis, debiendo destacar por su importante presencia a nuestros hermanos aragoneses y valencianos. Todos vinieron haciendo un gran esfuerzo, muchos de ellos saliendo la misma noche y pasando el domingo, casi sin haber dormido. Debemos agradecerles el éxito a esas 250.000 personas que aclamaron al Papa mientras pasaba por las calles barcelonesas. Sin su presencia hoy hablaríamos de un verdadero fracaso del Papa y de la Iglesia.

También fue un verdadero éxito la ceremonia de dedicación del templo. Tuve la inmensa fortuna de presenciarla in situ y debo reconocerles que nunca se me habían hecho tan cortas tres horas de celebración. El extremo cuidado de la liturgia (en especial en el rito de consagración de la basílica); la belleza de los cantos (debo destacar la impresionante interpretación del Panis Angelicus); el recogimiento de los fieles y la imponente monumentalidad del recinto (un Parque Guell y una Pedrera dedicados a Dios) me produjeron un gozo y una satisfacción inmensa. No me duelen prendas en afirmar también que la organización del acto fue perfecta, tanto en seguridad (sin que las inevitables colas fueran molestas) como en la difusión mediante pantallas de televisión. Las cincuenta y dos columnas impedían que se siguiera el acto por muchos de los congregados. La ubicación de un reproductor de televisión en todas y cada una de las columnas permitió que nadie se perdiera ni un detalle de la ceremonia. Ni tan siquiera el sorprendente hecho de que el Rey no comulgara y la Reina sí. O la descuidada facha del provecto rector de la Sagrada Familia , al que se le adivinaba una camisa de cuadros, debajo de los ornamentos, mientras procedía al rito de la aspersión, en contraste con los impecables clergymans de los cuatro vicarios episcopales.

Ha sido un indudable triunfo del Papa Benedicto XVI. Él ha congregado a todas estas multitudes y ellas se han acercado solo a él. La belleza y ortodoxia de la ceremonia se deben también a su inmensa pasión por la liturgia ortodoxa y a la tremenda labor que viene realizando su maestro de ceremonias Guido Marini. Y también ha sido un éxito de nuestro cardenal. ¡Ya era hora! No hay nada que me haga más feliz que poder expresar esta auténtica alegría. No solo ha visto con quien ha podido contar (las parroquias germinantes fueron quienes llenaron los exteriores de la Sagrada Familia, solo hace falta que repase las invitaciones) sino que merced a su política equilibrista ha conseguido convertir a la romanidad a muchos que, cuanto menos, se declaraban escépticos. Después de esta visita hay muchos más papistas en Cataluña. Clérigos y laicos. Pude ver a más de un sacerdote en la Sagrada Familia que se había negado a acudir a celebrar con Juan Pablo II. Eso sí, los curas mayores iban con su indumentaria camisera y los curas jóvenes con clergyman e incluso con traje talar. Realmente sintomático. Y los medios de comunicación también. Un suceso que nadie se podría creer hace unos años. Ello estará marcado ya por siempre en el haber de Sistach: la conversión al papismo de muchos sacerdotes y periodistas religiosos. Incluso los hay más papistas que el Papa. Como Oriol Domingo que llega a justificar las declaraciones del Santo Padre en el vuelo a Santiago de Compostela, comparando el anticlericalismo actual con el de los años 30. O Francesc Romeu que, según me cuentan quienes vieron la retransmisión por TV3, va camino del fanatismo romano. Fanatismo tan propio de conversos.

Se han conjuntado una serie de hechos (la figura de Benedicto XVI, la política equilibrista de Sistach, la presencia de visitantes de toda España y el vigor de las parroquias germinantes) que han propiciado el éxito del viaje papal. Incluso la absoluta ausencia de Turull en todos los actos (ni estuvo en el aeropuerto, ni el Nen Deu , ni en el rito de la aspersión) ha sido otro factor que ha favorecido la buena culminación de la visita. Parece que lo escondían de Roma, donde ya es famoso por su protesta megáfono en mano. A todos los que han contribuido debemos felicitarles. Luego queda el folklore del "yo no te espero" y la triste colaboración de Mossèn Tano Casacuberta a un acto de protesta. Han quedado retratados tanto en su mala educación como en su nula incidencia en el viaje. Los cristianos de base no estaban en la Basílica del Pi, sino en las calles de Barcelona.

Oriolt