Capítulo 3 º: Sobre la relación Iglesia-Absolutismo. Los jesuitas franceses ¿constructores del absolutismo sagrado?
1-Si al jansenismo se le imputa el desmantelamiento conceptual del absolutismo sagrado, ¿fueron sus enemigos más acérrimos, los jesuitas, los constructores conceptuales del absolutismo monárquico sagrado?
La tesis
Dale K. Van Kley profesor de historia del Calvin College de Michigan (EE.UU.) publicó en 1996 un impactante, dilatado y sugerente estudio The Religious origins of the French Revolution: From Calvin to the Civil Constitution, 1560-1791 . (Yale University). Su tesis se basa en afirmar que las raíces ideológicas que desmantelaron conceptualmente el absolutismo monárquico sagrado de los Borbones franceses hunden sus raíces en el jansenismo francés.
La tesis uniría el pensamiento político de los Hugonotes o calvinistas franceses –congregacionalistas y anticentralistas- con la teoría política que tendría el que seria su cripto-heredero en el interior del campo católico: el jansenismo. La continuidad y semejanzas entre Hugonotes y Jansenismo, no solo afectaría entonces a lo dogmático (la Teología de la Salvación y de la Gracia), moral (rigorismo) y eclesiológico (anticentralismo pastoral, antipapismo) sino también al pensamiento político (anticentralismo político).
La tesis es sugerente pues uniría el antiabsolutismo y el nacimiento de una cultura política liberal con lo más parecido a la Reforma en el interior mismo de un país católico como Francia. Esta filiación también ha sido utilizada para el campo económico, no aquí en Dale Van Kley. Copiando y pegando la tesis de Max Weber sobre los orígenes protestantes del capitalismo, también ha habido quien ha vinculado jansenismo y para-jansenismo con la aparición de la burguesía capitalista en los países católicos. Era una de las tesis del profesor vilmente asesinado Ernest Lluch (1937-2000) para explicar el temprano despertar económico de Cataluña con respecto al del resto del país.
Todas estas filiaciones tienen un presupuesto o axioma previo y común: del catolicismo no puede venir otra cosa que el absolutismo –el enemigo de la libertad- y el atraso económico.
Como es suficientemente conocido los jansenistas eran enemigos acérrimos de los jesuitas. Para los primeros, la Compañía de Jesús, la Orden de San Ignacio de Loyola, era un ejército de profesores y tratadistas que rebatían la doctrina jansenista sobre la Gracia y la minimización del papel de las buenas obras para la Salvación (la famosa controversia con el molinismo jesuítico); que servían y obedecían al Papa antes que a los Príncipes; y que difundían una moral laxa (eren acusados de no culpabilizar suficientemente a sus penitentes) y una piedad bobalicona centrada en las peregrinaciones y la devoción a las reliquias y los santos, y mas tarde a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Una milicia de sacerdotes que engatusaban al pueblo llano en las misiones populares o a los estudiantes en los colegios y facultades.
Si al jansenismo se le imputa el desmantelamiento conceptual del absolutismo sagrado, ¿fueron sus enemigos más acérrimos, los jesuitas, los constructores conceptuales del absolutismo monárquico sagrado?
2-¿Durante los orígenes, expansión y culminación del siglo del absolutismo, la influencia del catolicismo romano fue incontestada e incontestable en la Francia católica?
Cornelius Jansen |
El jansenismo es una vivencia espiritual heterodoxa experimentada por seglares, sacerdotes y religiosos católicos en el seno del catolicismo mismo y que, por lo general, no cristalizó nunca en un cisma externo. Pese a ello su influencia fue notable en la manera en como vivir y entender el catolicismo provocando la existencia de un sentir eclesial que pretendía ser hegemónico y sobreponerse a sus contrarios, a los que en Francia se llamarían dévots (devoto) o ortodoxo.
Jean du Vergier de Hauranne (1581–1643), conocido como l’ abbé de Saint-Cyran, introduce en Francia las doctrinas de su amigo y antiguo compañero de estudios en la Universidad de Lovaina el neerlandés Cornelius Jansen (1585-1638). Jansen, obispo de Yprés (Bélgica), era discípulo de Jacques Janson en Lovaina, seguidor a su vez de quien había sido también profesor de la misma universidad, Michel de Bay (Bayus) (1513-1589).
Bayus, influido por el calvinismo, había extraído conclusiones sobre la doctrina de la justificación y la Gracia que habían sido contestadas como contrarias al Magisterio de la Iglesia por San Pío V en 1567. Bayus acabó retractándose.
El abbé de Saint Cyran, convierte el monasterio de Port-Royal, de donde fue director espiritual desde 1635, en centro difusor de las doctrinas jansenistas en Francia. Muerto su antiguo amigo Bérulle –del parti dévot -, Saint Cyran se convierte de forma paralela en referente de un amplio sector del partido anticentralista que desde el Parlamento de París se opone a la política proto-absolutista de Richelieu que pretende acrecentar el poder de la monarquía en detrimento de los catorce parlamentos regionales de la nación gala.
Saint Cyran encarcelado por Richelieu de 1638 a 1643 se convierte en un símbolo de religioso perseguido. Poco a poco causa jansenista y causa parlamentarista (en el sentido no actual del término, sino en cámara triestamental) se van uniendo.
Muerto Saint Cyran, el doctor de la Sorbona Antoine Arnauld (+1694) se convierte en nuevo referente para un jansenismo cada vez más presente sobretodo entre las cada vez más amplias clases altas y medias burguesas urbanas del país. Arnauld defiende la obra de Cornelius Jansen - compendiada en su tratado Augustinus (1640)- y ataca a los jesuitas por defender la Comunión frecuente y una Teología moral laxista. Roma contesta y promulga dos bulas (1642 y 1653) donde se perfilan los puntos del jansenismo contrarios al Magisterio.
Temeroso que las causas del jansenismo y del Parlamento de París se unan y alimenten para atar en corto a la Monarquía, Luís XIV obliga al clero francés en 1661 a firmar un formulario antijansenista que recoge los argumentos papales. El Monarca utiliza la coerción para atacar un tema que necesitaba ser abordado con devoción, humildad, predicación y firmeza de convicción. En vez de atajar el problema, lo complica. Tampoco no se puede olvidar que toda una Guerra Civil, la Fronda (1648-1653), por poco hace caer al joven rey delante de una nobleza y parlamentos regionales levantiscos y orgullosos de sus libertades acabando con un incipiente absolutismo. Revuelta que, en versión inglesa, gana allí sí la nobleza. Carlos I de Inglaterra deja la cabeza en ello en 1649 en un cadalso montado en el castillo del Windsor.
El P. Pasquier Quesnel (1634-1719), muerto su maestro Arnauld, se convierte en nuevo referente doctrinal del jansenismo francés para el siglo que empieza, el XVIII. Roma analiza mediante una bula los contendidos contrarios al Magisterio que contiene sus Réflexions morales sur le Nouveau Testament (1708).
Monasterio cisterciense femenino de Port-Royal des Champs |
La controversia teológica pone en el mismo bando a Roma y Luís XIV, temerosos, respectivamente, que el jansenismo se convierta en un para-protestantismo-calvinista y en un movimiento legitimador del anticentralismo político favorable a las tesis de los parlamentos regionales que no quieren perder competencias y facultades. Luís XIV hace demoler Port-Royal (1710) y promulgar (1714) en Francia la bula antijansenista Unigenitus que refuta las tesis de Quesnel. Nuevamente se actúa torpemente por parte de la Corona.
La controversia se politiza. Para los jansenistas, los jesuitas y obispos partidarios son siervos agazapados a las faldas de un Luís XIV protector que los utiliza para legitimarse. Pese a ello, en 1717 una treintena de obispos –incluido el cardenal de París- y cerca de 3.000 eclesiásticos se manifiestan por escrito contra la bula Unigenitus . Serán llamados los appelants (recurrentes).
Aunque la controversia política (centralismo vs. parlamentarismo regional) se mezcla con la religiosa (antijansenismo vs. jansenismo) los debates no son idénticos aunque muchos lo vivan así. Finalmente muchos appelants se retractan gracias a la labor pedagógica de muchos prelados, profesores y predicadores. Finalmente incluso el cardenal de París de 1695 a 1729 Louis-Antoine Noailles se retracta. Pese a ello, la politización del jansenismo por parte del Parlamento de París y del antijansenismo por parte de la Monarquía no cesa.
El cardenal André-Hercule Fleury, nuevo primer ministro de Luís XV, promulga la bula Unigenitus como ley de Estado en 1730. La medida torpe y obtusa insulta la inteligencia incluso de sus contemporáneos. Una controversia religiosa y por tanto de Fe es abordada con instrumentos equivocados, convencidos que mediante una simple norma jurídica se convencerá a toda una vivencia espiritual, el jansenismo.
Vana ilusión, su fuerza se mantiene viva especialmente entre un sector de la noblesse de robe , burguesía y profesionales liberales urbanos de una creciente clase media francesa y de los eclesiásticos vinculados a ellos por lazos familiares o de amistad. Muchos de dichos letrados son diputados o asesores de los parlamentos regionales. Coinciden frecuentemente el Jansenismo con los magistrados (familias enteras) relacionados activamente con dicho mundo parlamentario, judicial y de finanzas públicas regionales.
La torpe actuación monárquica hace que dichos ambientes se sientan mártires de una doble persecución religiosa y política. Se sienten atacados en la conciencia y hostigados en lo político por un absolutismo monárquico y una corte versallesca cada vez más malgastadora y frívola que les va quitando espacio vital. Tradicionalismo parlamentarista resistente y puritanismo religioso se combinan en la Francia del siglo XVIII.
El jansenismo en Francia tendrá su propio medio de comunicación periódico, el semanario Les Nouvelles ecclésiastiques (1728-1803), fundado y dirigido por el sacerdote católico jansenista Alexis Désessarts. Anónimo, se reparte clandestinamente por el país con una tirada que llega a los 6.000 ejemplares. El semanario trata temas doctrinales, sostiene y apoya a los jansenistas y appelants atacados por el poder real o por algunos obispos y fustiga por todos los medios a jesuitas y sus partidarios, obispos incluidos. A si mismo, participa de la sensibilidad espiritual del jansenismo, un elitismo religioso clasista en la mayoría de los casos, y se mofará de buena parte de la piedad popular católica, en especial del la devoción al Sagrado Corazón, impulsada con especial implicación por parte de sus contradictores, los jesuitas. El abbé Mouton, director de la publicación Les Nouvelles ecclésiastiques al irrumpir la Revolución, dará apoyó incondicional a la Constitución civil del Clero, cuyo objetivo era reorganizar en profundidad la Iglesia de Francia, transformando a los sacerdotes católicos parroquiales en una especie de funcionarios públicos eclesiásticos.
3-¿Tiranicidas o constructores del absolutismo sagrado?
La Compañía de Jesús fue suprimida en Francia en 1764 por un edicto firmado por Luís XV. El Parlamento de París se abonó todo lo que pudo hasta conseguirlo. Uno de los ideólogos y activistas de dicha supresión fue Louis Adrien Le Paige (1712-1802), a la vez reanimador del jansenismo de mitad siglo XVIII y teórico de los derechos de los parlamentos regionales (el de París en su caso) frente a una Monarquía que no paraba de producir ordenamiento jurídico, puenteándolos a base, entre otros medios, de los famosos lits de justice de Luís XV. Así se forjó el absolutismo o Ejecutivo productor de normas y sin contrapoderes.
Es curioso destacar que, contra los jesuitas y a favor de su disolución, se unieron a los jansenistas Madame de Pompadour, quien no conseguía de sus jesuitas confesores la absolución de sus pecados por su vida reiterada de amancebamiento con Luís XV. Todo ello cuando los mismos jansenistas acusaban a los jesuitas de laxismo moral en el campo de la Teología moral.
También, un amigo de la Pompadour, el duque de Choiseul, secretario de Estado de Luís XV, un hombre laicista que vio la jugada de contentar y reconciliar a la Corona con el Parlamento de París con un regalo que permitiría restaurar los viejos lazos rotos, la disolución de la Compañía de Jesús. Un caramelo que no suponía para el Gobierno de su Majestad un gran coste ni económico ni jurisdiccional. Al contrario se sacaba del medio a un ejercito de religiosos que tenían la impertinente costumbre de enseñar en sus colegios la doctrina del tiranicidio (expresa tan nítidamente por el español Juan de Mariana entre otros). Y todo ello no era pura teoría en el mundo de las ideas.
El 5 de febrero de 1757 un perturbado Robert François Damiens estuvo a punto de matar a Luís XV de una cuchillada si los fríos invernales de Versalles no hubieran obligado al monarca a ir con un ropaje de gran espesor. Damiens era un criado perturbado, de un consejero del Parlamento de París, que se obsesionó al oír hablar siempre tan mal del rey. Expulsado de joven, por mal comportamiento, de un colegio de los jesuitas, Damiens sólo escuchaba las recriminaciones que se vertían contra el Monarca provenientes, por su proximidad física con este medio, del Parlamento de París. Pese a ello se desempolvaron viejos recuerdos y la acusación que la Compañía de Jesús enseñaba el tiranicidio.
Damiens seria descuartizado vivo con el mismo suplicio previo que otro perturbado, François Ravaillac (+1610), el asesino de Enrique IV. Esta vez Ravaillac conseguiría lo que había intentado en 1594 Jean Châtel: matar a Enrique IV, el padre del tatarabuelo de Luís XV. Inmediatamente, en aquel 1594, los jesuitas eran expulsados de Francia por un edicto del Parlamento de París como respuesta a la tentativa de Chastel, quien había sido durante dos años alumno de los jesuitas del Colegio de Clermont de París. Se llegó a colgar a un jesuita. La orden fue acusada de ser instigadora última por sus doctrinas sobre el tiranicidio del intento de asesinato no pudieron volver hasta 1603 cuando el propio rey se dio ya cuenta de lo infundado de tales acusaciones.
Parece difícil, por no decir acrobático, adjudicar a los jesuitas franceses, con su cuarto voto de obediencia al Papa, de haber actuado de proveedores a los Borbones galos de una superestructura ideología de legitimación del absolutismo sagrado monárquico. Y más cuando la Corona les prometió protección y salvarse de la supresión de 1764 si se separaban del resto de la Compañía y del Superior general de Roma y se ponían bajo la orden de un vicario general francés, con costumbres y obediencia francesas, a imagen y semejanza de la Iglesia Galicana. Los jesuitas franceses no acudirían a la llamada de su Rey católico.
Guilhem de Maiança