Anécdotas de verano (IV): "No vuelvas más"
No sé si esta sección podrá seguir en próximos años, pues al hecho lamentable de que algunos párrocos prefieren dejar a sus feligreses sin la Santa Misa que llamarnos a nosotros para substituirles (tal como comenté en la primera entrega de este verano) se le suma el hecho de que algunos de los que me llamaban en verano dejan de hacerlo con un frío: "Gracias por haber venido a substituirme pero no hace falta que vengas más". La razón ya se la pueden imaginar, mi presencia en su parroquia les ha incomodado, no quieren que pueda "pervertir" a sus adoctrinados feligreses, con prácticas y afirmaciones que son contrarias a las suyas.
Esto me sucedió en una parroquia donde cometí el grave pecado de hablar de la confesión en la homilía. El evangelio era propicio, así que la misma homilía que había preparado para otras parroquias fue la misma que hice en la parroquia "progre" de turno. Al parecer el párroco se lo tomó como una provocación y no es de extrañar sobre todo teniendo en cuenta que en el templo ni siquiera había confesonario.
Ni corto ni perezoso recordé a los fieles que "teníamos que confesarnos" pero no directamente con Dios (como algunos dicen que hacen, incluso con el visto bueno de algunos sacerdotes), tampoco en formas que no están autorizadas por la Iglesia (absoluciones colectivas) sino ante un confesor aunque no sea necesariamente en el confesonario.
Al acabar la celebración una señora entró en la sacristía y algo enfadada me dijo: "ustedes los curas no se aclaran, nuestro párroco nos dice que ya no hace falta confesarse en el confesonario que basta con un par de celebraciones comunitarias al año sin confesión individual y usted nos viene a decir todo lo contrario. Entonces ¿en que quedamos?". Yo le contesté que lo importante no es lo que digo yo o lo que dice su párroco, sino que lo importante es lo que dice la Santa Madre Iglesia. La invité a leerse la doctrina oficial de la Iglesia sobre el sacramento de la Reconciliación, y poco a poco me di cuenta que la mujer empezaba a reaccionar positivamente a mis palabras.
Cuando ya cogimos un poco más de confianza la mujer me comentó algunas perlas que su párroco había dicho sobre el sacramento de la confesión tal como manda la Iglesia. Por ejemplo que los sacerdotes que confesamos en el confesonario somo enfermos y obsesos que disfrutamos escuchando los pecados de la gente. O que lo de confesarse con el sacerdote es algo que ya pasó a la historia y que ahora la práctica que toca siguiendo "los signos de los tiempos" que marcó el Concilio Vaticano II, es la celebración y absolución colectiva.
Me imagino que aquella mujer después de la catequesis que intenté hacerle habló con su párroco y éste no tardó en hacerme la llamadita para comunicarme que ya no vuelva más por su parroquia. Los sacerdotes somos fantásticos, buenos amigos y compañeros para nuestros hermanos "progres", siempre que celebremos el sacrificio eucarístico discretamente y no hablemos de ningún tema incómodo, pero si lo hacemos como yo hice en esta parroquia ya podemos despedirnos de volver a ese templo.
Antoninus Pius