La frescura de la antiguedad y el aroma de Italia
A Josep Pla, ese gran genio que nuestra tierra ha regalado a la literatura contemporánea, le gustaba repetir a todos aquellos que lamentándose del estado de cosas buscaban referentes de rearme moral y espiritual: “¿Qué hacéis aquí? Id a Italia”. (Què feu aquí? Aneu a Italia.) Sin duda los años de exilio trascurridos en Roma, esperando el final de nuestra guerra, le abrieron los sentidos y el corazón a la cultura italiana e hicieron de él un enamorado del que, por antonomasia es conocido como “il Bel Paese”, en razón de su clima y de sus bellezas artísticas y naturales.
El antídoto de “italianidad” sugerido por Pla a los que corren el riesgo de encerrarse en el provincianismo, olvidando las raíces culturales que dan sentido a nuestro ser, sigue siendo de plena actualidad.
Hemos sido engendrados por Roma, de ello no hay duda, y aunque el país transalpino también ha sido victima de la crisis de valores que se cierne sobre todo Occidente, aún puede ofrecernos estándares válidos como patrones de interpretación y paradigmas de solución para los problemas más profundos de nuestra sociedad.
Saco a colación este tema porque este mes de agosto, en el que exento de las obligaciones pastorales he celebrado la Santa Misa de manera solitaria todos los días en la forma extraordinaria del rito romano, ha sido espiritualmente un viaje virtual a Italia, a lo más hermoso y a lo más fresco de la historia espiritual de nuestra Iglesia, y todo ello sugerido por el calendario romano tradicional en sus celebraciones cotidianas (excepto lógicamente los domingos).
Todo empezó el lunes día 2, con la fiesta de San Alfonso Maria de Liguori, el gran apóstol de la Italia meridional del siglo XVIII, con conmemoración del papa San Esteban I el que prohibió rebautizar a los herejes que buscaban la plena comunión con la Iglesia, para que no quedase oscurecida la unión bautismal de los cristianos con Cristo, que debe realizarse una sola vez. Y cómo no elevar en ese día nuestro pensamiento a la Virgen de los Ángeles y a la “Porciúncula” de Asís.
El martes 3 de agosto no quise olvidar al beato Francisco Bandrés Sánchez y siendo feria, celebré la misa de su festividad. Salesiano natural del Pirineo oscense que trabajó mucho y bien, siendo además gran animador de la música, en los colegios de la calle Rocafort y en Mataró, donde fue seis años director. Recé por mi querida Mataró tan probada eclesialmente en la actualidad. Director después de Sarriá, el Padre Bandrés afirmó su condición sacerdotal noblemente ante los milicianos y fue martirizado en Barcelona ese mismo día del año 36.
Y el miércoles 4 nuestro gran Domingo de Guzmán y con él toda la familia de Predicadores en el altar. Recordé mi querida Universidad Pontificia de San Tomás en Roma, el “Angelicum” y a todos los buenos maestros que allí me ayudaron a comprender y a amar más a Dios según la escuela de Domingo.
No abandoné espiritualmente Roma pues el día después, la fiesta de la Dedicación de Santa Maria la Mayor, la basílica liberiana de las Nieves, me reconfortó enormemente. “Salus Populi Romani” llama la piedad de los fieles romanos allí a Maria Santísima.
El viernes 6, la fiesta de la Transfiguración del Señor, no eliminaba el recuerdo del martirio del papa San Sixto II y sus diáconos Felicísimo y Agapito, que fueron martirizados al inicio de la persecución de Valeriano. De la misma manera que al día siguiente la fiesta de San Cayetano no borraba el recuerdo de San Donato, segundo obispo de la toscana Arezzo, insigne confesor de la fe, alabadísimo por el papa San Gregorio Magno.
Y el lunes 9, la vigilia del diácono mártir San Lorenzo. Vigilia que se celebra en razón de la importancia que en la antigüedad cristiana tenía esa solemnidad, la segunda en la Ciudad Eterna después de la de los Apóstoles Pedro y Pablo. Esa vigilia incluye una conmemoración del soldado San Román, que movido a penitencia por la constante confesión de San Lorenzo, pidió a éste le bautizase para morir después decapitado. ¿Cómo no recordar en el memento a nuestro joven obispo de Vich, Mn. Casanova en el día de su onomástico? ¡Que Dios bendiga su ministerio y lo llamé aún a más si lo cree apto y necesario! Ya en el transcurso de la noche y rezando cansado el rosario, esperé ver las lágrimas de San Lorenzo, la esperada lluvia de estrellas de las Perseidas que fue llegando con cuentagotas. Durante la espera encomendé a todos mis amigos de Huesca, que son muchos, ciudad natal del mártir hispano. ¡Qué hermosa liturgia la que la Iglesia de Roma reserva a nuestro Lorenzo para el día 10! ¡Cómo la han empobrecido los esbirros de Bugnini!
Y el miércoles 11 el recuerdo del martirio de San Tiburcio en el cementerio llamado «Ad duas lauros», en la vía Labicana, a tres millas de la ciudad, cuyas alabanzas cantó el papa san Dámaso, y junto a él, la conmemoración de la sobrina del papa Cayo en la primera mitad del siglo III, hija del presbítero san Gabinio, familia próxima del emperador Diocleciano, que quiso casarla con su hijo adoptivo Maximiano. Rehusó ésta tan atractivo ofrecimiento, lo que extrañó al emperador sobremanera. Al preguntarle a qué era debida su actitud, replicó Susana que siendo cristiana no podía contraer matrimonio con un pagano, a no ser que éste se convirtiese. Fue indescriptible la ira del emperador ante la insolencia de Susana. Mandó que la hiciesen recapacitar por las buenas o por las malas. Se emplearon a fondo cuantos la querían bien, pero ella se mantuvo imperturbable. Finalmente, el emperador muy a pesar suyo mandó decapitarla. La emperatriz, que le tenía gran afecto, hizo retirar su cuerpo, y se cuidó de embalsamarlo y custodiarlo junto muy cerca de las Termas de Diocleciano y donde en el siglo V se construyó una basílica en su honor.
¡Y que frescura de nuevo, que transparencia con Clara el jueves 12! Otra vez Asís y aquella historia de amor que hizo reflorecer a la Iglesia. Encomendé en la misa al Dr. Jubany que nació en este día y que siempre, hasta el final de sus días se enorgullecía de haber nacido el día de Santa Clara, calendario pre-reforma evidentemente.
Finalmente ayer la conmemoración del carcelero de San Lorenzo, Hipólito, que como Román, fue convertido y bautizado por éste y que poco después sufrió el martirio. Junto a él, el recuerdo del maestro Casiano que en el año 303 fue martirizado por sus mismos discípulos en testimonio de su amor a Cristo. Recordando al pedagogo cristiano encomendé a todos los profesores que tienen que sufrir en el ejercicio de su profesión, victimas de sus alumnos, y más si cabe, por querer ser fieles a su conciencia cristiana.
Después de esta retahíla litúrgica de nombres, anécdotas e historias sugeridas en estos primeros días de agosto por el nuevamente vigente Misal de Juan XXIII del 62, contéstenme mis lectores y díganme si esta Liturgia no nos pone más en conexión con la frescura de la antigüedad cristiana y con el aroma siempre reconfortante de nuestra amada Italia, cuna y pilar de la Iglesia, que no ese nuevo calendario “depurado” que de golpe ha querido prescindir de conmemoraciones antiguas y que más allá del recuerdo de los cinco o seis santos principales de esa primera quincena ha relegado al olvido todos los demás, cancelándolos de la memoria comunitaria. Ellos conformaron la Iglesia Romana primitiva y son el resplandor más luminoso de la Civilización que nos engendró a la fe.
Los sacerdotes actuales necesitamos antídotos de romanidad y parámetros de “italianidad” tanto como siempre. ¡Gracias queridísimo Papa Benedicto por habérnoslos procurado con el Motu Proprio!
Dom Gregori Maria