Raíces de la pederastia en la Iglesia (1)
Entre el fundador del Opus Dei y el fundador de los Legionarios de Cristo
Tengan la valentía de mirar a la Iglesia cara a cara: empiezo por la cara buena. Hace pocas semanas veía un vídeo del fundador del Opus Dei. “Rezad por los sacerdotes -decía- que lo necesitamos muchísimo. Rezad por mí, porque yo soy capaz de cometer los mismos crímenes que cualquier otro hombre, y necesito vuestras oraciones y la gracia de Dios para ser un buen sacerdote”. Por supuesto que esa afirmación a mí no me pareció nada retórica. Yo también me considero capaz de cualquiera de los crímenes que están cometiendo hoy los sacerdotes. Por eso doy infinitas gracias a Dios porque habiéndome hecho pasar por el seminario, me libró del sacerdocio en esta época tan turbulenta. Yo podía haber sido uno de ellos. Por eso, junto a mi condena sin matices, tienen mi más profunda conmiseración. Miserere mei Dómine, miserere eorum!
Paso a esa otra cara en la que pude estar y no estoy. Ahí tenemos como el más auténtico paradigma de la parte corrompida de la Iglesia y de su alto estilo de corrupción, al fundador de los Legionarios de Cristo. Fíjense qué acción más meritoria: un instituto religioso de una enorme potencia. 800 sacerdotes, 2.500 seminaristas, 70.000 laicos en su asociación “Regnum Christi”. Colegios, universidades, toda clase de instituciones, ¡la intemerata! Pero la catadura espiritual y moral de este increíble activista católico es para salir huyendo. ¿Qué parte de la Iglesia está representada por el reverendo Marcial Maciel? Porque resulta que éste tal, además de montarse dos familias, por añadirle la guinda al pastel exhibe la condición de pederasta, pero con el agravante del incesto, pues practicó este vicio incluso con sus propios hijos.
Ahí tenemos el retrato robot del rostro más horrible de la Iglesia: se corresponde con el del cardenal Daneels por ejemplo, sucesor de Suenens, ocultando al parecer 450 casos de pederastia de sus sacerdotes. Qui tacet, consentire videtur : quien calla, tiene toda la apariencia de consentir. Quien no reprueba, aprueba.
¿Qué le está ocurriendo a la Iglesia? Pues que entre otros venenos, se ha infiltrado en ella la idea supermundana de que no importa la calidad moral de la persona, mientras la proyección pública de su actividad sea positiva. Es la doctrina ambiente que nos dice que la vida privada es cosa de cada uno, y nadie tiene derecho a hacer valoraciones sobre ella, aunque se trate de hombres públicos, mientras su acción pública sea correcta. No es necesario ser buena persona, mientras uno haga bien su trabajo. Como Marcial Maciel, imponente y eficacísimo operario de la Iglesia. Y ya ven lo que da de sí este criterio aplicado a los que ostentan en la Iglesia la calidad de “iconos” por estar expuestos a la mirada de todos, y no sólo de los católicos. Sacerdotes eficaces en su activismo eclesiástico, que luego llevan una vida privada deplorable. Pero como es el ámbito de su privacidad y de su conciencia… mientras la cosa no llegue a la luz pública… mientras no haya escándalo… ¿Les suena? ¿Y cuál es la respuesta de la jerarquía eclesiástica? Pues exactamente la misma: mientras no haya escándalo, a tapar y tapar y más tapar personas y conductas que hieden. Hasta llegar a lo más gordo: la pederastia y su perpetuación mediante la ocultación.
¿Qué me dirían ustedes si de repente empezasen a proliferar casos de pederastia y de toda clase de abusos sexuales en las instituciones asistenciales y de enseñanza o en el sector sanitario? ¿Y qué tal les sentaría si a continuación se enterasen de que las autoridades respectivas se han dedicado a ocultar -y por tanto a amparar y fomentar ni que sea indirectamente- esos horribles crímenes? Y si para redondear el panorama, escuchasen ustedes a algunos acusados decir que no tienen mala conciencia por lo que han hecho, ¿cómo se les quedaría el cuerpo? Me dirían por supuesto que se trata de crímenes intolerables; pero a renglón seguido añadirían un diagnóstico bien certero: el estamento en cuestión está corrompido hasta los tuétanos. Y con alta probabilidad, me redondearían el diagnóstico con esta reflexión: esos estamentos son la basura flotante de una sociedad cuya putrefacción se ha extendido como la peste.
Dos metáforas: la primera, Hitler con su limpieza étnica en los campos de exterminio, y los alemanes haciendo como que no se enteran. Segunda: ¿recuerdan los “Ángeles de la Muerte” en Austria? La reacción de la sociedad fue de lo más tibio. Era evidente que la muerte venía a Europa con su mejor rostro, el de la eutanasia. Venía a galope tendido. Han pasado menos de 30 años y ya toda Europa está compitiendo por ver qué país tiene una legislación más “avanzada” en cuestión de eutanasia. La cosa fue tan horrible, que el mismo director del hospital de Lainz, que fue el abanderado iniciador de la eutanasia, tuvo que denunciar a sus cuatro enfermeras por los “abusos” infames que cometieron en la aplicación de tan “humanitaria” técnica. Es la evolución natural de las cosas.
¿Hemos de afirmar pues, a cuenta de la pederastia, que la Iglesia católica es una institución corrompida hasta los tuétanos? Eso quisieran nuestros enemigos, y a fe que vienen trabajándoselo desde hace mucho tiempo. En esta cuestión el enemigo está inequívocamente identificado. Pero permítanme formular una duda: lo que se han estado trabajando ¿ha sido el escándalo a cuenta de la pederastia, o se han cuidado también de inocular previamente la pederastia en la Iglesia? Son enemigos inteligentes, ¿no?
Hay que circunscribir este ataque furibundo contra la Iglesia en su propio contexto que es, no lo olvidemos ni un solo instante, el trabajo metódico de demolición de la Iglesia desde dentro. Con sus peores enemigos muy bien instalados en ella. Y el resto, no tan malos, pero igualmente temibles, que pasaron por ella, que la conocen muy bien por tanto y actúan desde fuera. Algún día alguien confeccionará el elenco de los enemigos de la Iglesia que pasaron por el seminario e incluso por el sacerdocio. Más difícil será identificar a los enemigos que tienen planeada su voladura desde dentro.
Adelantemos ya, que siendo la moral una derivación necesaria del dogma, todo el que aspira a un cambio de moral, sabe que ha de empezarlo desestabilizando el dogma. Tan pronto como se tambalea éste, la moral se queda sin su fundamento. Por eso, la feroz veda que se abrió contra el dogma -y obviamente contra el culto que es su consecuencia también necesaria- derivó en un tremendo derrumbe moral. ¿Y de qué moral hablamos? Pues de la incomodísima moral sexual.
Dejo a este respecto abierta una doble pregunta: ¿Por qué el desmoronamiento moral de los sacerdotes se manifiesta en la pederastia? ¿Y por qué esa pederastia tiene marcado signo homosexual, como corresponde tanto al valor léxico y de uso de la palabra como a la propia realidad?
De estas preguntas se desgrana otra: ¿Es casual que sea precisamente el colectivo homosexual el que está dando la batalla de la pederastia contra la Iglesia?
Y una última pregunta: ese ejército tan bien organizado de enemigos de la Iglesia, ¿cuenta con una quinta columna en el seno de ésta?
Virtelius Temerarius