El proyecto de Pontificado de Benedicto XVI
Alocución del Papa en el Colegio des Bernardins en París |
La riqueza inconmensurable de la personalidad de Benedicto XVI, sin duda el hombre providencial para el pastoreo del rebaño de Cristo en este siglo XXI, no hace fácil el objetivo de perfilar y definir con claridad ese modelo de pontificado, que sólo en estos cinco primeros años marca tantas distancias con el de Juan Pablo II.
Joseph Ratzinger había estado prácticamente 20 años desgastándose al servicio del Papa Woytila. En abril de 2005 el “panzerkardenal” – así le denominaban los curiales- únicamente esperaba retirarse a escribir y a dedicar más tiempo a su austera afición musical. Pero en la Iglesia se palpaba ya una crisis sin precedentes.
Las pistas de todo ello estaban resumidas en la homilía en la Misa “pro eligendo Pontifice” que él mismo presidió el 8 de abril de 2005.
La escasez de sacerdotes y el “supuesto abandono” de las masas del catolicismo no parecían ser los verdaderos problemas de la Iglesia. Lo que realmente hacía falta era otra cosa bien diversa y él estaba dispuesto a llevarla a cabo: asumir y exponer la crisis y afrontarla con sinceridad. El catolicismo se había corrompido y posiciones demasiado liberales conllevaban la pérdida de fe de muchos creyentes. Hay que preparar el camino de retorno de estos. Es necesario buscar la unidad, reunificando la Iglesia y haciendo volver al rebaño a los que se separaron. De esta manera, hay que reforzar a la Iglesia. En este contexto el Papa levanta las excomuniones a los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X. Es un acto de benevolencia, sin duda. Pero es una forma de dejar claro que la Iglesia debe beneficiarse de la Tradición. Y el Papa se implica personalmente con esta decisión. Como se implicará personalmente con el Motu Proprio “Summorum Pontificum” y la carta adjunta a los obispos de todo el mundo, al presentar la edición del Misal de 1962 como modo de extraordinario del único rito romano. Benedicto XVI sabe que de la “lex orandi” se deriva una “lex credendi”: es crítico con la laxitud en la celebración eucarística pero además entiende que la belleza en la liturgia lleva al hombre a Dios.
El combate al que anima el Papa no es solo teológico. Implica un combate por la justicia y la santidad (encíclica “Caritas in veritate”) y una búsqueda de la unidad de la Iglesia en esa verdad. Por eso abre las puertas de la Iglesia a los anglicanos que rechazan el cristianismo liberal (ordenación presbiteral y episcopal de mujeres, bendición de parejas homosexuales, nombramiento asambleario de obispos…) y desean acogerse a la Iglesia de Roma. El Papa se implica aquí personalmente de nuevo: Motu Proprio “Anglicanorum coetibus” creando un régimen-puente para ellos.
Benedicto XVI no rechaza el Concilio Vaticano II, él en cierto modo y junto a otros teólogos jóvenes fue protagonista del mismo. Sin embargo no lo acepta como ruptura, lo entiende y lo vive en una hermenéutica de continuidad con toda la historia de la Iglesia. Es verdad que en cierta manera el Concilio deseaba “modernizar” a la Iglesia si esto significaba “ponerla al día”, presentarla de un nuevo modo. Lo que rechaza es que eso signifique que la Iglesia a toda costa deba adaptarse al mundo moderno y democratizarse. Benedicto XVI lo que rechaza es la filosofía reguladora del posconcilio: una revolución comenzada en las facultades de Teología y los Seminarios, que masacró la Liturgia, que acabó enfrentando a fieles con sacerdotes, que puso en discusión el dogma y “liberó” al laicado de sus obligaciones con la moral católica.
Esa modernización del catolicismo ha debilitado trágicamente a la Iglesia. Sin embargo no hay que ser hostiles al Concilio, piensa el Papa, hay que buscar una restauración coherente con este y poniendo freno a más reformas que intenten adaptar la Iglesia al mundo moderno. La Iglesia debe plantar cara a su secularización interna. Pero no lamentándose de la pérdida de fieles, soñando masas, colocándose en una dinámica de añoranza del pasado. No es importante el número sino la calidad y la posibilidad de influir en las sociedades occidentales y plantear la propuesta cristiana en temas morales que incumben a la humanidad.
La Iglesia tiene una verdad que defender pero no con ataques frontales a la sociedad sino con la formación de minorías creativas que determinen el futuro. Y cuando dice creativas quiere decir combativas al servicio de la salvación del hombre. Los discursos del Papa en su visita a la República Checa en septiembre de 2009 son el mejor ejemplo de esa voluntad.
Mensaje a los jóvenes checos en Melnik: “debéis compartir con el mundo el tesoro de la salvación” |
Esta nación es el mejor ejemplo del éxito de la propaganda atea programada científicamente. Las propuestas que allí hizo van en esa dirección.
Pero el mejor laboratorio para todo ello es la descristianizada Francia. En su visita a Paris en el 2008, y ante dos ex-presidentes de la República y numerosos diputados, Ratzinger reúne en el Colegio de los Bernardins a la élite intelectual y política de la antaño “hija primogénita de la Iglesia”. Deja de esta manera claro que la Iglesia Católica quiere participar en el debate de las ideas del que se la ha intentado excluir. El éxito es tan inesperado como rotundo. El Papa deja claro que es un hombre abierto al diálogo pero dentro de un sistema que no cambiará. La Iglesia ya no correrá más riesgos dejando hablar, en su interior, y haciendo sentir al exterior todas las voces incluso las discordantes.
Es cierto, sin embargo que Benedicto XVI está atrapado en un dilema existencial e histórico: su voluntad de limpiar la Iglesia de dos pecados capitales, sexo y dinero, es seria. Su línea es la reformadora: teología y moral caminando al mismo paso. Pero acabar con los comportamientos inmorales implicará sentar en el banquillo a muchos encubridores. Limpiar de verdad le obligará a sacar a la luz porquería a granel y a despedir a media Curia y no sólo. El caso Daneels y los supuestos 450 expedientes de pederastia encubiertos en Bélgica parecen ser una muestra. Y si no lo hace, ahora la Iglesia perderá su credibilidad. Ese es su dilema.
Pero Benedicto XVI no puede gobernar asépticamente ni desde el aislacionismo. Necesita concretar las líneas de su Reforma en una realidad concreta. ¿Cuáles son los rostros pues que plasman ese pontificado reformador? Antes deben concretarse las distintas tomas de posición. Parece bastante claro que en Europa la respuesta ante el pontificado se concreta en tres líneas. En primer lugar la activa minoría progresista que desde su perspectiva libre y racionalista ha comprendido perfectísimamente el proyecto de Benedicto XVI y ha decidido combatirlo haciéndole el vacío y presentándose valientemente con una crítica tan decidida como implacable. Haciendo caricatura simplista: Hans Kung por una parte y la línea editorial de Golias representarían la trinchera de lucha contra lo que ellos denominan la “restauración identitaria”.
Por otra parte los sectores tradicionalistas integristas pretenden hacerse suyo el boceto de este pontificado con una representación parcial, y pues falsa, de la Reforma a la que Benedicto XVI aspira. Intentan presentar una imagen puramente reaccionaria del Papa ante el Vaticano II, siguiendo sus propios deseos e intereses. Como siempre, al integrismo le falta proyección histórica y filosófica. Quizá exceptuando a Mons. Fellay y a una porción difícil de cuantificar de sacerdotes y laicos de la Fraternidad San Pío X, el resto de esta con sus otros tres obispos (Galarreta, Tissier y Williamson) y quizá algún que otro de los institutos nacidos bajo “Ecclesia Dei”, forman parte de esta línea.
Finalmente, y como tercera vía, van creciendo el número de laicos, institutos religiosos, sacerdotes y obispos que, capacitados intelectual y afectivamente para ello, han hecho suyo el planteamiento de este pontificado y se esfuerzan en plasmarlo en sus realidades eclesiales. Obispos franceses como Rey en Frejus-Toulon, Aillet de Bayona, Genoux en Montauban, el auxiliar de Nanterre, Nicolas Brouwer, o Mons. Léonard en Bruxelas o el arzobispo de Génova, el cardenal Angelo Bagnasco, y tantos otros, forman una magnífica iconografía del proyecto Ratzinger. Pero incluso personalidades contradictorias como el cardenal Vingt-Trois en Paris o el cardenal Jean-Pierre Ricard, de Burdeos, no piensan quedar fuera de la dinámica de este pontificado. Y recordemos que este último es el presidente de la Conferencia Episcopal Francesa. Dad por cierto que todos ellos serán entusiastas colaboradores del nuevo Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización de Occidente.
¿Y en España, qué? Pues en nuestras latitudes, casi como siempre, con retraso y mal. Aunque también descubrimos tres líneas, estas no coinciden con los alineamientos europeos. ¿El problema? Una mentalidad llamada de cristiandad que lo invade casi todo. Hasta nuestro progresismo bebe de ella: tiene su misma visión totalizadora y busca apoyos en el ámbito político y civil, como en el régimen de cristiandad, algo insólito en el progresismo eclesial europeo. Lo bueno es que esta línea progresista no tiene ya líderes y sus instrumentos y protagonistas sólo son capaces de algunos alardes estentóreos, muestra de decrepitud: Tamayo, Pagola, Casaldáliga o Godayol o los laicos que buscan que ellos encabecen una respuesta enérgica contra Benedicto XVI van errados. Y principalmente porque todos ellos se equivocan al interpretar a Ratzinger como un nostálgico o un reaccionario, cuando no es ninguna de las dos cosas.
También desde inconfesables o quizás inconscientes posiciones de Cristiandad perdida y añorada se sitúa la línea Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal. Realmente ignoramos si Don Antonio María ha comprendido y asimilado los postulados del Papa. Lo que sí podemos afirmar es que lo disimula muy bien. Con un estilo demasiado egocéntrico, preocupado demasiado por batallas perdidas de antemano y creemos que incapacitado para orientar una renovación de talla del episcopado español, su carácter poco afable y su incapacidad para el diálogo y el pacto, hace de su posición una vía estéril y en extinción.
Finalmente la tercera vía, la que en un principio debía representar Don Antonio Cañizares, y que nos parecía la más cercana a la voluntad reformadora de Benedicto XVI, parece malograda por dos motivos: en primer lugar por el conocido gremialismo valenciano que bendice a sus congéneres de terruño o a sus colegas docentes, tratando de confraternizar con todos ellos o promoverles a puestos destacados, y segundo y más importante motivo, por la nefasta política de alianzas que es capaz de fraguar con tal de plantar cara a Rouco, por el que siente un “odium theologicum”. Aquí el rostro de Sistach aparece en un plano destacado.
Resultado: la dificultad para descubrir un liderazgo que pueda unir y alentar la reforma eclesial en España. Acertamos a descubrir rostros y actitudes: Munilla e Iceta en el Pais Vasco, Sanz Montes en Asturias, Don Demetrio en Córdoba, pero ninguno de ellos tiene por ahora posibilidad de ejercer ese fuerte liderazgo que necesitamos.
¿Y Cataluña? No nos queda otra posición que la esperanza de ver un día comprendidos nuestros postulados, verlos madurados con el tiempo y finalmente germinando en frutos que esperemos nos traigan la tan anhelada y necesaria reforma eclesial.
El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit