Quien siembra vientos recoge tempestades. El drama de la Iglesia católica belga
El pasado sábado 26 de junio, a las 10:30 de la mañana, fuerzas del orden y autoridades judiciales belgas irrumpieron en el Palacio Arzobispal de Malinas-Bruselas (tal como recoge la fotografía), donde se hallaban reunidos los obispos belgas para una sesión de trabajo. Según se les explicó, se iba a efectuar un registro judicial y se les iba a interrogar, como parte de la investigación iniciada a raíz de las denuncias de casos de abusos sexuales en el territorio de la archidiócesis. Sin mayores explicaciones se procedió a incautar todos los documentos y teléfonos móviles y se conminó a los prelados a no abandonar el edificio, siendo posteriormente sometidos a interrogatorio. Los pesquisidores llegaron incluso a violar las tumbas de los cardenales Van Roey y Suenens, anteriores arzobispos de Malinas-Bruselas, en busca de posibles pruebas. Hay que decir que hace poco se realizaron trabajos de albañilería en los mausoleos de la cripta de la catedral, lo que dio pie a que alguien pensara que se había aprovechado la ocasión para ocultar documentos comprometedores en las tumbas episcopales.
La Santa Sede emitió el lunes un comunicado con la exposición de los hechos, lamentando la forma en que se desarrollaron aunque reiterando la confianza de los obispos en la justicia. La reacción de rechazo y de irrisión de algunos miembros del gobierno belga ha puesto de manifiesto la grave situación de la Iglesia en un país mayoritariamente católico, pero con un gobierno hostil en el marco de un Estado liberal. Que haya habido una clara intencionalidad anti-católica es clarísimo: ni policías ni jueces belgas se hubieran atrevido a tanto tratándose de los musulmanes. Imaginemos por un momento que hubieran irrumpido en la principal mezquita de Bélgica, reteniendo a los imanes y muecines, que les hubieran arrebatado sus documentos y teléfonos móviles y que hubieran profanado algún enterramiento en el cementerio islámico en busca de pruebas de terrorismo. Por supuesto se hubieran alzado las protestas de los medios de comunicación y de todos los grupos de la progresía belga (que son muchos), los mismos que se han callado frente a la flagrante violación de varios derechos en el caso de los obispos reunidos en el Arzobispado malinense. Una vez más vuelve a ser patente cómo el último prejuicio aceptable es el del anti-catolicismo.
Dicho esto, cabe preguntarse: ¿cómo es posible que la que otrora fuera una floreciente Iglesia en un país cuyo signo fundamental de identidad es la religión católica (al punto que el origen de Bélgica y su secesión de los Países Bajos Septentrionales se debió a su catolicismo) se halle hoy acorralada y sujeta a una implícita persecución? Porque no se trata sólo de la general secularización de la sociedad contemporánea, que golpea a las Iglesias de todo el mundo y a las demás confesiones cristianas. El caso belga es especialmente sangrante porque se ha pasado aquí del auge y del prestigio a la decadencia y el descrédito. Y eso no ocurre sólo porque los enemigos se coaligan, pues siempre queda la fuerza moral interna, capaz de sostener a la Iglesia en las peores circunstancias. Desgraciadamente, es el caso de decir que es ésta la cosecha de tempestades producidas por los vientos sembrados desde hace décadas en el catolicismo belga por los fautores del afán de novedades endémico a los países del Rin y que se significó especialmente con ocasión del concilio Vaticano II, en el que precisamente un cardenal Suenens, arzobispo de Malinas, fue uno de los grandes corifeos del ala liberal (según cuenta el P. Ralph Wiltgen, S.V.D. en su conocidísima y reveladora obra Le Rhin se jette dans le Tibre ).
Conviene recalcar que el problema belga no viene del Concilio, sino de mucho antes. En el Vaticano II sólo eclosionaron los huevos que se habían estado incubando desde ya antes del reinado de Pío XII. Cuatro son los principales aspectos de ese problema que deben ser considerados y que aquí sólo voy a esbozar por mor de brevedad: el teológico, el litúrgico, el moral y el social.
En cuanto al aspecto teológico baste pensar que es en Bélgica justamente donde se hallan dos de los más importantes centros de liberalismo teológico: la Universidad Católica de Lovaina y la Universidad dominica de Le Saulchoir. Reprimido el modernismo relativizador del dogma por la encíclica Pascendi de san Pío X (1907), reprobada la Nouvelle Théologie (o sea el neo-modernismo) por la encíclica Humani generis del venerable Pío XII (1950) y censuradas las obras de Teilhard de Chardin (evolucionismo teológico) por mónitum del beato Juan XXIII (1962), la contestación doctrinal se refugió en los círculos restringidos de ciertos teólogos: el dominico flamenco Edward Schillebeecx (Lovaina), Marie-Dominique Chenu (Le Saulchoir) e Yves Congar (Le Saulchoir). Curiosamente los tres eran dominicos. Desde la cátedra y con el apoyo de algunos prelados influyentes (que les servían de escudo contra las “injerencias” de Roma), estos próceres del llamado “progresismo” teológico lograron conquistar los ambientes académicos y formar a las generaciones de sacerdotes contestatarios que han dominado hasta ahora el panorama eclesial belga.
Por lo que respecta al aspecto litúrgico, es éste quizás el que más afecta a los fieles por la relación directa e inmediata que implica entre éstos y los ritos de la Iglesia (a diferencia del teológico, no accesible a todo el mundo, sino a los estudiosos). La liturgia siempre ha sido el vehículo más eficiente de la transmisión de la fe… y de los cambios en ella (como se vio en la reforma de Lutero en Alemania y la de Cranmer en Inglaterra). Como se sabe, en el siglo XIX, dom Prosper Guéranger inició el llamado “movimiento litúrgico” como un intento de hacer la liturgia católica más asequible y comprensible a los fieles mediante la explicación de sus textos, ritos y ceremonias, fomentando al mismo tiempo una participación activa y consciente en las celebración del culto. Este planteamiento es el que san Pío X apoyó e impulsó y el que el venerable Pío XII asumió en su encíclica fundamental Mediator Dei (1947). Pero el movimiento litúrgico sufrió una importante desviación de su propósito original: en lugar de hacer más comprensible la liturgia ya existente en la Iglesia, de lo que se trataba ahora era experimentar y adaptar la liturgia a la mentalidad moderna, lo que implicaba cambiarla según el espíritu de los tiempos. Y ese espíritu estaba dictado principalmente por el ecumenismo irenista y el racionalismo.
Pero este movimiento litúrgico adulterado no podía proponerse sin más abiertamente, pues Roma aún vigilaba. De modo que empezó a cultivarse discretamente en ciertas abadías benedictinas, siendo las belgas precisamente las más comprometidas con el nuevo derrotero. De hecho la iniciadora de esta tendencia fue la de Mont-César en Lovaina, bajo la dirección de dom Lambert Beaudoin, cuya influencia sería decisiva en la reforma litúrgica postconciliar. Émulas de Mont-César fueron las abadías de Maredsous y Chevetogne, ambas en la provincia de Namur. Sus monjes impulsaron jornadas litúrgicas, entre las que destacaron las de Lieja y Brujas. Discípulos de dom Beaudoin fueron dom Bernard Botte y dom Bernard Capelle de Mont-César, que, tomarían la dirección del movimiento litúrgico. No es casual el hecho de que la liturgia romana empezara su transformación en el país en el que se había iniciado el nuevo movimiento ecuménico católico, propiciado por las Conversaciones de Malinas entre anglicanos y católicos, que tuvieron lugar entre 1921 y 1926, patrocinadas por el cardenal Mercier bajo la inspiración de dom Beaudoin (Pío XI vería el peligro de ese ecumenismo de nuevo cuño y en 1928 publicaba la encíclica Mortalium animos ).
En cuanto al aspecto moral, el catolicismo belga, contagiado del holandés (imbuido del relativismo y de la moral de situación del Catecismo Holandés), se mostró muy permisivo y abierto a las situaciones que tradicionalmente se hubieran considerado aberrantes. Una ilustración de un libro catequético con el nihil obstat de la autoridad eclesiástica mostraba una niña desnuda en busca de su sexualidad y ávida de experimentación al respecto. Cuando se piensa que barbaridades como ésta se han publicado y enseñado por educadores católicos a los belgas no es de extrañar que Bélgica sea el país con el índice de pederastia y abusos sexuales a menores más alto del mundo. La moral laxista que se predicó durante años, la disociación de la sexualidad y el amor cristiano y el espíritu sistemático de contestación a las normas de la moral cristiana que venían de Roma no son ajenos a la degradación de una sociedad otrora ferviente católica y basada en firmes y severos principios de conducta personal y social.
En fin, me referiré al aspecto social, en el que obviamente viene a la mente la cuestión de los sacerdotes obreros (prêtres ouvriers) , nacido en Bélgica (¿sorprende?), en 1942, cuando el sacerdote Charles Bolland, de la diócesis de Lieja, pidió y obtuvo de su obispo Mons. Kerkhofs trabajar en una fábrica. La iniciativa recibió el decidido apoyo de nuestro ya conocido Padre Chenu. El movimiento pasó en seguida a Francia. Pronto se vio que, en lugar de evangelizar a la clase operaria, los sacerdotes eran los que adoptaban los análisis y métodos marxistas y muchos de ellos desertaban de las filas del clero para engrosar las de los sindicatos de izquierda. La experiencia fue sabiamente detenida por el venerable Pío XII en 1954, pero había ya causado estragos, sobre todo en lo que respecta a la identidad del sacerdocio católico. Muchos clérigos se interrogaban por la naturaleza y el sentido de su ministerio y no sabían hallar la respuesta. Y esto es desastroso para una Iglesia fundada sobre el ministerio sacerdotal para comunicar la gracia. Bélgica es uno de los países con mayor proporción de secularizaciones de sacerdotes. Y también donde se han dado las mayores muestras de total desorientación acerca de lo que debe ser y hacer un ministro de Dios.
Con tales antecedentes, ¿es de extrañar que la Iglesia en Bélgica se halle en una crisis terrible? ¿Se puede uno llamar a sorpresa de que ni siquiera tenga credibilidad para los belgas y puedan atreverse contra ella políticos y autoridades civiles sin que ningún fiel mueva un dedo? También pienso que la actual crisis institucional del país, en trance de disolución es una consecuencia indirecta de la situación penosa del catolicismo belga, ya que ni siquiera en él pueden hallar valones y flamencos un elemento común que pueda salvar la identidad de Bélgica. Esperemos que la urgente reforma y regeneración vengan pronto de la mano de los prelados que, como Mons. Leonard, el nuevo arzobispo de Malinas-Bruselas, está nombrando Benedicto XVI, los cuales van a tener, sin duda, un trabajo titánico que realizar. El caso belga es ilustrativo de lo que puede pasar en cualquier iglesia del mundo católico. Por eso, por lo que a España y, particularmente a Cataluña, se refiere, “cuando las barbas de tu vecino veas cortar…”
Aurelius Augustinus