Ladran los perros, Sancho...
Es curioso cómo aquellos que se empeñan en ningunear y calumniar nuestra humilde labor de “denuncia profética” (para emplear términos caros a ellos), están, sin embargo pendientes de lo que escribimos, como lo demuestra el hecho de que comentan nuestros artículos aunque sea para ponerlos en solfa. Acaba de ocurrir una vez más a propósito de lo escrito hace dos días en el Directorio de Mayo Floreal acerca de la preconización de Mons. Cristau como obispo auxiliar de Terrassa. Sin nombrarnos expresamente, tanto Jordi Llisterri como Oriol Domingo se ocupan del asunto, intentando desmontar lo publicado en estas páginas, aunque sin conseguirlo, como es habitual, pues ya pueden invocar mil y una explicaciones: contra facta non sunt argumenta y los hechos cantan. Repasemos un poco.
Tanto Llisterri como Domingo comienzan sus artículos con la sempiterna teoría de la conspiración: el primero habla de una campaña orquestada por lo que el segundo llama “sectores ultraconservadores católicos”. La cantilena de siempre cuando quieren rehuir temas incómodos como el de la innegable decadencia religiosa de Cataluña y, especialmente de Barcelona. ¿Pero cómo tienen el coraje de hablar de campañas orquestadas estos señores afines a aquellos mismos que montaron en Barcelona la infame campaña contra Don Marcelo González Martín, haciéndole la vida imposible hasta forzar su dimisión? Y ello por no hablar de las continuas campañas anti-Carles durante el pontificado barcinonense anterior. Por otro lado, si hay “ultraconservadores” son ellos, que quieren mantener a toda costa el status quo , en el que les va muy bien y del que viven. Nosotros, de conservadores, nada. Estamos en la línea de Benedicto XVI y punto, sin apellidos y sin otra adscripción que la de católicos (con las consecuencias que ello implica).
Dice Llisterri que la estrategia (nuestra, obviamente) es “presentar a Barcelona como un desierto y a Terrassa como una diócesis floreciente e inmaculada” . Y añade que la realidad “no es tan blanca ni tan negra, sino que la vida tiene muchos matices y muchos grises, particularmente en el campo episcopal” . Barcelona es ciertamente un desierto y a las pruebas nos remitimos: los mínimos históricos de vocaciones y ordenaciones, el descenso contundente de la práctica religiosa, el cada vez menor peso específico del catolicismo en Barcelona, donde se construyen ya más lugares de culto acatólico que católico, etc. Terrassa, en cambio, ofrece datos mucho mejores en las mismas variables y ésos también constituyen hechos, sobre todo porque se ha dado una evolución positiva en los pocos años que lleva como diócesis desgajada de Barcelona. Eso querrá decir algo. Los datos concretos no nos los inventamos: están allí, figuran en los anuarios eclesiásticos y en las estadísticas religiosas y sociológicas.
La desertificación de la archidiócesis viene de antiguo y no es achacable solamente al cardenal Martínez Sistach. El cato-progresismo nacionalista es el responsable y éste ha operado con la anuencia de Jubany, la pasividad de Carles y la colaboración de Sistach. Por eso, no es verdad lo que dice Domingo: que trazamos “una línea continuista entre Marcelo González Martín, Ricard Maria Carles, Sáiz Meneses y Cristau ” . El gobierno pastoral del cardenal Carles (que personalmente tendrá buena doctrina y será una buena persona) fue mediocre para Barcelona por no saber mandar y encastillarse en su palacio, dejando que sus detractores camparan a sus anchas. Cierto es que él promocionó a Sáiz Meneses (hombre de Don Marcelo), pero la línea episcopal de éste es muy superior a la del cardenal valenciano, que, perdónesenos la expresión, parecía tener sangre de horchata. También se puede ser perjudicial por inacción, por omisión del deber, y lo que en un simple mortal es censurable, en un obispo es inexcusable.
Llisterri nos da la razón al sostener que “Toledo hace tiempo que está de moda y eso no se cambia de un día para otro” . Solamente que para nosotros el espíritu de Toledo no es una moda, sino un ejemplo de iglesia local fiel al Papa y a sí misma, en la que se practica la hermenéutica de la continuidad. Domingo la ve de otro modo y habla del “talante toledano” como de “un sistema (espiritualidad, mentalidad, eclesiología, teología, lenguaje, compromiso social y cultural) marcadamente tradicional”. No sabemos lo que en su mente significará “tradicional”, pero afirma que ese sistema lo contraponemos “al estilo de la Iglesia en Catalunya caracterizado históricamente por su espíritu renovador y conciliar del Vaticano II”. ¡Ya estamos! La consabida historia de las dos iglesias contrapuestas (cosa que repugna a Benedicto XVI). Nosotros no oponemos el “sistema tradicional” al “espíritu renovador y conciliar del Vaticano II” . Sólo negamos que lo que reina en Barcelona sea ese espíritu renovador y conciliar. Precisamente los promotores del cato progresismo nacionalista son los que han subscrito desde siempre esa dicotomía “iglesia preconciliar-iglesia conciliar” (como conceptos incompatibles), propugnando el desmantelamiento del odiado “modelo pacelliano” del Dr. Modrego para imponer el suyo (rupturista y revolucionario). Para nosotros nunca lo tradicional puede estar reñido con lo “conciliar” ni la verdadera renovación puede chocar con la Tradición, la cual es algo vivo y no fosilizado (la misma palabra indica movimiento, toda vez que “traditio” significa “entrega” y en toda entrega hay una acción dinámica de dar y recibir).
Llisterri, a fin de cuentas, acaba por darnos la razón cuando afirma, refiriéndose a la preconización de Mons. Cristau: “treinta años después [o sea, desde finales de los setenta, cuando estaba pleno auge la contestación cato-progre nacionalista en Cataluña y, especialmente, en Barcelona], los vientos soplan a favor de la ortodoxia y en los nombramientos episcopales tienen preferencia los que no hicieron experimentos” . ¡Pues, menos mal, oiga usted! Porque los “experimentadores” ya se ve el fracaso que han tenido. Lo que nuestro comentarista debería tener en cuenta es que la ortodoxia no es un viento que sopla como los vientos de la moda y de las tendencias, sino una condición indispensable de la fe católica (por supuesto operativa por la caridad, lo que los modernos llaman “ortopraxis”). Además, ¿Qué es eso de hoy los vientos soplan a favor de la ortodoxia? ¿O sea que hace treinta años en Roma no había ortodoxia? Vuelta al mito de la solución de continuidad entre dos tipos de Iglesia.
Oriol Domingo incurre en contradicción, pues, por un lado insta a “Carles, Sáiz Meneses y Cristau poner los puntos sobre los íes a los sectores ultraconservadores que tanto les aplauden” (como si nos equivocáramos con las personas) y, por el otro, admite que el “ hecho es que las biografías eclesiásticas de Sáiz Meneses y Cristau son paralelas. Calcadas. En su día optaron a fondo por Toledo y su espiritualidad, no por Barcelona y su espiritualidad”. Es decir, que los obispos implicados deben desmentir nuestra apreciación, que, después de todo, Domingo admite como válida. ¿Qué nos iban a reprochar Sáiz Meneses y Cristau? Sólo nos hemos limitado a señalar un hecho, que los mismos que nos critican reconocen ser verdadero: que ambos están en la línea de Don Marcelo González Martín, como es natural en gente que se ha formado en Toledo. Tanto uno como otro de los articulistas, no sabiendo por dónde atacar, dan palos al aire. Porque, en el fondo, les corroe que Roma ponga orden y nombre obispos que les sacan las vergüenzas a los que tanto daño han hecho a Barcelona y a Cataluña.
Aurelius Augustinus