La visita de Benedicto XVI a Barcelona: Renovación o muerte de la Iglesia catalana
¡Qué duda cabe que la visita del Santo Padre a Barcelona –aunque brevísima– va a significar un saludable revulsivo para la Iglesia que peregrina en Barcelona (y en Cataluña)! Algunos la querrían fugaz, es decir, que el Papa llegue, consagre la Sagrada Familia y se marche. De esta manera quedaría satisfecha la vanidad de los capitostes eclesiásticos y civiles (Carod Rovira, incluido), que tendrían el tiempo suficiente para hacerse la foto con Benedicto XVI, y, al mismo tiempo, se evitaría que el Santo Padre curiosee más de la cuenta en una archidiócesis cuyos datos alarmantes, sin duda, debe conocer, tratándose de la sede correspondiente a una de las más importantes y cosmopolitas ciudades europeas. Pero, por lo visto, de la visita hace dos semanas de los responsables vaticanos que organizan los viajes papales, se desprende que el Pontífice desea pernoctar en Barcelona y ver el ambiente general.
¿Por qué hablamos de revulsivo? Porque la realidad eclesial catalana y, especialmente, barcelonesa es de enfermedad y postración y, por lo tanto, necesita una purga, algo que haga que todo aquello que le hace mal y la mantiene en ese estado patológico sea arrojado, como hacen los eméticos en determinados pacientes. Y esa purga sólo puede venir de Roma. La presencia de Benedicto XVI, que está poniendo orden en todos los sectores de la vida de la Iglesia, no puede por menos de significar un aldabonazo a las conciencias de todos los católicos barceloneses y catalanes, embotadas –según los casos– por la autocomplacencia, la indolencia, la resignación, el desaliento. Algunas despertarán y se espabilarán (¡ojalá sean muchas!); otras, después de un breve estado de percepción, volverán a su cómoda languidez y al letargo que les permite ignorar los problemas.
Pero hay quien ya está pensando en sabotear los posibles frutos de la visita papal. Se están estableciendo en estos días las comisiones archidiocesanas encargadas de su organización a nivel local. Por lo que hemos podido saber van a estar copadas precisamente por los mismos que, de uno u otro modo, son responsables del lamentable estado de cosas desde el punto de vista religioso. Es decir, que obviamente van a trabajar con denuedo para taparlo en la mayor medida posible y engatusar al Papa con espejismos. Porque, lógicamente, no se pueden enderezar tantos entuertos de la noche a la mañana al cabo de décadas de declive y deterioro. Es el recurso –que ya otras veces hemos mencionado– de las “perspectivas Potemkin”: como hacía el ministro de Catalina II de Rusia (que construía paisajes de cartón piedra a lo largo del camino por donde debía pasar la Emperatriz para hacer creer a ésta en la prosperidad de su pueblo), aquí también se va a pretender hacer creer al Papa que todo va bien en el mejor de los mundos posibles. Aunque dudamos sinceramente que Joseph Ratzinger –y perdónesenos la expresión coloquial– se chupe el dedo.
Es de suponer que, antes de realizar un viaje apostólico, el Romano Pontífice se informa con más o menos detenimiento del lugar que va a visitar y de las condiciones de la Iglesia en él. Sólo con abrir el Anuario Estadístico de la Iglesia y la Guía del Arzobispado de Barcelona (de la cual habrá más de un ejemplar en la Secretaría de Estado) y hojearlos un poco, se dará cuenta de que una ciudad como Barcelona, la segunda en importancia en España y de las primeras en Europa, prácticamente no tiene vocaciones y las ordenaciones sacerdotales son poquísimas. Este sencillo dato basta por sí solo para poner en alerta a Benedicto XVI, tan sensible al tema del sacerdocio (especialmente en este actual año sacerdotal que va hacia su culminación). Por otra parte, están los informes de los nuncios apostólicos y, quizás, hasta reportajes que no por no ser oficiales dejan de reflejar verídicamente una realidad sangrante (el de la revista ALBA, por ejemplo) y que algún prelado de la Curia Romana habrá leído y manejado.
Aunque la nomenklatura política catalana (Tripartito, nacionalismo) apoye el tinglado que van a armar los que mandan en la archidiócesis; aunque el cardenal secretario de Estado, bajo la impresión ilusoria de su visita de hace algunos días, predisponga al Santo Padre a favor del razobispado; aunque el cardenal Cañizares, en nombre de su extraña alianza estratégica con su homólogo Martínez Sistach, intente distraer la atención del augusto visitante de la penosa situación reinante; aunque Benedicto XVI sea traído y llevado según convenga a la cúpula del poder, lo que está claro es que, como muy bien ha escrito Oriolt en estas mismas páginas, “es Barcelona la que homenajea al Papa y no al revés” . Es decir, que su presencia aquí no significa de ningún modo cohonestar cuanto está pasando. En cambio, es una oportunidad de oro para que las cosas empiecen a cambiar. Me explico.
La misa de consagración de la Sagrada Familia va a ser un acontecimiento decisivo. En él se verá gráficamente la noción de Iglesia que sostiene el Pontífice: centrada en el Santo Sacrificio y en la que el sacerdocio católico desempeña un papel decisivo como dispensador de la gracia. Habrá que mirar con lupa la alocución papal, porque Benedicto XVI no da puntada sin hilo y, sin duda, nos dará un programa de renovación eclesial en ella. Incluso el imponente escenario de la Sagrada Familia, todo él impregnado de la piedad de un creyente ejemplar como fue Gaudí (que plasmó genialmente el dogma católico en la piedra de su maravilloso templo), ayudará a ver claro el contraste existente con la realidad. A partir de aquí muchas cosas tendrán que cambiar, pero dependerá ello, sobre todo, de una implicación seria del Pueblo de Dios en su “denuncia profética” de todo cuanto no funciona en la Iglesia barcelonesa y catalana.
Incluso desde ahora deberíamos hablar claro y, como quien dice, “a calzón quitao”. No valen falsos pudores ni respetos humanos. Hay que insistir en señalar que aquí hay gente de sotana y hábito que habla libremente a favor del aborto –y hasta colabora con él– sin que el prelado diga esta boca es mía; que la vida litúrgica sigue lastrada por la perjudicial hermenéutica de la ruptura en la mayoría de las parroquias e iglesias; que existen casos impunes de abusos sexuales por parte de clero, encubierto por altas instancias (y no sólo de ahora); que el motu proprio Summorum Pontificum no es de aplicación en Cataluña, donde reina todavía el bugninismo; que el catolicismo aquí está en vías de convertirse en residual; que existe una connivencia con el nacionalismo que ahoga la universalidad de la Iglesia y margina a un buen número de fieles; que el clero envejece y disminuye por la escandalosa falta de vocaciones y las pocas que quedan son formadas deplorablemente, y un largo y penoso etcétera.
Y no es únicamente cuestión de Germinans . Deben implicarse todos los que, de algún modo u otro aman a la Iglesia y no pueden ver sin tristeza e indignación cómo languidece a ojos vista. Aquí deben mojarse también todos esos grupos nuevos que han ido surgiendo y que tienen conciencia y sentido de Iglesia, por ejemplo e-cristians, que tanta gente moviliza en sus magníficas manifestaciones pro-vida. Ellos saben perfectamente que lo que aquí venimos denunciando es tristemente verdad. También deberían intervenir las personas de nota que tienen alguna influencia y me refiero concretamente, a los dos laicos catalanes que están en sendos dicasterios romanos como consultores y a quienes no se les oculta la gravedad de la situación eclesial bercelonesa y catalana. Ellos tienen la posibilidad de acceder a los círculos próximos al Papa y sería una pena que desperdiciaran esta ventaja para procurar ponerlos al corriente de ella. Y aquí no valen amiguismos episcopales y curialescos, cálculos de ventajas, oportunismos ni personalismos: aquí debe prevalecer la gloria de Dios y el bien de las almas, que, al cabo, es lo único que tiene consistencia verdadera.
Aurelius Augustinus