A crímine uno disce omnes
Hacía una semana que había sido invitado a escribir sobre el escándalo de la pederastia en la Iglesia, más bien en el sentido de si en nuestros lares no le tocará a más de uno poner sus barbas a remojar. Y llevaba dos días trabajando en este artículo, cuando leo un artículo entrando en el tema, pero con ganas de huir de él. Es cierta la hipocresía de los que se ceban contra la Iglesia por sus crímenes de pederastia. Pero entiendo que ese ensañamiento de los más amorales, forma parte de la penitencia que ha de cumplir la Iglesia por sus pecados de acción, de omisión, de silencio y en fin de cuentas de encubrimiento.
Es cierto que el problema de la pederastia, junto con los demás crímenes sexuales, no para de crecer en toda la sociedad de forma espeluznante incluso entre los propios padres, porque ésos son los frutos inevitables del árbol amoral-hedonista-egoísta que han plantado los nuevos dueños de nuestras conciencias, y riegan y abonan amorosamente a todas horas y por todos los medios, incluida la escuela. Recuerdo aquí, porque es oportuno hacerlo, que el aborto es el más abominable de los crímenes sexuales, el que va acompañado de la máxima violencia. Crimen sexual puesto que su fuente de justificación es la libertad sexual.
Por como van las cosas, tal parece que no está lejano el día en que el abuso de menores recibirá el nobilísimo nombre y el consiguiente tratamiento de educación sexual precoz. ¿No están oyendo los cantos de sirena del colectivo pederasta en la red? En ese mundo virtual llevan ya más de 10 años celebrando el Día del Orgullo Pederasta. Pues vayan aguzando el sentido, porque se trata de un ciclón de inmoralidad que no lo para nadie. ¿Con qué argumentos se podrá impedir que el padre pretenda su propia satisfacción sexual a costa de su hijo y encima con el pretexto de hacerle un bien a éste, si la madre puede liquidar al hijo porque para ella es un bien sexual su liquidación , y encima se deshace de él por su bien? Sí, sí, estamos atrapados en la ratonera.
Pero el que estemos en un mundo que cultiva la podredumbre sexual, no aminora en absoluto la tremenda responsabilidad de la Iglesia por enfangarse en el cenagal en que vive. Ni podemos andar buscando explicaciones en el celibato, porque prolifera con una fuerza espeluznante también fuera de él. La pederastia es un crimen que no tiene nada que ver con el celibato. La conciencia del pederasta es exactamente la misma que la del padre incestuoso que abusa sexualmente de sus hijas y de sus hijos aprovechándose de su corta edad y de su incapacidad tanto mental como física para defenderse. Y decir que la causa de que el sacerdote recurra a la pederastia es su celibato, es tanto como sostener que está en el orden de lo previsible que abusen de sus hijos aquellos padres a los que la mujer somete a ayunos más o menos prolongados.
Pues no, en absoluto. Hay padres viciosos y criminales, y hay sacerdotes viciosos y criminales. Más aún, dado el espécimen, la conducta abusiva tiende a extenderse a todas las hijas -y eventualmente también hijos- en el caso de los padres inclinados a esta clase de abusos, y tiende a extenderse a un número ilimitado de niños-niñas en el caso de sacerdotes viciosos y criminales. Y quien dice sacerdotes, dice también maestros, y toda clase de educadores y personal asistencial.
Por la regla de tres de que el celibato es el causante de todos los pecados sexuales en que incurren los sacerdotes, habría que concluir que el matrimonio es el remedio de todos los pecados de la carne. Y vemos claramente que no es así. El estar casado o tener pareja fija puede ser un remedio de la concupiscencia para quien tiene conciencia y decencia además de concupiscencia. Pero para aquel que se ha cargado la moral, no hay barreras. Puede cometer todas las aberraciones que le pida el cuerpo, sin tener por ello mala conciencia.
Y es aquí, en la conciencia, donde hay que fijar la vista en los sacerdotes. Perdónenme los sacerdotes progres, pero cuando oigo a alguno de ellos desbarrar sobre el aborto, apartándose de la doctrina y de la conciencia de la Iglesia a la que se consagraron, se me abren las carnes. Si admiten el más sangriento de los crímenes sexuales, ¿qué podemos esperar de ellos en cuestión de conciencia? ¿Cuál será la barrera para los demás? Por sus obras los conocemos. Para los sacerdotes pederastas, no hay barrera. ¿Acaso podíamos esperar otra cosa de los sacerdotes que se han hecho dueños del dogma y de la moral; que se han salido de la disciplina eclesiástica pero sin abandonar la Iglesia, antes al contrario sirviéndose de ella? Es que el aborto es muy progre, y la pederastia le va a la zaga.
¡Ah, ya! Veo que pide la palabra la hermana Forcades. Diga, hermana Teresa. Pues sí que dice, claro. Dice que se puede abortar sólo un poquitín a condición de que se esté sólo un poquitín embarazada. Claro, y luego vienen detrás sus hermanos en religión y progresía a decirnos que también se puede abusar sólo un poquitín y violar en un santiamén, que es cosa santa. Que si en los abortos cuenta el tiempo, cómo no va a contar en los demás delitos sexuales. ¿Cómo es posible que teniendo la Iglesia una doctrina tan acrisolada sobre este tema, nos venga la hermana Forcades con sus gansadas de cosecha propia, y el reverendo Pousa jactándose de haber pagado con el dinero de sus fieles tantos y cuanto abortos? ¿Y por dónde anda el pastor que de ese modo se le descarrían las ovejas? ¡Ah, sí! Anda en manejos curiales. Fíjense, hasta ha conseguido traerse al Papa para que le dé un buen tirón de orejas. ¿Cómo podía perder el tiempo en estas minucias, moviéndose él en tan altas estratosferas?
Seamos transparentes: ¿Es normal que un padre sufra tentaciones de pederastia? Pues sí lo es; de lo contrario, no existiría ningún caso de incesto y ni tan siquiera estaría tipificado el delito. Y tanto más se acentúan estas tentaciones, cuanto más rijoso es el padre en cuestión, con independencia del grado de satisfacción sexual que le procure su mujer. ¿Y qué es lo que frena a los padres que en algún momento han experimentado esta tentación? ¡Pues qué va a ser! Un combinado de amor y respeto a sus hijos y a sí mismos, un horror ante la indignidad de semejantes acciones; pero en el centro de todo, los hijos.
Y sin embargo estamos ante el hecho cierto de que para algunos padres esas barreras no funcionan, y el incesto es una plaga creciente cuyas dimensiones desconocemos. En algunos países se sabe que el 40% de las embarazadas de 15 años para abajo, lo han sido por sus padres y cada vez más, padrastros. La razón de estos crímenes contra la infancia es el retroceso de los valores que mantuvieron en pie la dignidad humana, y en ella la dignidad del padre.
¿Y qué decir cuando el “padre” es un sacerdote? ¿Se dan cuenta de la inmensa gravedad de que un sacerdote pierda los valores que le son propios? Si no tiene el freno del hijo, que a tantos padres les falla, podrían estar Dios y la santa madre Iglesia poniéndole el freno. Pero no, lo primero que han hecho esos “padres” ha sido convertirse en teólogos y canonistas a su medida. Ellos se han montado un “dios y una iglesia” a su imagen y semejanza. Por eso, cuando veo a esos sacerdotes tan pagados de sí mismos, que se han colocado por encima del bien y del mal convirtiéndose ellos en el canon de todo, me temo lo peor. No tienen conciencia (no al menos la de la Iglesia), no tienen sentido de culpa porque se han cargado hasta el pecado. ¿Podemos esperar de ellos algo bueno?
Cesáreo Marítimo