Espinas de Semana Santa
Antoni Puigverd i Romaguera, poético articulista empordanés de la Vanguardia , publicó este pasado lunes el artículo “Espinas de Semana Santa” que reproducimos a continuación. Puigverd, un maragallista defraudado por Maragall, es un intelectual católico que no esconde su fe.
Aunque estemos en desacuerdo con algunos posicionamientos, nacidos de un sentimentalismo romántico proclive a la idealización inmediata de lo inmediato, en otros estamos plenamente en sintonía (la persecución calumniosa generalizada sobre al sacerdocio católico como colectivo). Nos pide autenticidad a los que respectamos la Misa Tradicional , y se lo agradecemos. Esperamos de él que se aproxime a Ella también con profundidad. Esperemos todos –especialmente nosotros los catalanes- que del romanticismo adolescente desembarquemos al realismo cristiano -tan bien expuesto por Santa Tomás en lo dogmático y lo moral- donde se han forjado aquellos incontables hombres íntegros que han poblado la Iglesia a lo largo de los siglos.
Las imágenes del crucificado se superponen a los primeros bikinis de la temporada. Comienza la Semana Santa y en el aire flota cierta alegría vacacional. La crisis no cede, pero nuestra industria turística parece que se da un respiro. Estalla el sol primaveral en las playas mientras aumenta el bullicio en las estaciones de esquí, colmadas por las nieves del invierno. Sin olvidar el fenómeno de los destinos religiosos. La muerte y la resurrección de Cristo , que ha fundamentado tantos siglos de creencia y cultura, ahora es un pilar del sector turístico. El olor del incienso y los efluvios de los restaurantes se confunden. Iglesias vacías, reconvertidas en museos o salas de concierto. Exitosas misas en latín y con canto gregoriano (éxito que no es fácil deslindar de la fascinación actual por los parques temáticos de carácter histórico).
El latín acompaña también una corriente de fondo: el retorno a la ortodoxia perdida. Los pontífices Wojtyla y Ratzinger restauraron el viejo rumbo de la Iglesia. Y años después de aquel retorno llegan también las cuentas pendientes: el escándalo de los abusos a menores por parte de religiosos católicos crece por momentos.
Se ha desarrollado en los últimos años, en paralelo al radicalismo moral con que la Iglesia se ha opuesto en solitario a las posiciones sensualistas y relativistas dominantes en Europa. Benedicto XVI planteó el combate contra el relativismo occidental en el terreno de las ideas. Proclamando la existencia de una verdad en una época en la que la noción misma de verdad es percibida como anacrónica; reivindicado la síntesis de fe y razón (amor y logos) que caracteriza la tradición cristiana, y abanderando una moral radical sobre la vida humana (aborto, eutanasia, sexualización) en franca discordancia con las corrientes dominantes en Europa. Pero a Joseph Ratzinger le están obligando a pelear en un terreno que no domina: el mediático, caracterizado, como comprobamos diariamente, por tremendos torbellinos emocionales, que obligan al que queda atrapado en la vorágine a defenderse en posición concesiva y perdedora, cuando no humillante.
La espiral obsesiva de los medios occidentales en relación con los casos de pederastia en el seno de la Iglesia deforma monstruosamente la realidad. No sólo porque los casos afectan apenas a un 0,6% de los religiosos, sino porque no se corresponde para nada el bombardeo de noticias sobre supuestos abusos religiosos con los verdaderos protagonistas de la repugnante lacra social de la pederastia: las cifras del caso alemán revelan la magnitud del problema (¡210.000 casos censados desde 1995!) y, a la vez, la cuota de responsabilidad católica: sólo 94 casos corresponden a religiosos: un 0,045%. Los que condenan severamente a la Iglesia por doble moral también incurren en ella, pues al confundir a la opinión pública sobre el verdadero alcance de esta lacra demuestran estar más interesados en reconvertir el drama de unos niños en filón mediático. El sufrimiento de los niños acosados (y el de los adultos que ahora denuncian abusos) no entiende de cifras, claro está. Por ello Ratzinger está pidiendo perdón e insta a las iglesias locales a colaborar con la justicia y a compensar a las víctimas. Pero la lógica de los medios (y de los intereses que los acompañan) es fabricar emociones. Y no hay mejor fábrica de emoción que unos niños sufrientes en manos de unos libidinosos curas. Aunque las historias sean de décadas atrás.
Personajes muy celebrados por los más severos acusadores de la Iglesia no sólo han practicado la pederastia, sino que se han jactado de tal práctica: "Mi permanente coqueteo con estos niños adquirió de pronto una tonalidad erótica. Podía sentir perfectamente cómo las niñas de cinco años habían aprendido a excitarme", escribía en 1976 Cohn-Bendit (Dany el Rojo) relatando su experiencia como monitor. El argumento de que la Iglesia tiene más responsabilidad que, pongamos por caso, Dany el Rojo, carece de lógica: un crimen lo es al margen de la pertenencia ideológica del criminal. Pero nadie deja que la lógica le estropee un guión: el relato de los curas libidinosos permite reelaborar los viejos clichés anticlericales y confirmar el prejuicio: "Son represores y están reprimidos, pero son los más golfos". Juan Pablo II descubrió que los medios de comunicación funcionan como trampolín de la fama global. Benedicto XVI descubre que pueden también convertirse en cadalso del resentimiento global.
Ante el intento de cortar virtualmente la cabeza de Ratzinger en el cadalso global, el Vaticano responde que el ataque está reforzando la autoridad del Papa. Seguramente: todo ataque exterior cohesiona el interior. Pero el problema afecta menos al Vaticano que a los clérigos humildes que mantienen el culto en las iglesias vacías de una Europa (de una Catalunya) más que laica: displicente u hostil a la religión. La sombra de la sospecha se proyecta sobre ellos. Algunos son verdaderos héroes: entregan su vida a los enfermos, miserables y desamparados. Otros son simplemente honestos: fieles a sus creencias, a su iglesia, a su fe. Sujetos a la burla o la indiferencia del entorno, envejecidos, empobrecidos, abandonados de unas jerarquías que desconocen la soledad y las limitaciones con que se enfrentan a los obstáculos a su ministerio. Estos clérigos reviven su propio Getsemaní. Les coronarán con espinas que no merecen y nadie llorará por ellos.
Quinto Sertorius Crescens