Escandalizarse sin moral
El relativismo moral, la moral que desprecia la moral y que entroniza la tolerancia, juzga con inusitada dureza y subjetividad impúdica, los delitos de unos pocos sacerdotes con el fin de atacar con prejuicio a la Iglesia y demonizar el celibato, ocultando la gravedad de un serio problema como la pederastia, drama que sufre nuestra sociedad y afecta a notables profesiones e incluso a los mismos padres.
Cuando los medios de comunicación se alteran alterando, responden a dos estrategias: una es la dirección previamente escogida sobre contra quién hemos decidido emitir un juicio público, con los tiempos previamente escogidos, para ir dilatando y rentabilizando la “noticia escándalo”, y así dañar en los tiempos y espacios escogidos, y ser así contra noticia. Y la segunda estrategia es, la de conseguir rentabilidad con el escándalo en mesura de audiencias, a través del conocido “Todo vale por la audiencia”.
Para proceder así, es necesaria una cultura que niega la esencia de la moral y transcurre en un moralismo, que solo es emoción y sentimiento según dicta aquel o aquellos que dominan el juicio público. De este modo, el relativismo, negando el sentido objetivo de los hechos, y vaciando la pregunta por el bien, la verdad y lo justo, consigue que todo quede al arbitrio y capricho del que domina “el Gran Hermano de turno”.
Digo todo esto al recibir el alud de noticias sobre hechos delictivos sexuales cometidos por algunos sacerdotes, (en algunos casos son hechos muy antiguos o ya juzgados, otros están pendientes de juicio y en ellos hay que tener presente la presunción de inocencia y otros pocos los hechos ya contrastados). En este torbellino mediático, veo la intencionalidad oscura antes expresada.
Queda del todo diáfana y clara la postura de la Iglesia, que en palabra decidida y rigurosa del Papa, ha pedido todo esfuerzo para aclarar los hechos, colaborar con la justicia, resarcir a las victimas, especialmente por ser menores. Al tiempo que ha expresado el profundo dolor de la Iglesia, proponiendo un tiempo de conversión y pureza, que nos lleve a una renovada fidelidad.
También es obvio que los hechos están narrados desde el lodazal de una estrategia para nada inocente, que sistemáticamente silencia los otros casos de abusos a menores cometidos por profesionales de otras vocaciones de gran relevancia e importancia social, como la de los maestros, profesores, asistentes sociales, médicos, ministros religiosos de otras confesiones, entre otros. Y en el peor de los casos, los propios padres; y todos estos casos en notabilísimo mayor número que el que afecta a los sacerdotes católicos. Con lo cual queda meridianamente claro, que nos enfrentamos a un gravísimo problema social, que en lugar de ser tratado con el rigor y gravedad que merece, se utiliza para otro fin, el criticismo exacerbado contra la Iglesia.
Por último sorprende que la respuesta valiente y clara del Papa Benedicto, reciba como respuesta, más dureza contra la Iglesia; y que la cultura que entroniza la tolerancia sea injusta y amoral, con los modos de actuar de nuestros obispos, que alejados de todo relativismo, son severos contra pecados tan graves como el de abusar sexualmente de menores, pero que también ejercen como pastores de un pueblo de fieles y como pastores de sus sacerdotes, procurando desde la caridad el bien en mayúsculas.
Calimerus Magrus