Esfuerzo cuaresmal por comprender a Sistach
Los que continuamente nos interrogamos no tanto sobre los hechos en sí sino sobre las causas y motivaciones de estos, repetidamente hemos intentado ponernos no sólo en la complicada mente del cardenal Sistach sino también el tortuoso mundo afectivo que lo mueve y sostiene.
Está claro, como he intentado dejar claro en otras ocasiones, que nuestro arzobispo más que un hombre de principios es un hombre instrumentos, es decir sus facultades intelectuales y volitivas no se sustraen a la tentación de pensar que el fondo el verdadero y único camino es el que, plagiando a Machado, “se hace al andar”
En una palabra, sic et simpliciter, Sistach participa de aquella visión y concepción de la verdad, común a la llamada “nouvelle theologie”, según la cual esta ya no se concibe como la conformidad del intelecto con la realidad y sus leyes inmutables sino como la conformidad del intelecto con las exigencias de la acción y de la vida humana que siempre evoluciona. A la filosofía del ser u ontología se la sustituye por la filosofía de la acción que define la verdad no ya en función del ser y sus principios sino de la acción. De esta manera se acerca al presupuesto modernista, tan actual en muchos sectores de la Iglesia contemporánea: la verdad evoluciona con el hombre. Este es el resultado de la filosofía de la acción y el fundamento de la crisis de la apologética contemporánea: haber caído en las ilusiones del idealismo con todos los riesgos que comporta para la fe.
Sistach es un hombre vitalista, en la peor acepción del término, que juzga los ideales como quimeras o, peor aún, espejismos de iluminados o escrupulosos.
Por lo que gratamente se siente impactado y contento nuestro Cardenal Arzobispo es porque en Barcelona “se hacen muchas cosas”. Y continuamente lo repite replicando cualquier razonamiento contrario a su lógica.
Y es que su “forma mentis” lo ha conducido a un grave error: un relativismo casi completo al menos en lo que al enjuiciamiento de las cuestiones se refiere. De ahí su obsesión por ese “afirmar” todas aquellas cosas que los enemigos de la Iglesia, especialmente los políticos e intelectuales “progres”, desean escucharnos decir. Cuando se leen sus artículos semanales, publicados cada domingo en “La Vanguardia”, uno reconoce una mal disimulada complacencia con lo “políticamente correcto” y un afán de mendigar la aprobación de la opinión pública, del establishment institucional e intelectual, de aquellos “400 que caben en un ascensor” y que no han dejado de tener nunca la sartén por el mango. El clero que lo sostiene y al que privilegia es mayoritariamente de este talante ¿por qué oponerse a ellos y complicarse la vida?
En otro orden de cosas, Martínez Sistach nunca propondrá interpretaciones nuevas de los dogmas, ni una nueva perspectiva del pecado original, la encarnación, la redención o la eucaristía. Tampoco, ni siquiera complaciéndose en la invitación a la Comunidad de San Egidio para el interreligioso Encuentro Mundial de por la Paz 2010 caerá en ningún error acerca de la convergencia final de todas las religiones en un centro cósmico universal.
Ni tiene esa capacidad ni, a Dios gracias, esa presunción.
Aparentemente Sistach mueve astutamente todas las piezas del tablero de ajedrez. De lo que quizá no se da cuenta es de que, víctima de su filosofía de la acción, al hacer jugadas con tantos peones en movimiento se puede quedar sin defensas y puede sucumbir ante un jaque mate.
Ponderen nuestros lectores en un futuro inmediato la exactitud de este juicio.
Prudentius de Bárcino