Capítulo 11º: ¿Una Misa ecuménica?
Antiguo y nuevo escudo-logotipo de los Misioneros del Verbo Divino
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¿A qué jugaban los del Verbo Divino?
Se ha escrito mucho en las últimas décadas sobre el peso de los patrones teológicos europeos en la génesis y desarrollo de la llamada “Teología de la Liberación” en los países iberoamericanos. De todos es más que sabido como ésta corriente se engendró en las aulas y los pasillos de las Facultades teológicas de Alemania, Holanda o Bélgica de la década de los 60 y 70 y cómo algunas congregaciones religiosas fueron la correa de transmisión de sus dogmas y su praxis. Por otra parte, algunos también se han dedicado con mucho detalle y perseverancia a relatar como esa efervescencia ideológica norte-europea anteriormente había adquirido una importancia singular en la configuración de las tendencias que fueron definiéndose en el Aula conciliar. Bien podríamos en ese sentido hacer nuestra aquella imagen plástica ya famosa de un río Rin que afluye y desemboca en el Tiber ( “le Rhin se jette dans le Tibre” ).
Quizá se haya escrito menos sobre cómo muchos de los postulados que en nombre de los países de misión y de las culturas periféricas no-latinas fueron usados en la discusiones litúrgicas conciliares, en realidad habían sido elaborados por europeos procedentes de las diversas congregaciones misionales que estaban recibiendo una similar influencia ideológica centroeuropea y que, a través del inicial prestigio de sus institutos religiosos, adquirieron protagonismo en el Concilio.
El caso que hoy traigo a colación, el de los Misioneros del Verbo Divino resulta, a mi entender, paradigmático. Miembros de una maravillosa congregación misional holandesa fundada por San Arnoldo Jansen, tupida de santos , no escaparon en sus centros de formación a los influjos teológicos contemporáneos y de esa manera sus más válidos elementos, promocionados al episcopado por el ardiente celo misionero del venerable Pío XII, se convirtieron en los difusores del progresismo y de sus postulados pastorales, arraigados en una muy peculiar teoría eclesial de la inculturación de la fe.
Comparemos si no, las casi ingenuas apreciaciones de mons. Andrew D´Souza, obispo de Poona en la India, en su intervención, él oriundo de la región y heredero de la tarea misional portuguesa de los siglos XV y XVI, con las intervenciones de los misioneros del Verbo Divino, los religiosos Duschak y Kemerer, obispos respectivamente en Filipinas y Argentina.
Más que el “apasionante” desfile de tipos, como refiere Martín Descalzo, contemplemos la singular pasarela de elementos.
“ Siguen resultando interesantísimas las conferencias de Prensa: casi todos los días habla en alguno de los centros nacionales algún obispo para exponer sus sugerencias o las cosas que la experiencia le ha enseñado en su país. Es un desfile de tipos apasionante.”
Un obispo indio, monseñor D´ Souza, venía a descubrirnos lo difícil que es imponer las mismas formas, las mismas ideas para todos los pueblos. Nos decía, por ejemplo, que la comunión bajo las dos especies crearía problemas gravísimos en la India, ya que la Iglesia podría ser denunciada por distribuir vino gratuitamente. En cambio el rito matrimonial, tal y como hoy se hace, resulta ininteligible para los indios. Los anillos que se ponen a los esposos no significan allí nada. ¿Por qué en su lugar no usar la costumbre india de hacer un nudo entre el vestido del esposo y el de la esposa? ¿Y por qué en lugar de arras no podía ofrecer el esposo el tradicional plato de maíz?
De nuevo, la globalización ha dejado sin vigor la teoría de alianzas (“anillos que se ponen los esposos”) de mons. D´Souza : a cincuenta años vista desde su intervención, no hay país en el mundo que por influjo del cine americano no haya adoptado los patrones estéticos del matrimonio occidental. Y además calcado: no hay boda en la China o en Japón, en la India o en Indonesia en la que los jóvenes esposos, ellas y ellos, no lleven su vestido blanco y su traje con corbata o pajarita, no se intercambien las sortijas y corten la hermosa tarta de pisos para los invitados al final del convite. Y eso aunque para contentar a las familias más clásicas se complete la ceremonia con una típica celebración tradicional según las costumbres locales. En cuanto a la introducción de costumbres locales en el rito del matrimonio, la Iglesia que siempre ha sido sabia en estos particulares, ha ido adoptando otros gestos simbólicos propios del talante cultural de los diversos pueblos en los iba arraigando la fe: el mismo rito de las arras del que nos habla mons. D´Souza no pertenece al rito romano sino a las legítimas tradiciones hispánicas del que él mismo es heredero por la influencia portuguesa en la costa india. Como también lo son la velación de los esposos o añadir a la entrega de arras algún roscón o dulce típico que la mayoría de las veces acababa en la mesa del oficiante (véase párroco). De todos modos, reitero que creo que esa intervención esta movida por un auténtico celo apostólico y una más que evidente buena fe del buen obispo indio.
De otra dimensión y calado me parecen las de los dos misioneros del Verbo Divino.
“Un obispo filipino, monseñor Duschak, exponía una audaz teoría sobre la misa. Según él, no hay nada que hacer con la misa tal y como hoy se hace; es una acumulación de ritos latinos que, por mucho que se reformen, nunca tendrán un verdadero valor universal ¿Por qué no hacer un tipo de misa totalmente nuevo es decir, íntegramente tradicional, en el que simplemente se repitiera lo que Jesús hizo en la última Cena, tal y como Jesús lo hizo? Sería una "Misa ecuménica" que serviría de lazo de unión de todos los ritos en la fidelidad literal del Evangelio”.
¿Quién no reconoce aquí las teorías arqueologistas de nuestro amigo Lambert Beaudoin? Estas fueron las palabras exactas, traducidas al italiano de Mons. Duschak:
“È necessario istituire, al di fuori e al di là del rito latino, una messa ecumenica, ispirata alla Santa Cena, interamente celebrata in volgare, a voce alta e rivolti ai fedeli, in maniera che essa sia accessibile senza spiegazioni né commenti e sia accettabile da parte di tutti i cristiani al di là della loro specifica confessione. Perché il più grande concilio ecumenico della storia non dovrebbe dare l’ordine di studiare una nuova forma della messa, adatta gli uomini dei nostri tempi?”
No conozco con precisión como llevó Duschak a cabo la reforma litúrgica posconciliar en su diócesis, desde aquel momento hasta que en 1973 presentara la renuncia a su sede episcopal. Lo que sí puedo plasmar es una imagen de celebración eucarística en aquel “su” Seminario, cuya puerta de ingreso se encuentra flanqueada por un destacado busto de su persona. Una imagen vale más que mil palabras.
Cambiemos ahora de tercio y pasemos al otro, que matizando, plantea su cuestión a partir de presupuestos diferentes.
“Monseñor Kemerer, obispo de Posadas, planteaba el problema de tantos pueblecitos americanos a los que el sacerdote no llega más que una vez por mes o por trimestre. ¿No podrán tener un culto verdaderamente litúrgico, ya que no tienen misa? Él, en su diócesis, viene ya practicando hace tiempo una experiencia y con magníficos resultados. Se encontraba con el problema de que, en muchos de estos pueblos perdidos, las almas buenas se iban al culto protestante por la simple razón de que necesitaban hacer algún acto de servicio a Dios y no tenían culto alguno católico porque raras veces veían al misionero. El obispo, entonces, preparó un pequeño grupo de catequistas en cada pueblo que hacían un culto inspirado en la misa, en el que se incluían lecturas bíblicas y un sermón que cada semana mandaba escrito el prelado. Pero a todo esto le faltaba algo muy importante, que es lo que monseñor Kemerer quiere pedir al Concilio: la posibilidad de que estos seglares pudieran distribuir la comunión. El sacerdote podría consagrar formas para varias semanas y uno de estos seglares, ordenado de diácono, podría distribuir la comunión como hacían los diáconos en la antigüedad.
Aquí es necesario hacer algún “distinguo”. En lo que se refiere a las “celebraciones de la Palabra” nunca nadie ha podido imponer nada contrario a este deseo de alimentarse de la Escritura concretado en la escucha de diversos párrafos (o de las mismas lecturas de la Misa del día) alternada con cantos y más si cabe, completada con la lectura pública del sermón dominical escrito por el prelado. A la cual pudiera añadirse la recitación del Padrenuestro junto a otras oraciones guiando las almas hacia una “Comunión espiritual” no exenta de muchas gracias y fuente de altísimos dones divinos.
Cosa distinta resulta la cuestión de la comunión. Dice mons. Kamerer: “distribuida por seglares…uno de ellos ordenado de diácono”. O son seglares o son diáconos ¿en qué quedamos? Ya intuimos lo que sugiere y cuál el celo apostólico que aparentemente le mueve. Pero son cosas muy diferentes las propugnadas. Cierto que ambas son preludio de lo que después constituirían (y no sólo en los países misionales del Tercer Mundo) las famosas A.D.A.P. del Centre de Pastoral Liturgique de Paris (Asamblées dominicales a l´absence du prête ) y que a cuarenta años vista de su paulatina implantación, incluso en Europa, merecen ser revisadas con detenimiento. Y es necesario que así sea, tomando en cuenta todas sus vertientes y consecuencias: la “clericalización” de los seglares, las religiosas convertidas en “liturgas”, la proliferación de unos diáconos permanentes con poder omnímodo en las comunidades cristianas de las que surgieron y en las que residen y ejercen su ministerio, frente a los presbíteros y la responsabilidad pastoral confiada a ellos por los obispos. La influencia de la implantación de las A.D.A.P. en un letargo de la animación vocacional en las comunidades. Se pueden fácilmente preguntar ¿son realmente necesarios los presbíteros?
Veamos lo que respondió el Papa Benedicto XVI ante el obispo de Aosta mons. Giuseppe Anfossi, en la localidad valdostana de Introd, tras escuchar la preocupación ante la situación de los sacerdotes que al ser pocos “deben ocuparse de tres, cuatro y a veces cinco parroquias, y están agotados”. Era el 25 de julio de 2005 durante los días de descanso que el Santo Padre pasa en el Valle de Aosta:
“Creo que el obispo, juntamente con su presbiterio, está buscando la mejor solución posible. Cuando yo era arzobispo de Munich, habían creado este modelo de celebraciones de la Palabra sin sacerdote, para que la comunidad se mantuviera presente en su propia iglesia. Decían: cada comunidad se mantiene, y donde no hay sacerdote hacemos estas celebraciones de la Palabra.
Los franceses encontraron la palabra adecuada para estas asambleas dominicales: "en absence du prêtre" (en ausencia del sacerdote); pero, después de cierto tiempo, comprendieron que esto puede acabar mal, entre otras cosas porque se pierde el sentido del Sacramento, se realiza una "protestantización" y, en definitiva, si sólo hay celebración de la Palabra, puedo celebrarla también en mi casa.
Recuerdo, cuando yo era profesor en Tubinga, al gran exegeta Kelemann ?no sé si conocéis este nombre?, alumno de Bultmann, que era un gran teólogo. Aunque era protestante convencido, nunca iba a la iglesia. Decía: también en mi casa puedo meditar en las sagradas Escrituras.
Los franceses cambiaron luego la fórmula de las asambleas dominicales "en absence du prêtre" por la fórmula: "en attente du prêtre" ("en espera del sacerdote"). O sea, debe ser una espera del sacerdote; normalmente la liturgia de la Palabra debería ser una excepción el domingo, porque el Señor quiere venir corporalmente. Por tanto, esa no debe ser la solución.
Se instituyó el domingo porque el Señor resucitó y entró en la comunidad de los Apóstoles para estar con ellos. Así comprendieron que el día litúrgico ya no es el sábado, sino el domingo, en el que el Señor siempre de nuevo quiere estar corporalmente con nosotros y alimentarnos con su Cuerpo, para que nosotros mismos nos convirtamos en su cuerpo en el mundo.
Es necesario encontrar el modo de ofrecer a muchas personas de buena voluntad esta posibilidad. Ahora no me atrevo a dar recetas. En Munich proponía algo, pero no conozco la situación de aquí, que ciertamente es un poco diferente. Nuestra población es increíblemente móvil, flexible. Si los jóvenes hacen cincuenta o más kilómetros para ir a una discoteca, ¿por qué no pueden hacer cinco kilómetros para acudir a una iglesia común? Pero, esto es algo muy concreto, práctico, y no me atrevo a dar recetas. Sin embargo, se debe tratar de suscitar en el pueblo este sentimiento: necesito estar con la Iglesia, estar con la Iglesia viva y con el Señor.
Se debe dar esta impresión de importancia; si yo lo considero importante, esto crea también las premisas para una solución. Pero, excelencia, debo dejar abierta la cuestión en concreto.”
Y aunque parezca ridículo, recordemos la respuesta y la toma de posición reciente de aquellos dominicos holandeses sobre la eucaristía celebrada por seglares que han tenido influjo en los sectores más progresistas de la Iglesia como afirma un tal Juan Cejudo de las Comunidad Cristianas Populares
Aquí teneis la noticia de octubre de 2007 y en este Pdf una reflexión teológica progresista sobre la misma hecha en 2009, algunos meses después (si el sistema os advierte que el archivo puede resultar perjudicial , responded que ya lo sabéis, que Dom Gregori os ha advertido…)
De aquellos polvos, estos lodos…
Dom Gregori Maria