No todo fue perfecto en el "Escaparate Sistach"
Sería de una ceguera obtusa y letal para cualquier examen de la realidad que quisiera obviar ese dato incontestable, el negar cómo el saldo del conjunto de festejos del sábado 23 de enero, entorno a la beatificación, ha resultado ampliamente positivo para los fines y objetivos planificados por S.E. el cardenal Martínez Sistach.
El auténtico milagro de la beatificación fue el de la sosegada paz que todos los asistentes evidenciaban y el ambiente de letífica serenidad que mostraba la Basílica de Santa María durante la celebración, y que a los ojos del Legado Pontificio Mons. Amato y del Nuncio Frattini así como para el juicio de todos los obispos del resto de España presentes en el evento, acabó constituyendo un innegable activo favorable a Sistach.
En orden pues a los objetivos de Sistach, que son construir un escaparate ante Roma y Madrid que evidencie una normalidad en la situación de la Iglesia en Barcelona, y por ende en Cataluña, y pues una positiva gestión de su pontificado, la beatificación le ha aportado muchos puntos.
Roma es romana, valga la redundancia, es decir acaba sucumbiendo al llamado espíritu romano, donde lo importante es el saldo. El respeto a los principios es importantísimo, las apariencias cuentan, pero al final hay que optimizar resultados. Lo definitivo no es si ha sido arduo encontrar los ingredientes para el ragout, si estos eran más o menos caros, si hacia calor en la cocina o si se si rompió la bandeja en la que los “bucattini” se iban a servir: lo importante es si todo el mundo comió, si quedaron satisfechos y si la “mamma” fue agasajada con cariño por los invitados. Così è Roma!
Y aunque es cierto que son muchos y bien situados nuestros “hombres en Roma”, mucho nos tememos que estos, al menos en un principio y aún conociendo el percal, se unan al aplauso general que suscita Sistach y esta beatificación. No olvidemos que Roma suele estar poblada de personas que esencialmente defienden las causas de sus superiores que erigen en plataforma para su propia causa. Más si cabe, sabiendo que la beatificación del P. Tous en abril, en el marco incomparable de la Basílica de Santa María del Mar, previsiblemente acabará presentándose como un éxito más en las aspiraciones de Sistach. Por eso no hay que menospreciar al adversario: la “apuesta Turull” se convirtió hace tiempo, y por nuestra culpa, en cuestión de pundonor para el cardenal Sistach. Y hasta que alguien demuestre lo contrario, el arzobispo de Barcelona es un cardenal de Santa Romana Iglesia, y nosotros ni somos nadie ni tenemos rostro, al menos hasta que nadie nos haga la maqueta de nuestro perfil ante las instancias que cuentan y pueden resolver. ¡Ojo pues con los desdenes!
Pero no todo es oscuro en este camino. A veces se ven resquicios de luz porque el “dulce final” que debía concluir la obra se tuerce y la guinda que debía coronar la cúspide el pastel rueda hasta el suelo y descubre las miserias de las recámaras.
En la fatigosa preparación de la celebración, cansina por la soberbia voluntad del cardenal de controlar todo “manu militari”, él en persona no quiso se añadiera la piadosa visita de rigor a la tumba del beato concluida la ceremonia. Así pues, y tal como con anterioridad había dispuesto Sistach, el cortejo “di calore” salió de la sacristía, cruzó el presbiterio, llegó al Altar del Roser (lado evangelio) con la intención de salir por la puerta allí sita camino de l´Hort del Rector, donde habían aparcado los vehículos las altas autoridades eclesiásticas.
Pero he aquí, ¡oh incómoda sorpresa!, que el mismísimo Legado Amato encontrando a faltar la oración ante la tumba, comenzó a exclamar en alta voz: “ La tomba! La tomba! Dobbiamo visitare la tomba!”. En aquel preciso momento, su secretario y oficial de la Congregación para las Causas de los Santos, Don Claudio Jovine, expedito se dirigió al Eminentísimo Cardenal de Barcelona que ya había tomado las de Villadiego (cames ajudeu-me!) y se encontraba a punto de salir de la Basílica para darle a conocer el explícito deseo del Legado Pontificio. Fue solo entonces cuando con ese porte “resuelto y campechano” que usa el de Barcelona y esa sonrisa “¡ay, tengo la cabeza como un chorlito!”, toda la comitiva dio marcha atrás, volvió a la nave hasta la altura de la Capilla de las Santas donde incomprensiblemente reposan sus restos, sin ser exhumados para su veneración pública, pudiendo así Mons. Amato finalmente y de rodillas, rezar en devoto recogimiento ante las reliquias del Beato Samsó.
A la “finezza” vaticana no se le escapa el más que evidente deseo del Cardenal no tanto de concluir la ceremonia, como de enterrar por segunda vez y de manera definitiva al Dr. Samsó, revelando así no sólo su falta de convicciones entorno a la figura del Beato, sino su falta de sentido sobrenatural, su fingida piedad y sus calculadores gestos de cortesía y agasajo. Sistach únicamente trabaja “pro bono suo”. Tener esa clave de interpretación hace intuir qué hay tras las bambalinas y los decorados. Cómo se sustenta y qué oculta el bien llamado “escaparate Sistach”. Sólo en ello, y aunque resulte triste afirmarlo, podemos encontrar una brizna de esperanza para el futuro de nuestra Iglesia diocesana tras la estéril y dolorosa “era Sistach”.
Prudentius de Bárcino