A Sistach se le vió el plumero
Sentadito en un banco compartido con otros cuatro fieles, he asistido a la beatificación del Dr. Josep Samsó Elias en la Basílica de Santa María de Mataró. Yo, pobre fiel del pueblo de Dios aquí bautizado y confirmado, pero algo entendido en las cosas de su Iglesia, he vivido con mucha emoción el anuncio de la glorificación pública de quien nunca conocí, pero a quien siempre admiré, he procurado imitar y al que muchas veces me he encomendado.
La ceremonia ha empezado con cierto personaje desafinando, que no cantando, por el micrófono (el mismo que animó el Concilio Provincial Tarraconense y la mano derecha de Sistach en su pontificado en Tarragona): “Oh màrtirs del Crist”, como siempre se hace en esta mal atendida iglesia y contra lo que aconsejan todos los peritos musicales. El Legado Pontificio ha aparecido en traje coral. Evidentemente, el Legado tenía que presidir, aunque no fuera cardenal, la celebración. Tal como está mandado incluso en los Concilios Ecuménicos y aunque el Legado no sea ni Obispo. Pero Sistach no lo ha permitido. Él tenía que ser la estrella. Amato el Legado sí, que cumpliera sus funciones “burocráticas” ya que el Papa había tenido la descortesía de no nombrarle a él Legado, pero no tenía que ofuscarlo.
El Kyrie de la Missa de Angelis ha resaltado por su desentonación, su atonía y el desajuste errático de su conclusión…
El momento de la beatificación ha dejado más que claro que Sistach ha llevado a mal no ser él también la estrella en ese momento. La “petitio”, contra toda lógica, la ha hecho el que presidía, el texto latino de la Carta Apostólica lo ha leído el Legado papal y, después de la lectura de la traducción en catalán, Sistach ha puesto el broche como si él mismo fuera el que beatificaba a Samsó.
La homilía, breve, ha dejado muy claro de quien era la iniciativa, y cuales eran los objetivos de la beatificación. Parecía, en boca del interfecto, un resumen probatorio de cuanto ha dicho Germinans Germinabit, durante los últimos meses.
El resto de la Misa ha sido un ofertorio estentóreo y largo y un canon brevísimo, recitado y cantado, por el comediante consumado que es Sistach, el cual no ha parado de dar las órdenes, de hacer las acotaciones y las apostillas que todos los asistentes hemos oído por los altavoces.
Mi triste impresión, al ver este cardenal sui generis actuando, ha sido que realmente la gracia no destruye la naturaleza y que “quod natura non dat Salamantica non praestat”.
En una palabra, ha sido una beatificación “more sistachetiano ordinata”, en la que él ha sido el único protagonista y el beatificador en realidad de unos usos y una Iglesia, la catalana, que da pena en abstracto, pero que produce vómito al verla reunida. Lo más grave ha sido también la extraña actitud de la Santa Sede, doblemente representada ad casum por el Legado papal Amato y ad omnia alia por el Nuncio Fratini: su silencio, su incapacidad de reacción y su miedo ante una Iglesia catalana que es vista siempre como una amenaza. Para probarlo históricamente allí estaba el otro celebrante principal: Ricardo Carles Gordó.
Al salir me pregunto: ¿Logrará Samsó, con su intercesión, un párroco continuador de su línea ministerial de fidelidad a Cristo y al Evangelio? Si los legados del Papa están callados y permanente puestos a un lado, será muy difícil que la Iglesia en Cataluña se regenere. ¿Sistach habrá oído lo que el cantor cantaba estridentemente durante la comunión: “Si m’escolteu i sou humils escoltareu la meva veu (Si me escucháis y sois humildes escuchareis mi voz)”? ¿Ha oído las hermosas y profundas palabras del Legado Pontificio? ¿Ha entendido que el mensaje de Samsó, según Amato, es precisamente el perdón y la reconciliación?
Al salir y camino de mi casa he topado con mi Cardenal Arzobispo y su séquito. Como el César triunfante iba saludando a las masas y repartiendo esas horrorosas sonrisas “frankensteinianas”. No puedo reprimir mi pensamiento: “¿Qué habrá puesto Dios en esta cabeza?”. Sí, no puedo reprimirlo, y que Dios me perdone, yo pienso que serrín…
Iluronensis fidelis