Las reacciones fóbicas al nombramiento de Monseñor Munilla
Mucho se ha hablado sobre la reciente designación de Monseñor Munilla como obispo de San Sebastián, pero sí se observan detenidamente las reacciones, resulta que los fuegos de artificio han sido encendidos por quienes más temor tienen a quedarse sin prebendas. No solo se trata de una contienda ideológica, sino de algo mucho más prosaico: miedo. Un terrible pavor a quedar en evidencia. Un pánico atroz a que quede al descubierto la absoluta esterilidad de una política eclesial fracasada.
En Cataluña tenemos una notable experiencia ante fenómenos similares al nombramiento del obispo Munilla. Unos se saldaron con fracaso y otros –los más recientes- están coronándose con éxito. No hace falta remontarse al nombramiento de Don Marcelo como arzobispo de Barcelona, pues eran otros tiempos, absolutamente distintos de los que nos ha tocado vivir; pero sí que entre los primeros debería destacarse al cardenal Carles, cuya falta de audacia – y también de habilidad- imposibilitaron el anhelado cambio en la diócesis barcelonesa. Sin embargo, entre dos de los obispos catalanes más recientes sí está fructificando una renovación efectiva.
Así sucede en Terrassa, donde se creó de la nada un Seminario, que posee ya más alumnos que el de Barcelona, con más de quinientos años de historia. Aún más importante (por su similitud con la diócesis guipuzcoana) está siendo la labor de monseñor Pardo como obispo de Gerona. Una labor tan ardua o más que la que le espera al obispo electo de San Sebastián. Pero lo más sorprendente de ambos casos es que están avanzando inexorablemente, sin que posean eco o relevancia las voces disonantes. Cuando un prelado (como los dos citados) tiene claros cuales son sus fines y los medios para conseguirlos, la temible oposición se disuelve como un azucarillo. No se trata de entrar como un elefante en una cacharrería, ni mucho menos; al revés, esos supuestamente temibles boicoteadores solo gozan de presencia mediática. En la realidad no son nadie. Fíjense en el temido Fórum Alsina. Que tantos ríos de tinta derramó. Hoy en día, están debatiendo su disolución. Por falta de efectivos.
Uno de los errores del cardenal Carles fue sobrevalorar a sus opositores. Uno de los aciertos de Monseñor Saíz Meneses y de Monseñor Pardo ha sido dejarlos en sus justos términos. Los que poseen hoy en día: absolutamente baldíos. Sin necesidad de presentarles batalla, solo con las justas dosis de cautela y paciencia. Caen solos, como las hojas en otoño.
Ha habido ruido y lo seguirá habiendo. Alguno tan abyecto como el que exhiben las insinuaciones injuriosas del franciscano Joxe Arregi (en la fotografia). A quien su rostro delata una típica actitud fóbica. Reparen en esas exageradas muecas de deleite, mientras calumnia sin pruebas. Pero el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. En primer lugar, el reloj biológico, pues en todas estas muestras de rechazo al nuevo prelado, se encuentra a faltar una nutrida presencia de jóvenes, mientras que, por el contrario, los mayores de sesenta años son una mayoría aplastante. En segundo lugar, porque el cronómetro está en marcha y no hay vuelta a atrás. Cuando se debatía el nombramiento del sucesor de Monseñor Soler Perdigó como obispo de Gerona siempre me hacía la misma pregunta: ¿cómo puede ser que se renueve todo el orbe católico, menos Gerona? ¿Es un microcosmos? Lo mismo va a suceder en San Sebastián.
Solo hace falta imaginación, creatividad y audacia. Porque en el otro lado solo hay miedo. Lo revela esa huida hacia adelante, que no es más que una fobia, un miedo paralizante al precipicio. Se trata de una típica actitud de huida, que, según los manuales de psiquiatría, se manifiesta de dos formas, una inhibitoria y otra de permanente desafío. Se ha escogido esta última. Pero no se trata de nada más que un pánico social al desprestigio. A que se patentice su descalabro.
Por su juventud, arrojo y vitalidad, Monseñor Munilla posee las condiciones más óptimas para desarrollar un pontificado fecundo. Desde aquí se lo deseo de todo corazón, especialmente por el bien de sus diocesanos. En Terrassa y Gerona ya lo están disfrutando. Y habrá más ejemplos.
Oriolt