Biografía de un Cardenal
Lluís Martínez Sistach nació, hijo de un viajante de tejidos empleado por la familia de su novia y de una señora de más raigambre venida a menos a causa de su desafortunado matrimonio, en el barrio obrero del Guinardó, en el extrarradio de Barcelona en aquella época. Debió ser concebido el mismo día en que estalló la Guerra Civil en un acto de patriotismo de sus progenitores, ya que vio la luz al cabo de nueve meses.
El esforzado trabajo de su padre y alguna subvención familiar hicieron posible que el niño se librara de la “mala educación” de su barrio y se inscribiera, no en un colegio de élite como el nacido casi exactamente dos años antes de su concepción, Jaume Traserra, que fue a los jesuitas de Sarriá, sino en uno de clase media pero en la Barcelona de la derecha del Ensanche: el colegio La Inmaculada de los Hermanos Maristas, en el Paseo de San Juan. El niño fue estudioso y aplicado, excelente congregante mariano y con tentaciones a convertirse en hermano marista. Pero el celo de su párroco, el de la parroquia de Montserrat del Guinardó, uno de los Fundadores de la Unió Sacerdotal de Barcelona (coloquialmente la U) consiguió convertirlo en un seminarista diocesano el mes de septiembre de 1954. Allí estuvo hasta el cuarto de teología. Pero su reprimida vocación a la enseñanza y el deseo de tener una “carrera” civil hicieron que durante sus años seminarísticos cursara el magisterio en una institución católica presidida por otro protector suyo.
El continuo seguimiento de su párroco y el propiciamiento de su adscripción a la Unión Sacerdotal hicieron que el profesor de Derecho Canónico Dr. (en realidad licenciado) Noguera se interesa por él. Interés y ayuda que se perpetuaría en los primeros pasos de su “cursus honorum”. Ordenado presbítero en las Témporas de otoño de 1961, Noguera, Provisor Eclesiástico, lo colocó como notario-actuario del Tribunal Eclesiástico de Barcelona. Allí atrajo también la atención de otro ex-juez eclesiástico y profesor del Seminario Conciliar de Derecho Canónico y, luego obispo auxiliar de Barcelona: el Dr. Narcís Jubany. Su acción pastoral fue en su propia parroquia como coadjutor. El único de toda una serie que en aquellos agitados años no abandonó el sacerdocio: Joan Rigol. Josep María Vila, etc.
En sus nuevas funciones en el Tribunal poco servían sus estudios de magisterio. Noguera convenció al arzobispo-obispo Modrego de la conveniencia de que Martínez Sistach fuera a estudiar Derecho Canónico. Lo haría en la Universidad Lateranense y su residencia y subsistencia estaba asegurada en la Casa Nacional Española de Santiago y Nª Sª de Montserrat, como secretario del auditor de la Rota, Mons. Manuel Bonet i Mauxí, fundador de la “Unió Sacerdotal de Barcelona”. Todo estaba atado y bien atado. Y la vocación unionista de Sistach encaminada o, al menos, asegurada su fidelidad. Otros de los dos secretarios fueron sucesivamente, sin éxito académico, Hortet y Brustenga.
El Concilio Vaticano II acababa de empezar cuando llegó Sistach a Roma. Allí empezó a frecuentar a Jubany, auxiliar de Barcelona y el 1964 obispo de Gerona, y a sus amigos Marcelo González Martín, desde 1960 obispo de Astorga, y Cirarda, desde 1960 auxiliar de Sevilla. El Dr. Jubany y Don Marcelo echaron el ojo sobre Sistach, se acordarán cuando estén en la sede de San Paciano. Le aconsejan que no se inscriba en la Unió. En 1967, Sistach es Doctor “in utroque iure” con su tesis sobre “El derecho de asociación en la Iglesia”. La publicación de parte de la tesis en la “Colectánea San Paciano” será el único libro que escriba en su vida.
En 1967 vuelve a Barcelona. La Unió lo devuelve a su parroquia del Guinardó, profesor de religión en un instituto, consiliario diocesano de los Graduados de Acción Católica y notario/secretario del tribunal Eclesiástico de Barcelona. El alter ego de Bonet, Mn. Vergés, lo coloca también como consiliario de los “Equipos de Matrimonios de Nuestra Señora” que él domina. El cursus honorum está ya enderezado y, en 1973 dará su primer fruto: Noguera consigue que Jubany lo nombre Juez y profesor de Derecho canónico de la Facultad de Teología. También la Unió cuida que tenga alguna responsabilidad pastoral: es vicario episcopal en el Vallés.
Las fuertes tensiones en el Consejo Episcopal, dominado por Joan Batlles y sus muchachos de la U, hacen saltar la candidatura de Traserra a Vicario General y, obtenida la total sumisión de Sistach a sus dechados, Jubany lo nombra, en 1979, Vicario General y moderador de la curia ante litteram.
Durante la larga y penosa enfermedad del Cardenal Jubany un extraño y estertóreo triunvirato gobernó la archidiócesis de Barcelona: el obispo auxiliar Daumal, el Vicario General Sistach y el Canciller Secretario Traserra. Sistach aseguraba la imposición de la voluntad de Jubany y la interpretación de su mens. Restablecido el cardenal sueña con su perpetuación en la sede. Ya tiene un auxiliar, Daumal, y el Papa le concede otro será el signo de que lo quiere más años en Barcelona. Inicia su plan, no sabiendo, sin embargo que Daumal ya había presentado su renuncia al nuncio Tagliaferri. Empieza a magnificar a Sistach en orden la promoción que ahora necesita: en 1987 lo hace coordinador de los consejos diocesanos: episcopal, presbiteral y pastoral, la presidencia de la comisión asesora para los nombramientos parroquiales y (¡sólo ahora!) miembro del consejo de consultores. El 13 de noviembre del mismo año Juan Pablo II nombra a Sistach obispo auxiliar de Barcelona y acepta la dimisión de Daumal. El enfado de Jubany es feroz: ¡eso significa su próximo fin! Jubany inicia un ataque feroz contra la Santa Sede y todos sus aliados. Un escrito que circula profusamente denunciando las arbitrariedades y desmanes de Jubany hacen que el Papa acepte ipso facto la renuncia de Jubany. Se abre la sucesión de Barcelona y Jubany intenta, como Administrador Apostólico de la sede, las más absurdas tropelías. Sistach lo secunda obedientemente en todo.
Cuando es nombrado Don Ricardo María Carles Arzobispo de Barcelona, pide al nuncio que lo libre del auxiliar. No dura ni un año. Sistach tomo posesión el 7 de julio de 1991 de la sede de Tortosa. Su paso por aquella diócesis ha dejado un recuerdo agrio y gris: despotismo, cambios continuos, arbitrariedades y escenas impresentables del más cerrado catalanismo. Antes de seis años los tortosinos ven con alivio su toma de posesión del Arzobispado de Tarragona. En Tarragona sigue su “método pastoral” autocrático que el clero no tolera. Pero Sistach ya es “Primat” y miembro de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española. ¡Ya no es un oscuro obispo de provincias! Ahora el despliegue mediático y arribista del metropolitano será proverbial. Este canonista del montón, que hasta 1986 no había escrito ninguna obra, moverá cielo y tierra para recolocarse. Los viajes a Madrid son constantes, sus visitas a todo quisque en Roma, proverbiales. Algunos prelados han patentado un aforismo: “¡Que viene otra vez el de Tarragona!”. En esto, la escasa inteligencia de Sistach se mostró mucho más eficaz que la pillería de Jubany: Sistach había aprovechado mucho sus largos años conciliares en Roma. Era experto en el clientelismo, en la aparente humildad y en el saber adular a quien convenía. De Carles aprendió una virtud intelectual: el arte de la lamentación victimista eficaz. Como en los peores tiempos de las expectativas eclesiásticas, Sistach ha ido coleccionando cargos, a la verdad no muy brillantes, pero que le permiten alternar en diversos círculos de la Santa Sede.
En la intrincada sucesión de Carles en Barcelona apostó fuerte y se valió de todo, pero salió arzobispo el 15 de junio de 2004 en un reparto que a él personalmente lo favoreció pero privándole de gran parte del botín. En menos de un año era miembro también del Comité ejecutivo de la CEE. Ya sólo faltaba otra cosa: la púrpura. El Papa le hizo esperar más de tres años, dándole como premio de consolación, que muchos creían definitivo, el ser miembro de la Signatura Apostólica. Todos pronosticaban que Sistach no era del agrado de Benedicto XVI. Sin embargo las muestras de devoción al Pontífice y a la Santa Sede se multiplicaron por parte del Arzobispo Metropolita de Barcelona. Pero, Dios es clemente y se produjo el milagro: el 24 de noviembre de 2007 Sistach emocionadísimo recibía la birreta cardenalicia de manos del Papa.
¿Qué había pasado? El otro cardenal creado en el mismo consistorio, García Gasco, lo sintetizó en una frase magistral: “A ese lo han hecho cardenal porque me han hecho a mí”. Y era cierto, ¿cómo podía Barcelona quedarse sin cardenal, teniéndolo Valencia?
En esta historia apasionante se demuestra que “la Unión hace la fuerza”, que “las fidelidades son siempre premiadas”, que como los caracoles, “llepant llepant s’arriba al cim (lamiendo, lamiendo se llega a la cumbre)” y que en la ruleta siempre salen ganadores los números más bajos.
El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit