Capítulo 5º: Un sofisma: buscar lo moderado entre dos extremos
Una de las falacias que empezaron a difundirse en el clima litúrgico conciliar de aquel otoño de 1962 fue la existencia clara de dos tendencias extremas, que además pretendidamente se identificaban con las ya advertidas por Pío XII en la Mediator Dei (apego ciego-ruptura total) y que obligaría al Concilio a buscar una postura moderada y conciliadora. Afirmaba Martín Descalzo:
“En el Concilio han comenzado a diseñarse dos tendencias: una que apoya el esquema y que aun desearía que se ampliasen las reformas que en él se dibujan, y otra, que estima que el esquema no es necesario, ya que lo verdaderamente importante que habla que reformar en liturgia ya está hecho por la labor reformista de los últimos años. En la Primera sesión dieciséis intervenciones defendieron el esquema porque abría puertas a la reforma y las abría con moderación. Cuatro Padres, en cambio, se mostraron opuestos al esquema como demasiado innovador. Representante de esta tendencia fue sin duda el más vigoroso monseñor Dante, secretario de la Congregación de Ritos, que movió doce ataques contra el esquema en general.”
En la línea defensora destaquemos al cardenal Feltin, Arzobispo de París, que expuso la necesidad de la reforma litúrgica como Pastor de una gran ciudad en la que, por su composición sociológica extraordinariamente diversa, podía comprobarse que la liturgia en su estado actual resulta incomprensible para las mayorías.
Como podemos pues ver, la presentación de las posturas subraya la toma de posición de un polo con una exigencia absoluta de reformas e incluso la necesidad de su ampliación aún más allá del esquema presentado, y por otro lado un polo inmovilista opuesto al esquema.
La línea media y centrista, defensora del esquema la representaría el cardenal de Paris, Mons. Feltin (y con el todos los liturgistas francófonos que estaban detrás) que prácticamente lo único que exigiría sería mayor comprensibilidad de la liturgia.
Pero para que todo ello pudiera surgir efecto había que presentar las opiniones extremas de aquellos que representaban lo estrafalario y novedoso. Y aquí llegó la conferencia de Prensa en la sede de “L´Osservatore Romano” del obispo holandés de Ruteng en Indonesia y al parecer “prestigioso liturgista” Mons. Willem Van Bekkum, la tarde del 24 de octubre, en la que declaraba haber adoptado ritos y danzas paganas en las celebraciones cristianas celebradas por él. Era la tesis de la inculturación:
“Nosotros, en Indonesia -comenzó diciéndonos- nos encontramos con un hecho indiscutible: los indígenas de nuestras islas tienen una bellísima liturgia pagana. Ellos rinden a Dios y a los espíritus sacrificios de expiación, acciones de gracias, alabanzas, súplicas. Y todos estos cultos son muy ricos, solemnes, comprensibles para toda la población, que los celebra en masa con viva participación, Naturalmente, esta su religiosidad pagana está mezclada con muchas oscuridades, incertidumbres, supersticiones, terrores; pero esto no quita nada a que su religiosidad sea profunda y bien nutrida, ya que sus celebraciones sagradas son siempre populares, mezcladas con danzas, cantos, plegarias en lengua local y con acciones colectivas de simbolismos muy accesibles, procesiones y aclamaciones comunes. Para los paganos de nuestras islas el espíritu religioso se manifiesta, pues, en acciones de carácter social que mantienen unida a la comunidad y representan la más alta expresión de la cultura local.
-¿Y esto plantea evidentemente problemas muy graves para la liturgia católica?
-Naturalmente. Porque ¿qué sucede cuando un pagano se hace cristiano? Ante todo él pierde el patrimonio religioso-cultural-social que había heredado y que representaba para él todo el fundamento de su vida, de todas sus convicciones y acciones. Desgraciadamente ni siquiera nosotros, los misioneros, nos habíamos dado cuenta suficiente del valor de lo que un pagano deja al hacerse cristiano. Nosotros le damos a cambio la Fe, es cierto, pero no nos hemos preocupado de sustituir toda la riqueza cultural y artística del paganismo. Y así el convertido y la comunidad de convertidos tienen que empobrecerse humanamente si no pueden rezar y cantar juntos, si no encuentran en nuestra liturgia elementos semejantes a los que han dejado, elementos que satisfagan también su sentido estético y cultural.
-El problema es grave, ciertamente.
-Y verán que lo es mayor aun si piensan que la mayoría son analfabetos. Y nunca podremos comprender los occidentales lo que para una comunidad de analfabetos significan la danza, la oración en común, las procesiones, las solemnidades externas, los simbolismos. El hombre culto puede prescindir de estas cosas externas, pero estas comunidades primitivas, no.
-¿Qué posturas tomaron ustedes ante estos problemas?
-Comenzar a hacer experiencias. Sustituir las fiestas paganas por otras cristianas tan solemnes como las que ellos tenían. Así hemos comenzado a tener fiestas para el bautismo, la bendición de los campos, el año nuevo, los nacimientos, los matrimonios, las muertes…
-¿Cómo son estas fiestas?
-Son fiestas que a veces duran dos o tres días, fiestas de pueblo, con cantos, danzas, representaciones teatrales, juegos. Pero todo con sentido religioso, con oraciones públicas, sermones, ofrecimientos de dones a Dios, etc. Prácticamente son las mismas fiestas, que siempre han celebrado, pero quitándoles los elementos inmorales que tenían, añadiéndoles oraciones cristianas y dando a ciertos gestos simbolismos cristianos.
-¿Y Su Excelencia presidía estas fiestas?
-Naturalmente, y muchas de ellas con báculo y mitra.
-¿Incluso cuando se trataba de danzas?
-¿Por qué no? La danza expresa los sentimientos del corazón humano. Pero no deben pensar ustedes en las danzas occidentales. Para el oriental la danza es una cosa muy seria, profundamente religiosa, ¿Por qué no habíamos de usarla también los católicos?
Mons. Van Bekkum que rigió desde 1961 a 1972 la susodicha diócesis indonesia, dimitió como tal a la edad de 61 años, pasando a ser su emérito hasta el año 1998 en el que falleció a los 80 años de edad, dejándola hecha un desastre como fácilmente se puede intuir.
Después de ese asombroso testimonio a favor de una “liturgia inculturada” se pasó a un ataque al latín, lengua litúrgica de la Iglesia y nadie mejor y con testimonio más incontestable que un oriental: el Patriarca de Antioquia Máximos IV. En su intervención en el Aula empleó el francés, a pesar de estar mandado que se hablase en latín. En esa intervención no sólo hizo una defensa de su derecho, como orientales, a no usar el latín (que sin duda nadie les había impuesto jamás) sino que presentó una historia de la lengua litúrgica empleada por la Iglesia llena de inexactitudes y falacias:
Me parece -ha dicho- que el valor casi absoluto que se quiere dar al latín en la liturgia, en la enseñanza y en la administración de la Iglesia latina, representa para la Iglesia Oriental algo muy anormal Porque, en resumidas cuentas, Cristo habló el lenguaje de sus contemporáneos. Fue en la lengua comprendida por todos sus oyentes, el arameo, como ofreció el primer sacrificio eucarístico. Los apóstoles y los discípulos hicieron lo mismo. Jamás se les hubiera ocurrido la idea de que, en una asamblea cristiana, el celebrante pudiera hacer las perícopas de la Escritura, o cantar los salmos, o predicar, o partir el pan utilizando otra lengua que la de la asamblea. San Pablo nos llega a decir explícitamente: “Si tú no bendices más que con el espíritu (es decir, hablando una lengua incomprendida) ¿cómo aquel que está en las filas de los no iniciados responderá “amén” a tu acción de gracias, si no sabe lo que dices? Tu acción de gracias, es cierto, es excelente, pero el otro no queda edificado con ella… En la asamblea, prefiero decir cinco palabras con mi inteligencia, para instruir también a los otros, que diez mil en lengua (incomprendida)". (I Corintios, XIV, 16-19.) Todas los razones invocadas en favor de un latín ininteligible -lengua litúrgica, pero lengua muerta- parece que tienen que ceder ante este razonamiento claro, neto y preciso del apóstol.
Además, la Iglesia romana empleó también, por lo menos hasta la mitad del siglo III, en su liturgia, el griego, porque ésta era la lengua hablada por sus fieles de entonces. Y si en esta fecha empezó a abandonar el griego para utilizar el latín, es precisamente porque el latín había venido a ser, entre tanto, la lengua hablada por sus fieles. ¿Por qué tiene que cesar hoy de aplicar el mismo principio?
La lengua latina -prosiguió- está muerta; pero la Iglesia sigue viva. Y la lengua, vehículo de la gracia y del Espíritu Santo, debe ser también viva, porque es para los hombres y no para los ángeles: ninguna lengua debe ser intocable.
Admitimos, sin embargo, que, en rito latino, la adopción de lenguas vulgares debe hacerse progresivamente y con las precauciones que pide la prudencia.
La osada defensa y difusión de esos postulados, que sin duda alguna resultaban chocantes para la gran mayoría de Padres conciliares, serviría sin embargo para que la tendencia considerada como ponderada y conciliadora, la dibujada por el esquema general que Larraona como ponente debía presentar, se hiciera camino sin dificultad. “In medio stat virtus” debieron pensar los Padres, abramos la puerta pero con moderación. Sin embargo, todos los progresistas que estaban detrás debieron pensar: “abridla que después ya haremos transitar todo lo demás”.
Acabado el discurso de Máximos IV, los obispos africanos se apuntaron al carro. El congolés Mbuka-Nzundu dijo que los obispos negros “llevaban varios días reunidos para adoptar posturas comunes”. En este sentido se pronunció el cardenal Ruganwa hablando en nombre de todo el continente africano. ¡Que pretensiones, santo Dios!
Siendo así como no iba a aclarar Van Bekkum:
“Yo vine aquí creyendo ser un peligroso innovador. Pero ahora estoy optimista al ver que lo que nosotros estamos haciendo en Indonesia no es una cosa rara, sino que es una experiencia que se ha hecho ya cientos de veces en Asia y en Africa. Y es también consolador ver cómo somos comprendidos por los expertos liturgistas occidentales, aún estando como están tan lejos de nuestros problemas".
Además a partir de esas intervenciones se empezó a introducir una cuestión importantísima: la reforma que la hagan las Comisiones Episcopales Nacionales. Así lo narraba Don José Luis:
“Un segundo punto ha empezado a entrar ya en juego en las discusiones: ¿La reforma litúrgica ha de hacerse desde las congregaciones romanas o han de llevar la iniciativa las comisiones episcopales nacionales? No creemos lanzar un globo deshinchado afirmando que éste será uno de los grandes temas de este Concilio: ¿centralización o una relativa independencia a las comisiones episcopales? Como es lógico se dibujan también dos posturas ante este problema, posturas que van a coincidir casi literalmente con las dos que hace poco diseñamos. ¿Con cuál coincidirá la mayoría?
“Alea jacta erat”. La suerte estaba echada y ¡ay de los vencidos! Vae de victis.
Dom Gregori Maria