Las escuelas "anticatólicas" de Cataluña
La mayoría de escuelas católicas de Cataluña son sólo ya empresas de educación que dan trabajo a profesores y que alimentan a unas comunidades de los religiosos/as, titulares del centro, compuestas esencialmente por miembros de la tercera edad. Pero el drama de lo que habían sido y ya no son, no acaba aquí. Operan voluntaria o involuntariamente de activos agentes de acción anticatólica.
En la mayoría de los casos la autodenominada “pastoral” ha sido delegada a personal espiritualmente iluminado y con recelos contra todo lo católico. Las “Escuela Pías” catalanas ofrecen no pocos ejemplos prácticos. A veces es fruto de la simple ignorancia borreguil. Otras, de la influencia del relativismo moral que permite justificar la vida desordenada y apalancada. Estos “agentes de pastoral” son la versión escolar de lo que proponía el Centro de Estudios Pastorales (un engendro de la Unió Sacerdotal) para las parroquias. Causas y consecuencias son las mismas.
El actual sistema cerrado de concierto económico, que mata toda competencia para hacerlo mejor entre los centros, pues ni van a ser penalizados si trabajan mal, ni beneficiados si lo hacen con excelencia, va elevando la mediocridad de los centros privados católicos.
A pesar de ello, la causa primera de la burocratización y paraestatalización de los centros educativos católicos es la muerte de la vida comunitaria de las comunidades religiosas titulares de las escuelas y de la penetración e influencia en ellas de la teología y eclesiología derivadas de la corrupción del espíritu del Concilio Vaticano II. Es decir del alejamiento de lo que ciertos autores han llamado la evolución homogénea del dogma, la moral, la liturgia; de la interpretación del Vaticano II como una descalificación de la Tradición.
Empobrecidas la vida interior personal y comunitaria de los religiosos/as, las escuelas que regentan han seguido un análogo proceso. Si la vida religiosa comunitaria es solo rescatable mediante una conversión de corazón facilitada por la vuelta a la senda monacal/contemplativa; la vida escolar católica sólo es recuperable si, y solo si, la capilla vuelve a ser su centro. Jesucristo es el centro de la vida personal, de la vida comunitaria y de la vida escolar católica. Si su persona se sitúa en un lugar excéntrico, toda la vida escolar se convierte en excéntrica.
La prueba del algodón: mirar la capilla de un colegio católico. Es el resumen, la manifestación, más clara de lo que ha sucedido. Capillas mutiladas y recortadas horizontal y verticalmente. Altillos, aulas y oficinas habilitadas en lo ganado de empequeñecer el espacio sagrado. Capillas reconvertidas de facto en sala de actos donde todo cabe. Vidrieras tapadas con cortinas. En las traslados a nuevas instalaciones en nuevos terrenos, espacios sagrados marginales. En algunos casos, preciosas capillas neogóticas destrozadas. En otros, congeladas en el tiempo, cerradas al uso diario de la comunidad educativa, substituidas “para no dar miedo” por espacios alternativos multiusos o de estética zen.
En los muchos centros educativos católicos catalanes se ha pasado de un deshumanizado rigorismo moral de postguerra al nulo cultivo de la vida interior. De la ñoñeria pietista al impúdico y efímero activismo solidario de Telemaratón. De una obsesión por la moral privada a la ignorancia que lo privado también tiene moral. De la hiperinflación de la práctica religiosa cuartelaria a la vacuidad espiritual entre el alumnado de la escuela católica.
Víctimas del rigorismo privado, demasiados niños de colegios católicos años cincuenta y sesenta, especialmente los que tenían ínfulas de intelectual, hicieron tabula rasa de lo aprendido y se pasaron al rigorismo social, abrazando la dialéctica del materialismo histórico marxista como una nueva religión. Rigorismo social fruto de una ficción antropológica, que penetró influyendo a la Teología (dogma, moral, liturgia…) y en la vida educativa de los centros confesionales.
Su resultado: víctimas del acompromiso con la propia vida personal/interior, los alumnos de los colegios católicos catalanes desde los años setenta se pasaron al “tantsemenfotisme” (pasotismo). Como el rigorismo privado derivó hace 40 años en público. El acompromiso personal se ha exteriorizado en el acompromiso comunitario (familiar, político y social).
La liliputización de la dimensión interior de la persona aderezada con un ridículo activismo sensiblero y superficial que dura lo que un anuncio de TV, no desmarca a los alumnos de los colegios católicos catalanes de la moral general: la perpetua adolescencia en lo afectivo-sexual, en lo intelectual e incluso en lo lúdico. La extensión del fracaso matrimonial, del compromiso político y social.
No ha habido en los últimos cien años generación tan alejada de cualquier compromiso como la actual. La incapacidad de los jóvenes por protestar contra una burbuja inmobiliaria que los ha condenado a 40 años de servidumbre con el banco –la hipoteca- son prueba de ello. Hemos llegado a las cotas máximas de pasotismo político y a las mínimas de participación en las asociaciones nacidas en la sociedad civil. Es la desvinculación, concepto tan bien estudiado por Miró i Ardévol.
Gracias al dogmatismo marxista ha ganado la Gran Banca y ha perdido como nunca la familia, búnquer refugio contra los abusos del Estado y del Mercado. ¿Acaso se nota que los exalumnos de los colegios católicos se han desmarcado del rebaño?
Todo este despiste continua en la educación superior, universitaria, católica catalana. Es el mundo que paradigmáticamente representa la Casa de Santiago, Jaume Aymar –“En Mitja Mitra” como lo llaman en Badalona ("Don Media Mitra”)- y su lobby de profesores instalados en las facultades de letras de la Universidad Ramón Llull. No van a ser ellos los que cambien nada.
Quinto Sertorius Crescens