¿Acaso es mejor el aborto que el celibato?
Según para quién, ¿no? Los sabihondos que nos están machacando con las bondades del ABORTO por tierra mar y aire y proponiéndonoslo como la “solución final”, la fetén, la auténtica, se creen que son los primeros que se han tropezado con el problema de la superpoblación, y que son ellos los que han dado con la única solución posible. Una solución que según ellos no sólo es decente, sino incluso la más decente, sin la menor sombra de inmoralidad.
Pues no. Durante toda la Edad Media, por quedarnos a la vuelta de la esquina de la historia, el problema de la superpoblación fue tan acuciante, que afectó profundamente las instituciones y las formas de vida. Las tierras (de cuya explotación vivía el 90% de la población) no se estiraban y por eso no podía crecer el número de habitantes a los que daban de comer. Y sin embargo había una alta tasa de natalidad por pareja legalmente constituida, para asegurar el relevo generacional; porque la tasa de mortalidad era igualmente alta e impredecible.
¿Y cómo se resolvía el dilema? Pues muy sencillo: mediante una tasa tan baja de nupcialidad, que hizo del matrimonio un privilegio, y del CELIBATO el estado civil de la inmensa mayoría de la población. Las leyes y la moral dominantes eran tan severas con los nacimientos fuera del matrimonio (y por tanto fuera de las condiciones y de los medios de subsistencia, ¡ésa es la clave de tanto rigor!), que nunca llegaron a alcanzar significación porcentual.
El privilegio del MATRIMONIO y de los HIJOS estaba reservado a las parejas que tenían patrimonio, es decir casa para tenerlos y tierras con que mantenerlos. Eran, porque no había más, la casa y las tierras paternas. En ellas cabían en régimen de reproducción tan sólo el matrimonio de los padres y el matrimonio del heredero (con una heredera que aportaba a éste su dote). Los demás hermanos no podían casarse; y si permanecían en la casa paterna, lo hacían prácticamente en régimen de siervos. Por eso sus destinos fuera de casa eran tres: el CELIBATO en un monasterio, en calidad de relevo de los herederos si éstos morían; el CELIBATO en el ejército, al que se alistaban para probar fortuna en la conquista de unas tierras que les permitiesen formar su propio hogar si no morían en el intento; y el CELIBATO como criados y criadas.
No nos engañemos en la valoración de esa realidad: el matrimonio exigía enormes sacrificios. Nosotros mismos conocemos la heroicidad de nuestros abuelos y bisabuelos pobres (que lo eran la inmensa mayoría) para sacar adelante a sus hijos. El CELIBATO imponía también los duros sacrificios que le son propios. La iglesia se esforzó siempre por sublimar el de los monasterios y del clero; pero a menudo no lo consiguió, porque la carne es flaca.
Toda la sociedad era consciente de que no se podía entregar al sexo libre y reproductivo sin tasa. Por eso fue celosa de la exclusividad del sexo en el matrimonio y muy severa respecto al CELIBATO obligado del resto de la población. Ni se les ocurrió que el ABORTO o el INFANTICIDIO (que se daban justamente en el sector célibe que tenía además la válvula de escape de la prostitución) fuesen soluciones. Y no es que no se produjeran, que sí; pero se practicaban en el mayor secreto y con la peor conciencia, como corresponde a todo crimen; y si se descubrían, eran castigados con tremenda severidad.
Cierto es que el estado de la tecnología sanitaria tuvo mucho que ver en la baja tasa de abortos. Si ya los partos tenían un considerable índice de mortalidad, un incremento de los abortos la hubiese elevado considerablemente. Pero no fue sólo la tecnología la que impidió incrementar, cohonestar e institucionalizar el aborto, sino también y sobre todo la MORAL CRISTIANA, que en esto coincidía con la moral judía y con la moral musulmana que convivían en España.
En fin, que no era más duro el CELIBATO que el MATRIMONIO. Era la VIDA, lo realmente duro y sacrificado en aquella época.
Pero la superpoblada Europa tuvo la fortuna de descubrir la casi despoblada América. Se ensanchó la tierra y pudieron formarse en ella muchas más familias con medios de subsistencia. Se redujo la población célibe-estéril y aumentó la población reproductiva. Gracias a las nuevas tierras, dejó de ser imprescindible el CELIBATO como regulador demográfico. Una vez más se repitió la fórmula de la Grecia clásica: las metrópolis enviaron sus excedentes de población a fundar colonias. Esta solución se alternó con la fórmula romana de la conquista. Fue el gran respiro de la Edad Moderna: se aflojó la presión antinatalista encomendada exclusivamente al CELIBATO.
¿Y qué ocurre en la Edad Contemporánea, que inventa nuevas fuentes de recursos más productivas que las tierras, y que disparan la demanda de brazos que los trabajen como nunca llegaron a demandarlos las tierras? Me refiero a la industria y a los servicios, que en los países industrializados han arrinconado la agricultura hasta ocupar en ella menos del 20% de la población.
A ver, insisto, pero por pasiva: del mismo modo que los límites de la agricultura fueron los límites de la población, y por ello tuvieron que valerse del CELIBATO para limitar la natalidad; también los límites de la industria y de los servicios, junto con los de la agricultura, son los LÍMITES DE LA POBLACIÓN. Y puesto que las nuevas heredades sobre las que se fundan nuevas familias crecen sin límite, también las nuevas familias que aportan brazos a estas nuevas heredades CRECEN SIN LÍMITE, porque es ley natural que nunca una tierra fértil quede yerma.
Sí, sí, tanto en la biología como en la economía no pueden existir espacios vacíos: en cuanto éstos se crean, se llenan de seres vivos. Es por tanto el aumento del espacio económico, es decir la creación de riqueza, lo que hace crecer la población, y no a la inversa.
La prueba la tenemos, ¡oh paradoja madre de todas las paradojas!, en los países industrializados, que empeñados en REDUCIR SU POBLACIÓN para poder dedicarse más y más a PRODUCIR RIQUEZAS, emprendieron la loca carrera de esterilización de sus mujeres mediante todo género de recursos, el último de ellos el ABORTO, a fin de que nada las distrajera de la más sublime función que les pueden ofrecer el progreso y la vida moderna: CREAR RIQUEZA. Pero como no pueden dejar yermas estas nuevas heredades a las que han sacrificado la dedicación de sus vidas y la esterilidad de sus vientres, he aquí que en estos países en vez de natalidad tenemos inmigración. Pero al no parar de incrementar la riqueza, no paramos de INCREMENTAR LA POBLACIÓN (véase como la crisis ha redundado en merma de la inmigración). La única diferencia es que con eso de la GLOBALIDAD, en la división del trabajo, las mujeres del primer mundo, estériles, se dedican a crear riquezas; mientras que las del tercer mundo se dedican a criar hijos que luego importamos para cultivar nuestras riquezas y cuidarnos. Sí, sí, aunque parezca mentira, la píldora anticonceptiva del primer mundo actuó como una bomba en el tercer mundo, produciendo en él la explosión demográfica. La creación desbocada de riqueza que supuso la plena incorporación de la mujer occidental a un trabajo de altísima productividad, desencadenó una reproductividad igual de alta en el tercer mundo. ¡Es la globalización!
¿Cómo podemos, pues, insensatos, clamar contra el crecimiento de la población y seguir enloquecidos produciendo más y más riquezas? ¿Qué tal si en vez de ABORTAR a nuestros hijos, nos vamos planteando la conveniencia de ABORTAR las riquezas y el altísimo e insultante nivel de bienestar que nos tienen tan y tan esclavizados? ¿Qué tal si nos decidimos de una vez a ABORTAR esa esclavitud cuyo mayor peso hemos cargado sobre la mujer, mutilándola como tal para convertirla en esa otra cosa tan moderna que quiere hacer de ella el progreso de género feminista?
Y en cuanto al CELIBATO, agradecida tendría que estar la sociedad a la Iglesia católica y a las instituciones monacales de otras religiones (especialmente orientales) de que sigan apostando por él contra viento y marea. Es al fin y al cabo un valor irreemplazable en algunos momentos y circunstancias de la vida. Es que para limitar la natalidad, es infinitamente mejor el CELIBATO con todos sus defectos, que el ABORTO con todas sus virtudes.
Y finalmente paso a responder a la pregunta del título:
1.
El único BENEFICIARIO NETO del recurso al ABORTO por no soportar los sacrificios que impone el CELIBATO, es el HOMBRE. Evidentemente para él es muchísimo mejor el aborto en cualquiera de sus modalidades, que el celibato.
2.
Con la solución del CELIBATO (llamado CONTINENCIA cuando es intermitente) el que resultó, resulta y resultará siempre más SACRIFICADO, es el HOMBRE; porque la naturaleza ha hecho que la continencia sea para él un sacrificio inmensamente mayor que para la mujer: porque la sexualidad de ésta es cíclica (la copulación es sólo una parte) y en cambio para él no hay más sexualidad que la copulativa.
3.
De ahí se infiere que para la mujer el ABORTO es un FRAUDE y un escarnio de un cinismo inenarrable. Eso explica que en las encuestas el porcentaje de las mujeres contrarias al aborto sea mayor que el de los hombres.
El Directorio de Mayo Floreal
en Defensa de la Vida