El fracaso del progresismo frailuno y monjil
El progresismo catalán, paticorto y de baja ralea, arraigó especialmente en monasterios, conventos, casas religiosas y colegios utriusque sexi. Pero lo más espectacular fue ver la reconversión ideológica de muchas de esas desgraciadas comunidades. Del pro-franquismo más irracional y encendido, pasaron, la mayoría y sin solución de continuidad, al más desaforado e ilógico nacional-cristianismo catalán independentista y/o con deriva hacia la izquierda.
Esas comunidades “progres”, instaladas en pisitos (más bien pisazos) de frailes (y asimilados) in y de monjas, antes de rebeca y bolso, ahora de pantalón (en verano “pirata”) y camisa a cuadros, son el paradigma del desastre, que con las consabidas excepciones, asola la hoy mal llamada “vida consagrada”. Individuos e individuas “consagrados” con poca oración y mucha atención a lo que pasa en la calle, son motivo de tropiezo, escándalo en griego, para los fieles católicos.
La antigua, y limitada a pocas órdenes religiosas, “exención” de los “consagrados”, se ha crecido hoy no poco en la actual, universal, ilimitada e intocable “autonomía” de frailes y monjas respecto al poder del Ordinario diocesano y se ha extendido a todo quisque con o sin fundamento jurídico. En la Archidiócesis de Barcelona la cuestión se ha agravado durante el prolongado reinado del mandarín episcopal para “consagrados” José Antonio [sus padres farmacéuticos arruinados de Mataró se lo pusieron en honor del fundador de la Falange] Arenas Sampera.
Las comunidades religiosas y sobre todo sus asociaciones sindicales, gracias a la gestión de tanto incompetente y a la tolerancia de tanto obispo iluso, se habían convertido en el cuarto poder. Pero no al servicio de la Sede Apostólica,, como antes lo fueron los jesuitas y clérigos regulares asimilados, sino exactamente todo lo contrario. Servían, en un nuevo cristianismo, refrito de sopa de convento y de ágape protestante, a la propuesta de un cristianismo de los “seguidores de Jesús”, “evangélico”, “libre y liberador” y tirando a socialdemócrata en los más contenidos y prudentes, y en lucha constante contra la Iglesia institucional. Durante más de cuarenta años esa híbrida mezcla de jesuitismo reduccionista, de salesianismo festivalero, de benedictinismo aufklerungnista, de superficialidad marista y de feminismo casi lésbico ha ido invadiendo y corroyendo las comunidades religiosas catalanas.
Esa ha sido la ideología “pastoral” o más bien pastoril que se ha impartido en no pocos de los colegios propiedad de esas instituciones religiosas. Esa ha sido la causa de que tanta juventud maleducada en los colegios religiosos no quiera saber nada con una Iglesia Católica institucional que ha sido sañudamente y constantemente denostada en esos antros educativos.
También esa ha sido la política que ha regido en tanta casa religiosa integrada por licenciados y doctores universitarios y por religiosos y religiosas del “servicio doméstico” de los “intelectuales” de pata negra. La observancia regular ha caído en picado. La vida en común se ha convertido en una observancia de los mínimos que aseguran la ficción canónica de una comunidad religiosa y el disfrute de sus privilegios. Los lobbys de las raleas más peregrinas han tiranizado monasterios, conventos, colegios y casas religiosas. Los peculios personales, los automóviles privados “donación” ad hoc para ciertos individuos, los apartamentos extramuros clausurae para el disfrute y goce de algunos y una cuenta bancaria personal están hoy desgraciadamente al orden del día. El hábito ha pasado a ser algo ya quemado en auto de fe por los más veteranos, desconocido por los más jóvenes, guardado bajo siete llaves por los zelanti para ponérselo en la celda o en ambientes propicios y llevado en público por los “mártires” que suelen ser de cincuenta para abajo.
La ñoñería de las religiosas de antaño que enseñaron a sus novicias y a las matronas ya octogenarias de nuestra sociedad los pasos y las reverencias debidas a sus superioras mayores y el inmisericorde control de las formas de los religiosos “preconciliares” ha dado paso, en ese esperpento de la vida religiosa actual, a la más absoluta relajación de las costumbres.
Esta desorientación y desmadre ideológico de la vida religiosa en el catolicismo complació y fue alentada por los gestores de la “res publica” catalana que colmaron de favores y prebendas a esos religiosos y religiosas modernizados.
La ingenua bondad y también ahora cada vez más reconocida cortedad, mentis voluntatisque, del Cardenal Ricardo María Carles Gordó, apostó también desgraciadamente por este camino. Don Ricardo, que alardeaba de haber sido de la “Xoc” (JOC en valenciano), no quiso nunca pasar por conservador y retrógrado. El Padre Enric Puig Jofre, que llego a ser el “Secretario General y Canciller [de Cámara y Gobierno]” del Arzobispado de Barcelona, en esto fue quizás, y sigue siendo per modum propagationis morbi en el pontificado de n.s.b.a. Cardenal Martínez Sistach, el analogatum princeps.
Pero los tiempos han cambiado no poco. Hoy las falanges frailunas y monjiles ya no son de casi ninguna utilidad para los poderes constituidos y menos aún para los fácticos. Los servicios prestados son objeto de algún galardón personal o colectivo que la Generalitat les concede periódicamente a título póstumo. Los medios de comunicación casi se han olvidado por completo de todos ellos y de sus colectivos.
El despertar a la realidad de esa postergación por parte de los políticos y de los medios de comunicación social ha sido un gran desencanto para las huestes profesionalmente religiosas catalanas y asimiladas. Verse acomunadas con el catolicismo de centro y, lo más insoportable, con el de más a la derecha, en las constantes diatribas antieclesiales, ha sido un trancazo que ha desarmado casi completamente al progresismo frailuno y monjil, como ya había desarmado al clerical con anterioridad.
Esta dolorosa constatación y la poca resonancia mediática de sus reacciones airadas contra las decisiones de Roma en el caso de la monja Teresa Forcadas, han tenido lugar preferente entre los temas abordados por la LXI Asamblea General de la Unió de Religiosos de Catalunya. Presidida por una especie de mujerona, pechugona y con cola de caballo, que también comanda las Teresianas en Cataluña y aledaños, más ocupada en bien aposentar y alimentar a sus “señoritas” graduadas universitarias que en ocuparse de las religiosas que todavía quieren ser fieles al ideal del fundador hijo de Vinebre. Sí, se trata de esas Teresianas con las que vivía, en Barcelona, Don Marcelo, tan amigas del Cardenal Martínez Somalo que las tenía como servicio doméstico en su casa romana hasta un lamentable incidente que frustró la continuidad; y tan unidas al Cardenal Carles en sus casi ocultos encuentros con lo que él consideraba la melior et sanior pars del catolicismo catalán, hasta que por su visibles veleidades “progres”, hicieron, para el pusilánime purpurado valenciano, insostenible la bucólica y militante relación.
Esta “Unión”, dirigida desde hace lustros por los personajes más pintorescos entre los religiosos/as catalanes, ya no hace la fuerza y es tenida por el pito del sereno en la Cataluña real y decisoria. Sus compromisos políticos y sus veleidades ideológicas ya no tienen ninguna carta de ciudadanía para el tripartito reinante. En su reciente congreso, este sindicato de los religiosos catalanes, aupado por los abades de Montserrat y Poblet y dirigido, durante decenios, por el inmortal propiciador de la “capuchinada” el otrora Fray Salvador de la Borjas Blancas, con hábito y sandalias, y ahora Joan Botam, con zapatos y cazadora, ha constatado el fracaso de un camino que ha recorrido, tenaz e indefectiblemente, durante casi cincuenta años: el del falso, superficial y ciego progresismo del catolicismo catalán. Ahora la Unión de Religiosos de Cataluña se queja de lo que ayudó a crear, incluso en sus escuelas: la caricatura del catolicismo que hoy imbuye a la sociedad catalana. Pero, in peccato paetitentia, experimentan además sus miembros una más que comprensible vergüenza al ser confundidos precisamente con sus enemigos más denostados: la Iglesia institucional y, lo que es más grave, con el catolicismo tradicional/conservador.
Es, en una palabra, la verificación y la prueba palpable del fracaso, también entre los frailes , monjas y sus asimilados, del progresismo eclesial del siglo XX.
Amadeus Guinardonensis