Capítulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores
Parte 2ª: ¿Un Concilio sin injerencias?
Tras ingenuamente afirmar, siguiendo la línea marcada por el Cardenal Arzobispo de Milán Montini , que el Concilio nacía en ausencia de errores o desviaciones, el segundo motivo de esperanza para Martín Descalzo, nuestro presbítero-cronista en Roma, es contemplar la ausencia de injerencia del poder.
“Otra felicidad: un Concilio sin injerencias de los poderes civiles y políticos. Es hermoso ver cómo la Iglesia va dejando pesos a lo largo de su historia en los últimos siglos. Un día volverá a pasearse por el mundo sin alforja ni zurrón, con una sola túnica. Por de pronto, esta bendición de las cancillerías ocupadas en sus cosas. Y la otra de unos Padres Conciliares que podrán discutir sin preocuparse de lo que puedan pensar los Ministerios. El Vaticano I fue el primer Concilio sin que las autoridades civiles estuvieran presentes con sus cuerpos. El Vaticano II será el primero en que no estarán ni con sus cuerpos ni en modo alguno. Se gozará por vez primera una libertad sin tensión, una libertad sin lucha, una verdadera libertad.”
Resulta sin embargo contradictorio que un periodista como Martín Descalzo consciente del indudable poder que ya en aquellos años ostentaban los llamados “mass media” (medios de comunicación) llegase a un reduccionismo tal como para obviar el poder de condicionamiento que ya desde el primer día estaba ejerciendo la Prensa sobre el Concilio.
El marco ideológico de rotativos como “La Croix” que desde los primeros días del anuncio del Concilio, con sus editoriales y los artículos de sus corresponsales, fueron marcando las líneas que iban a presidir las tendencias, no sólo del episcopado francés, sino de buena parte del episcopado europeo; la táctica más que hábil de la Prensa comunista italiana que no ignorando que el Papa Juan XXIII era infinitamente popular y que atacarle sería un disparate – como afirma D. José Luis- “elogian del Concilio lo que les gusta, comentan lo que pueden llevar a su molino e ignoran simplemente lo que no les conviene”; por otra parte, los nervios de la Prensa de ultraderecha, como el semanario “Il Borghese” con Mario Tedeschi a la cabeza como director, anclado en su inmovilismo y preocupado por las componendas que la Iglesia puede hacer con los regímenes del “Telón de Acero”. Todo ello unido a esa marea de profesionales de los medios, la mayoría muy jóvenes, que enviados a Roma por sus editores, empezaban a ser conscientes de que iban a vivir la etapa periodística más difícil pero quizá más transcendental de su carrera. Además, llamados a interpretar los comunicados de la Oficina de Prensa del Concilio, la primera en la historia de la Iglesia, siempre salpicados paralelamente por conferencias de diversas personalidades eclesiásticas que fueron enriqueciendo el clima conciliar sí, pero también condicionándolo fuertemente: ahora una nota a la Prensa del episcopado francés, ahora una conferencia del cardenal Montini, o de Mons. Alfrink y Mons. Frings, ahora unas declaraciones de Mons. Spellman, más tarde una conferencia organizada por la “Sala Stampa del Concilio” del teólogo protestante Oscar Cullman… Todo ello resultaba inaudito en la historia de los concilios precedentes de la Iglesia. Eran los nuevos tiempos. También las nuevas injerencias…
Consciente del peso que iban a tener los “mass-media” en el transcurso y desarrollo del Concilio, el P. Martín Descalzo recogió algunos recortes de la Prensa internacional del día 12 de octubre de 1962, crónicas desde diversos ángulos, acerca de la sesión de apertura del Concilio del día anterior:
“El sentido de la vitalidad de la Iglesia es lo que más sobresale de la lectura del discurso del Papa. Y esto es muy importante, porque si para el creyente la Iglesia es un agua perenne, una fuente inextinguible, el que está fuera de los círculos católicos tiene fácilmente la impresión de que es una institución envejecida, atada al pasado. Pero del discurso del Papa lo esencial son esos fragmentos en los que disiente de los simples alabadores del pasado, y pasa a considerar obra de la Providencia el nuevo orden de las relaciones humanas hacia las que el mundo se encamina, y nos dibuja no sólo la posibilidad, sino también la mayor facilidad de ser buenos cristianos en las nuevas condiciones de vida.” (La Stampa, Turín.)
“Este Concilio apenas iniciado nos asombra y nos llena de pensamientos con sus sugestivos presagios. Es aún sólo la aurora, pero la luz ya está viva. Y se encienden muchas esperanzas para la larga jornada.” (Il Corriere della Sera, Milán.)
“Este Concilio quiere ser el Concilio de la caridad, de la misericordia. Y no es casualidad el hecho de que en el mensaje sean tan frecuentes las citas tomadas del Evangelio de San Lucas que, como señalaba el cardenal Lercaro, es el Evangelio de la misericordia. Por tanto, nada de polémicas, El Pontífice se dispone a poner el acento en lo que une, en lo que hermana, con preferencia sobre cuanto divide.” (Il Mesaggero, Roma.)
“La presencia de algunos obispos de la Iglesia del Silencio en Roma demuestra que la religión, de la que Stalin se reía, está bien viva en aquellos países. En veinte siglos la Iglesia ha atravesado las peores tempestades con la tranquila certeza de tener a su favor la promesa de la eternidad. Ha sobrevivido a los cismas; a la Reforma; a la Revolución francesa; al positivismo. ¿Por qué debería temblar ante el marxismo?” (Le Monde, París.)
“El Concilio se ha abierto con una gran sorpresa: se esperaba un discurso tradicional, de simple bienvenida. Juan XXIII, en cambio, ha pronunciado un discurso verdaderamente histórico, atacando sin términos medios ciertas posturas y doctrinas completamente superadas que no conceden a la Iglesia su derecho a desposar nuestro siglo. Se conocían ya los sentimientos profundos del Pontífice, su apertura de ánimo, su extraordinaria tenacidad. Pero hoy los ha manifestado con singular determinación. No hay duda de que este discurso irá derecho al corazón del mundo católico.” (Paris Presse.)
“Lo que se esperaba de esta asamblea no es la proclamación de un dogma nuevo, sino sobre todo que la doctrina cristiana sea clarificada para ayudar al hombre común a afrontar sus preocupaciones cotidianas en la familia, en el trabajo y en los grandes problemas de nuestro tiempo: la guerra, la paz, la amenaza de destrucción nuclear, los problemas de la coexistencia, la ayuda a los países subdesarrollados.” (Times, Londres.)
“El Concilio Vaticano II no podrá llegar a compromisos que consintieran la unión orgánica con otras confesiones, ortodoxas y protestantes, que no reconozcan la autoridad del Papa. Pero de todos modos los cristianos deben alegrarse por el hecho de que este Concilio se reúna en una atmósfera de cordialidad y de espíritu de cooperación, como nunca se habían manifestado desde los tiempos de la Reforma entre los que pertenecen a la Iglesia Romana y los que están fuera de ella. La mayor parte del mérito de este acercamiento se debe a Juan XXIII. En el curso de los cuatro años de su pontificado el calor de su personalidad ha despertado la buena voluntad de los jefes religiosos alejados de su sede.” (Daily Telegraph.)
“El mundo sigue atentamente a los católicos y a los miembros de otras confesiones cristianas y ortodoxas, y espera las decisiones de Roma. Las puertas entre los cristianos divididos se han abierto ya demasiado para que puedan volver a cerrarse.” (Neue Tegeszeitung.)
“Quizá los resultados del Concilio no serán suficientemente comprendidos por nuestra generación. Pero es claro que si todas las ramas de la cristiandad logran olvidar los antiguos odios y sustituirlos por las antiguas verdades, se podrá ciertamente realizar el milagro de la cristiandad unida.” (New York Times.)
“El Papa Juan ha demostrado ser un reformador de larguísimas miras, uno de los más activos jefes religiosos. La lucha que hoy sostiene contra el materialismo y el laicismo no se limita a las palabras, sino que entra de lleno en la acción, como lo testimonia el inmenso esfuerzo que está realizando para la unión de los cristianos.” (New York Mirror.)
Todos estos fragmentos nos permiten ponderar la influencia ejercida por los medios, que debemos finalmente completar con una honesta confesión de nuestro analista conciliar: “una vez más extremas derechas y extremas izquierdas tratan de usar el Concilio para sus fines”
Por otra parte, no abría que olvidar que el tiempo histórico en que se iba a desarrollar el Concilio era un momento de fuerte evolución, por no decir convulsión, en las cuestiones políticas y sociales que exigía extrema cautela en su interpretación. Sin embargo, la sucesión histórica ha demostrado que cada uno de los acontecimientos acaecidos en aquellos años, recordemos las efemérides de 1962 y 1963 iba a tener un sobredimensionado peso en el ánimo de los padres conciliares. Es más que evidente que esas influencias sociales habían estado siempre presentes en la historia de la Iglesia. Justo en aquel momento no debían ser desdeñadas.
Ya no contemplaríamos la figura de egregios monarcas presentes en la Magna Asamblea de Padres con sus claras exigencias y condicionamientos políticos ni descubriríamos maniobras de influyentes cancillerías maniobrando en las trastiendas del Aula de San Pedro. Pero las injerencias relatadas quizá dejarían un peso mayor en el transcurso de este concilio que en ningún otro de la casi bimilenaria historia de la Iglesia.
Dom Gregori Maria