Hace 20 años
El próximo 9 de noviembre van a cumplirse 20 años de un hecho que cambió la vida de millones de personas. Todo empezó en una rueda de prensa rutinaria de un oscuro funcionario del Politburó del partido comunista alemán: Günter Schabowski. Se le escapó (sin haber sido aprobado oficialmente) que todas las restricciones para viajar al extranjero –incluido Berlín Occidental- habían sido derogadas con carácter inmediato. Esta declaración meramente accidental de un simple funcionario provocó que una multitud de berlineses irrumpiera cerca de los puestos fronterizos. Se inició en el de Bornholmerstrasse, a las nueve y veinticinco de la noche, cuando una muchedumbre, cada vez más compacta, ejerció una presión creciente sobre la verja, provocando que los guardias tuvieran que abrir las barreras e interrumpir los controles de identidad. Después sucedió lo mismo en los demás puestos: Sonnen Allee, Invalidenstrasse, Chaussestrasse, Checkpoint Charlie, Heinrich-Heinestrasse, Oberbaum Brücke. Los berlineses habían forzado una a una todas las puertas del Muro. Después ya solo quedaba doblegar el icono: una catarata de ciudadanos procedió a invadir la zona prohibida bajo la Puerta de Brandeburgo. En una noche se derribó el muro de Berlín y el comunismo se disolvió como un azucarillo.
Con ello no solo cayó un régimen político, sino que se desmoronó una estafa descomunal, un mito que no se aguantaba por ninguna parte. Pero este timo había sido apoyado y patrocinado por mucha gente; muchas de ellas personas informadas, cultas y sensibles y, entre éstas, sacerdotes y creyentes laicos. En Barcelona tuvimos bastantes. Algunos militantes. Otros propagandistas. Y no solo de la facción del PSUC, sino del PC(I), del PTE o de la ORT maoísta. Hubo incluso un cura que fue alcalde del PSUC, otro fue un sacerdote que ahora ha cumplido sus 50 años de presbítero y que vegeta en la muy abandonada parroquia de Santa Madrona de Poble Sec. No me olvido de los hermanos Sayrach, sobre los que escribí un artículo el día 5 de agosto de 2008. Ninguno de ellos pidió disculpas. Al revés, cruzaron mirada oblicua y se fueron a abrazar otras opciones. Siempre se halla una excusa que edulcore un fracaso personal.
Pero en el extraordinario hecho del colapso del comunismo existió un inductor clave: el Papa Juan Pablo II. La elección de un purpurado del este como primer papa no italiano en siglos supuso un aldabonazo al totalitarismo soviético. Su especial, audaz e inteligente apoyo al movimiento de Solidarnosc provocó que la pieza polaca fuera la primera a caer en el tablero. Luego vino una tras otra hasta el festival berlinés. Los ya ex - comunistas clericales nunca perdonaron al magno papa polaco. Para ellos, no era más que un aliado de Reagan y Thatcher.
Esta oposición fue particularmente intensa en Cataluña. Ya había empezado con el solapado boicot de una parte del clero a la visita papal del año 1982. Pero tras caer el Muro de Berlín, desde la Santa Sede se iba a intentar franquear otro pequeño muro: la restauración de la archidiócesis de Barcelona. Efectivamente, el próximo día de San José Oriol de 2010 también hará 20 años que el Papa designó a Don Ricard María Carles como sucesor del Cardenal Jubany. Pero aquí el muro no cayó. Especialmente por el carácter timorato (y a veces poco hábil) del Cardenal Carles. Sin embargo, se construyeron los cimientos para que aquel muro claudicase. Durante los catorce años de su pontificado se ordenaron un buen número de sacerdotes “jasp”. Igualmente la presencia del laicado y de los nuevos movimientos alcanzó una considerable presencia en Barcelona, beneficiándose del impulso wojtyliano.
Solo faltaba la piqueta para que cayese aquel muro opresor, pero la misma no solo no llegó, sino que el muro se ha apuntalado. Y lo ha apuntalado el sucesor de Carles. Sistach ha dejado de contar con los sacerdotes “jasp”, ha denigrado a los movimientos laicales (especialmente a e-cristians), se ha rodeado de la banda de los cuatro (Matabosch, Turull, Romeu y Aymar), ha protegido insospechadamente a los curas desarrapados (Cabot, Cervera, Cussó), ha tenido todavía menos valor (y habilidad) que Carles para dar una verdadera impronta a esta diócesis. Con un agravante: al desgajársele la demarcación de Terrassa las comparaciones resultan abochornantes.
Y al parecer no existe propósito de enmienda. Ya quisiera aplaudir algunos rasgos de sus protegidos, que los hay: en los últimos días, por ejemplo, la excelente disertación de Bacardit en el homenaje al obispo Carrera o el buen – y sorprendente -inicio de Termes como rector de Sant Josep Oriol. Pero los nubarrones siguen acechando. El próximo que se cierne es que Cabot va a ser premiado con un vicario en su minúscula parroquia, que no será otro que el diácono que tiene asignado y al que ordenarán sacerdote el próximo día 15 de noviembre. De ser cierto, constituiría un agravio inmenso a todas aquellas parroquias regentadas por sacerdotes (algunos ancianos y enfermos) que no gozan ni de un mísero colaborador.
De todo se cumplen 20 años. Unos muros cayeron y otros –no tan noticiosos- siguen en pie. Pero siempre puede ocurrir lo que sucedió con Schabowski. Que un desliz accidental provoque la ruptura de un sistema que parecía indestructible. Torres (o muros) más altos han caído.
Oriolt