Demasiados interrogantes no podrán sofocar el ideal
El estado comatoso, tantas veces comentado de la Provincia Eclesiástica de Barcelona y de la Tarraconense en general, no obedece a una sola persona, a un planteamiento pastoral más o menos desacertado ni siquiera a la desafección de los primeros implicados en su renovación espiritual. Responde más bien a tres actos de una misma obra: una mediocridad episcopal galopante hasta la extenuación de nuestros días; una infidelidad engreída, disimulada o embellecida, según sean las etapas, pero con un mismo objetivo: hacer aquí “lo nuestro” aunque sea al precio de pisar lo que Dios ha sembrado y hecho crecer con paciencia infinita. Y todo ello para llegar al tercer acto en el que se representa la moraleja: hacer creer al espectador que los actores contratados desconocen la causa por la cual haciendo tan bien las cosas, todo sale tan mal.
Demasiados interrogantes azotan el horizonte inmediato. Y precisamente en este Año Sacerdotal es inevitable compadecerse de nuestros Seminarios que agonizan. Ya no hace falta invocar la diversidad cultural que reflejan como espejo de la realidad social catalana. Lo cierto es que se admite todo y con rebajas. Empezando por los formadores. Son muchos años de consciente mediocridad y disenso. Antes, con el descaro del que sabía que las instrucciones romanas eran escasamente difundidas. Ahora, con la fachada blanqueada y, lo más grave, con la determinación consciente de no querer ofrecer un modelo sacerdotal claro con el que educar a los candidatos mostrándoles el atractivo del sacerdocio católico y no otra cosa. Antes y ahora, siempre con la norma suprema de no asustar a nadie con la mano de hierro implacable con la que estos “moderados” aplican su ideología eclesiástica bajo piel de cordero.
Pero dejemos a Mons. Vives de Urgell cantar el himno del catalanismo, del amor a la tierra y a la lengua, con motivo de las exequias de su antecesor en el cargo. En el panorama episcopal catalán, sucede como en el político: hasta el más simplón no quiere pasar a la historia sin haberse puesto alguna vez la capa magna del nacionalismo. Un aviso a los navegantes de Añastro y Avenida Pío XII: si este es el rumbo nos quedan pocas millas. La capacidad de hacer el ridículo a nivel eclesiástico se parece a lo que puede pensar un joven catalán y católico viendo al presidente Laporta con la antorcha de la fe en el presidente Companys: que ese mundo patriótico, para él, afortunadamente ya no existe. La medalla al mérito nacionalista parece una distinción imprescindible para poder abrirse paso y caer bien en la fauna político-mediática. Un signo más de decadencia. El honorable Pujol recientemente se destapa así con la frialdad de su ejército derrotado (¿los de un cristianismo de centro?) y la miopía del provincianismo de lo que piensa su esposa en nombre de los dos. Y todo por culpa de un Papa polaco que no nos entendió. Fieles católicos de hoy, que habitualmente leen y se informan, ya han calado a tantos políticos que, con el menú cristiano de cada día, han manipulado a toda la clientela; muchos ya toman distancias de algunos obispos que no pueden engañar a nadie ni vestidos como el cura que no fueron. Sin olvidar el recurso fácil de poner en la diana de todos los males a Mons. Rouco para despertar, a los que escuchando la nueva Cope, se han dormido.
Demasiados años con una teología resentida, opositora, siempre diferenciando lo ortodoxo de lo inteligente y con sus teólogos al servicio de la confusión. Demasiados años con Seminarios sin Obispos capaces de velar por una formación cierta y de ejercer una paternidad espiritual en sintonía con la juventud de la Iglesia. Años y años con Diócesis sin corazón, sin Seminarios y equipos sacerdotales con directrices valientes y sabias dedicadas a asegurar la imprescindible serenidad ambiental y la competente seriedad espiritual. Cuanta complacencia y autobombo. Cuantas generaciones formadas en una teología problemática y en una espiritualidad sin rumbo que sospecha hasta de la propia vocación. Cuanta mirada engreída por encima de la cual no puede transitar ni la de Dios. Cuantas momias imperecederas e incombustibles sin las que, parece ser, no se entendería un sistema teológico mínimamente serio y una formación actualizada para los futuros sacerdotes (!).
Se han propuesto sofocar el ideal de un catolicismo vivo, eclesialmente santo y socialmente verdadero. Las lágrimas ante la muerte de Juan Pablo II fueron menospreciadas e identificadas por la sociología de J.Cervera como las propias de una generación huérfana de padre. Tantos sabios, entre ellos, el historiador J.Bada, no dudaron en enjuiciar las luces y sombras de su largo pontificado como si nada de lo sucedido fuera con ellos. Sin duda, hablaban de las luces que a ellos les faltan aquí y de las sombras que les cubrirán para siempre si el Juicio de Dios no lo remedia. Entretanto, los nacidos al sacerdocio católico de la mano del Papa Magno no tenían un medio digno donde apoyarse dada su juventud e inexperiencia. Y es que, en el fondo, retrocediendo en el tiempo, todo lo sufrido por Don Marcelo en Barcelona perdura hoy, casi con las mismas razones, para hacer sufrir a otro santo que decida caminar en humildad y verdad, fe y obediencia, amor a la Iglesia, tal y como ella es, y amor al mundo para salvarlo.
Pasan pontificados, episcopados y rectorados. Seguimos con los disfraces y miedos de siempre. Eso sí, dormiremos tranquilos si todos nos dejan como herencia su patriotismo. Menos mal que el plan diocesano de la Archidiócesis de Barcelona tiene en cuenta a la Palabra de Dios, los inmigrantes y la crisis económica. No falta pan para tan poco circo. Pero no podrán. Aunque sea por la fuerza de la jubilación y por las habitaciones vacías de los Seminarios. No podrán los que invocan una comunión eclesial que han diseñado a su antojo, conveniencia y propia seguridad. Una comunión que usan como arma arrojadiza y que incluso están dispuestos a defender con su pecado. ¿Alguien da más cinismo? Ya no podrán manipular más a las nuevas generaciones que, gracias a internet, pueden seguir a Benedicto XVI o a cualquier miembro del Colegio Episcopal del entero orbe como si fuera su Cardenal, Obispo o Párroco, su Rector de Seminario, su Consiliario Nacional o Padre en la Fe. Esto irrita y enfurece. Tampoco podrán manipular la Sagrada Liturgia que tantas veces han burlado ni tampoco a un Pontífice que con su “verdad caritativa” ha puesto al descubierto a tantos sabios y avanzados a su tiempo que no son más que rupturistas sinvergüenza. El ideal es el de la Cruz. Por él se siguen proclamando Santos en la Iglesia. Pues, que donde abunden los interrogantes ¡sobreabunde el ideal!
Justus ut Palma