La reforma no es solo labor de Roma (I)

Los esfuerzos que deben reconducir la interpretación sesgada y desviada de las constituciones y decretos del Concilio Vaticano II, que se ha producido en estos últimos cuarenta años, hacia posicionamientos en comunión con la tradición de la Iglesia, necesitan, por utilizar un símil físico, de una palanca y de un punto de apoyo. Es insuficiente e injusto esperar que la reforma venga toda de Roma, de la Curia, de las decisiones canónicas de Papa Benedicto XVI. La Iglesia no es un mecanismo teledirigido desde Roma por medio de botones e interruptores. Es necesario el concurso de la Iglesia de Barcelona, es decir de los sacerdotes y seglares de esta Archidiócesis, el coadyuvar en esta renovación. La reforma gregoriana iniciada en el siglo XI que liberó progresivamente la Iglesia en Cataluña de las manos usurpadoras del poder civil proporciona sugerentes analogías y ejemplos, que actualizados a las categorías actuales, pueden ser de gran utilidad para la tranquilidad de muchos espíritus inconformistas con la mayoritariamente funesta realidad eclesial actual de Barcelona. Seguiremos en la exposición de los hechos objetivos al eminente historiador eclesiástico ausonense Dr. Antoni Pladevall i Font, discípulo del Dr. Eduard Junyent i Subirà, a la vez discípulo del gran Josep Gudiol i Cunill.


La Iglesia de la parentela política

Los nombramientos episcopales en la Cataluña de entonces estaban controlados por nuestros condes. Ramon Borrell de Barcelona en 1013 se intitulaba inspector y superior de todos los obispos de sus dominios. El conde de Besalú, Bernat Tallaferro, hijo de Oliba Cabreta, expulsó a las monjas de Sant Joan de les Abadesses y suprimió el monasterio para apropiarse de sus propiedades y rendas y aplicarlas en la dotación de recursos a un obispado que quería crear en la capital de su condado donde poner de obispo a su hijo Guifré. Este invento duró de 1017 a 1020, cuando Tallaferro murió ahogado cuando atravesaba las aguas del Ródano.

Este hacer y deshacer de la mano secular en los asuntos de la Iglesia, en este caso en manos de nuestros condes, no acabó siendo un completo desastre cuando los parientes fueron hombres de Dios. Miró Bonfill, hermano de Oliba Cabreta, fue destinado desde joven a la Iglesia. Aún siendo clérigo, del 965 al 984 fue conde de Besalú, y del 971 hasta su muerte, obispo de Gerona. Este conde-obispo fue un hombre culto y en estrecha relación con Gerbert d’Aurillac (futuro Silveste II). Trabajó a favor de la Iglesia y influyó sobre la formación de su sobrino el monje Oliba, hijo de Oliba Cabreta. De Oliba, el gran abad y obispo, no hace alabar su figura. Nuestro Pare de la Pàtria renunció a su carrera civil para ponerse al servicio de la Misión de la Iglesia. El orden de los factores los tenia claros pese a que lo uno podría esperar en principio de un pariente “enchufado” por el poder civil. San Ermengol, hijo de los vizcondes de Conflent, es un caso de nepotismo y simonía de manual. Su tío y antecesor, el obispo Sala de Urgell le compró la cátedra al conde de Urgell Ermengol I. Pese a este historial que nada bueno prometía, como pasó con Oliba, San Ermengol tuvo claro a que Señor tenía que servir por encima de los demás.

Pero no todo eran “flors i violes” (cosas buenas) en esta patrimonialización de la Iglesia en manos del poder secular. No conocemos ningún teórico regalista de la época, pero sí la práctica. De haberlo, seguro que hubiera sido un antepasado de Albert Manent. El poder secular antes se llamaba “condes”, hoy se llamaría CiU, PSC… cuando acceden y se perpetúan en el “Govern", siempre acaban por segregar tendencias regalistas. Vaya, que les va esto de poner obispos. La parentela y amigos, los nepotes, por regla general acostumbran a salir ranas. También los simoníacos, hoy los que “compran” cargos lo hacen con su sonrisa, por vía de hacerse los simpáticos –elemento clave en la degeneración de una sociedad democrática, es decir en la sociedad demagógica (Aristóteles dixit) y líquida (Zygmunt Bauman dixit).

El abad Oliba tuvo tres sobrinos obispos hijos de su hermano Guifré II de Cerdaña: Guifré quien compró por 100.000 sueldos siendo un adolescente el ser arzobispo de Narbona (nuestro metropolitano antes de la reconquista de Tarragona)(1029-1079); Guillem Guifré a quien su hermano Guifré compró el obispado de Urgell (1041-1075); y Berenguer Guifré, a quien el mismo Guifré compró la cátedra de Gerona (1051-1093). Guifré de Narbona fue excomulgado cinco o seis veces. Guillem Guifré fue acusado de asesinar al vizconde Folch de Cardona y el mismo fue asesinado en 1075. Por lo que a la sede de Vich atañe, al gran abad Oliba le sucedió otro sobrino suyo, Guillem de Balsareny, obispo de 1046 a 1076, hijo de una hermana suya, Ingilberga, que había casado con Guifré, el señor de Balsareny. Guillem compró el obispado de Vich a la famosa condesa Ermesenda de Barcelona-Gerona-Osona.

Como es de sospechar, tanto nombramiento influenciado por la vinculación al poder secular pasó factura: el no escandalizarse por la simonía y la incultura de los eclesiásticos, ni por el nicolaísmo (la doble vida) y finalmente, que lo pastoral y propio de las cualidades que debe tener un eclesiástico pasase a un segundo plano. Pese a que estamos hablando de catalanes 100% y de una Cataluña que era una Marca semi-independiente del reino de Francia, no nos librábamos de los males del resto de latitudes de la Europa cristiana de la época. Mucho románico, pero como los demás. Lo que pasaba a nivel de condes, pasaba igual al nivel de vizconde y de los señores de vasallos, los barones. Estos no podrán poner obispos pero sí párrocos en las parroquias de sus términos feudales que patrimonializarán. Unas veces usurparan los diezmos. Otras por haber construido y dotado la iglesia parroquial, actuarán como un bien privado más. ¡Cuantos esfuerzos tendrán los obispos para nombrar párrocos que no provengan de la parentela del señor feudal de turno! Un ejemplo paradigmático, tal como ha estudiado el profesor de Yale Paul H. Freedman, lo tenemos en las luchas de los señores de Gurb por hacer y deshacer en las parroquias del término de su castillo (Sant Andreu de Gurb, Sant Cristòfor de Vespella, Sant Bartomeu del Grau i Sant Julià Sassorba) y nombrar entre su parentela a los párrocos.

Similar degeneración sucedía en los monasterios ya que habían sido fundados y dotados por condes y vizcondes que actuaban de patrones y que influían en los nombramientos de los abades, muchas veces vástagos de sus familias o simples amigos o protegidos.

Contra todo este pasteleo catalán y hecho por catalanes se alzó la reforma gregoriana del siglo XI y su aplicación en nuestros condados, posible gracias a la ayuda que obtuvieron los legados y visitadores pontificios de aquellos hijos del terruño catalán que entendieron que había que acabar con los excesos de una Iglesia dirigida por los que buscaban protección, ayuda y cobijo en el poder secular, poder que había influido en sus nombramientos.

Quinto Sertorius Crescens