Zapatero y las olas
Cuenta Henry de Huntingdon en su “Historia Anglorum” la “leyenda del rey Canuto y las olas". De origen danés, Canuto reinó en Inglaterra desde 1016 hasta 1035. La crónica dice que no ha habido jamás otro rey con más poder y autoridad, puesto que era señor de Dinamarca, Inglaterra, Noruega y Escocia. Se le tenía también por sabio, y los bardos de la época lo aclamaban con las siguientes palabras: “Gran rey Canuto, que gobierna nuestra tierra, a quien el sol, la luna y las estrellas obedecen".
Un buen día, el rey Canuto ordenó colocar su trono a la orilla del mar a la hora de la bajamar y, ante la multitud que lo observaba, dirigiéndose al océano, pronunció solemnemente las siguientes palabras: “Eres parte de mi dominio, y has de saber que el suelo en que se encuentra mi trono me pertenece, y todavía no se ha oído hablar de nadie que haya desobedecido mis órdenes impunemente. Por ello te ordeno que no crezcas, ni invadas mi tierra, ni mucho menos oses humedecer las ropas o el cuerpo de tu señor".
A los pocos minutos, el mar, ignorando tan recio comando, y sin ningún tipo de respeto o reverencia por la muy notable persona que lo visitaba, comenzó a subir lentamente, y la marea mojó los pies y los ricos vestidos reales. El rey se desplazó hacia atrás cuando ya el agua le llegaba por las rodillas y, dirigiéndose hacia la multitud, exclamó: “Todos los habitantes de este mundo sepan que vano y trivial es el poder de los reyes, y que nadie merece el título de rey, salvo Aquél a cuyas órdenes el cielo, la tierra y el mar obedecen por leyes eternas". A partir de aquel instante, el rey Canuto no volvió a ceñirse la corona, sino que ordenó colocarla en la cabeza de una imagen de Nuestro Señor clavado en la cruz, para que fuera para todos una señal de alabanza a Dios, el único y verdadero rey.