Ante el drama del aborto: siempre puedes cambiar
“A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano” (Gn 9, 5)
Era mi intención escribir una pequeña reflexión sobre las mujeres que han recurrido al aborto y siguen viviendo endurecidas y despreocupadas como si nada hubiera ocurrido. Pero, como bien dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, “el cristiano tiene que dar al mundo razones para vivir y para esperar”. Por eso, voy a intentar dar alguna de esas razones para dos casos distintos.
Resulta que esta mañana, al leer el emotivo pasaje de la mujer pecadora que se postró a los pies de Jesús, en casa de Simón el Fariseo, recordé a una joven madre que me presentaron hace unos pocos meses y que se encontraba en la terrible disyuntiva de eliminar o no la vida que llevaba en su seno.
Es verdad que al principio me sentí confusa.Me había comprometido a ayudarla pero no sabía cómo. Por una parte, me encontraba frente a una “mujer de la calle” que arrastrada por el torbellino de su esclavitud reconocía, sin el mas mínimo pudor, que vendía su cuerpo por dinero. Y a la vez, esa misma mujer pedía desesperadamente ayuda a quie pudiera darsela para poder decir que “sí” a la vida de su pequeño, a pesar de su particular y difícil situación.