¡Menudo regalazo!
Se acerca el gran día de la beatificación de Juan Pablo II. Como suele ocurrir en las grandes reuniones familiares, la beatificación de Juan Pablo II supone un “testimonio de alegría y esperanza para toda la humanidad”, como afirmaba recientemente el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y por cuarenta años secretario del Papa Juan Pablo II.
He de confesar que como un par de días antes es mi cumpleaños, he pedido de regalo poder estar en la plaza de San Pedro con los míos. Y mi marido, mis hijos y mis amigos han puesto todo su cariño y esfuerzo para que podamos vivir en primera persona el privilegio de la “unidad en la diversidad” de la Iglesia que nos brinda esta ocasión, y que nos confirma que “no estamos solos, sabemos lo que queremos”, como dice la canción.
A pesar de que cada una de las personas allí reunidas nos sabremos diferentes, con carismas distintos, e incluso, en muchas cuestiones, seguramente, con opiniones diferentes; no debemos olvidar que nos une algo muy importante: una llamada universal a la santidad, la obediencia al Magisterio de la Iglesia, el cariño filial por el Santo Padre y la certeza de que sin Jesucristo, sin Su Gracia, cualquier proyecto humano es imposible.