¡¡¡De estreno!!!
Todavía no sé muy bien cómo explicar lo que siento al ser abuela por primera vez: alegría, temor, orgullo, agradecimiento, dulzura, emoción, gozo, responsabilidad, protección,… Todo es nuevo para mí y una experiencia- inolvidable-, llena de sensaciones y sentimientos encontrados.
Me siento la misma pero distinta al mismo tiempo. Estoy exultante y entusiasmada, y a la vez, me da miedo no saber acertar en cuál es mi verdadero papel a partir de ahora. Esta vez no soy la protagonista, ni mucho menos la actriz secundaria, de este maravilloso acontecimiento.
Como mi yerno, creo que me tendré que matricular en un master. Pero en mi caso, en un curso especializado de habilidades familiares para crecer como madre, como persona, para “saber estar” en el lugar que me corresponde, y “dejar hacer” a los padres ser, querer y proteger a su pequeño.
¡Gracias hija! Gracias por brindarme la oportunidad de formar parte- sin avasallar-, en este nuevo proyecto familiar del que no me quiero excluir.
Sé que me esperan muchos, muchísimos, momentos felices con ese pequeño que arrullo como si de un hijo más se tratara. Mateo, así se llama mi nieto, y yo tendremos que crecer juntos en el desempeño de esta nueva etapa que se nos presenta. Pues como alguien dijo una vez: Seguramente dos de las experiencias más satisfactorias de la vida son ser nieto y ser abuelo.
Y doy gracias a Dios por ello.
Contemplar a este pequeño que crecerá arropado de tanto amor me afianza en la certeza de que la vida es el don más grande que recibimos de Dios.
Es más, siento que mi capacidad de amar se agranda un poco más, que mi corazón ha hecho un nuevo hueco a este pequeño, que si sigue los pasos familiares será un gran terremoto en nuestras vidas y nos dará muchas alegrías.
Y para ello, quiero mantenerme joven e ilusionada, puesto que, aunque el cuerpo muchas veces nos juegue malas pasada, la juventud no tiene edad.
Como dice Victoria Cardona, “la experiencia de ser abuelos nos renueva los ánimos. Con la ilusión de ser útiles, nos volvemos más positivos y optimistas. La edad cronológica no importa cuando se tienen proyectos y objetivos, sobre todo tan atractivos. Lo que importa es el corazón.
Procuremos, los abuelos, seguir contemplando la fuerza de la familia. Es en el calor del hogar donde nacen los vínculos afectivos que proporcionan la felicidad, se guardan los recuerdos biográficos y se transmiten nuestras raíces culturales y cristianas. Son nuestras raíces que se proyectan del pasado al presente con la confianza de que nuestros hijos y nietos las prolongarán. Es fácil transmitirlas ya que, normalmente, les atrae el sentimiento y el respeto con que vivimos el legado que abuelos y padres recibimos de generaciones anteriores”.
No quiero alargarme más, solo añadir que a partir de ahora lo incluyo ya en la oración que rezo a diario por mis hijos:
Señor, quiero formar unos hijos valientes y decididos. Dame, Señor, unos hijos humildes, sencillos y conscientes de que sin Ti nada son.
Que sepan oír consejos, que no les cueste descubrir sus fallos, que acepten sugerencias; que sepan que muchas veces van a estar equivocados; que sepan que nunca van a ser poseedores de toda la verdad y que, por eso, muchas veces deberán pedir perdón.
Unos hijos, Señor, que sean honrados, eficientes. Que aspiren a ser libres; que jamás callen ante las injusticias; que jamás, por defender sus intereses, pasen por encima de los derechos de los demás; y que por amor estén siempre dispuestos a perdonar.
Quiero unos hijos honestos en el manejo de los bienes propios y ajenos: que elijan padecer pobreza antes de hacer mal uso de lo que no les pertenece. Unos hijos con mentalidad de adultos, pero con ojos y corazón de niños; abiertos a ideas y a tiempos nuevos, nunca acomodados; siempre inquietos. Que encuentren la alegría en las cosas sencillas de la vida y que sepan mantener su espíritu en alto aún en los momentos difíciles.
Unos hijos que comprendan que deben formarse lo mejor posible, no para lograr dinero o para incorporarse a la sociedad de consumo, sino para servir a sus hermanos.
Quiero unos hijos que sepan poner el interés de los demás antes que el propio, y para quienes el ideal sea lograr el bienestar y la felicidad del prójimo.
Unos hijos que sepan compartir las alegrías de los otros, y también sus fracasos, tristezas y sufrimientos.
Señor, sueño con tener unos hijos que confíen en los demás, que crean en los demás; que sepan tomar decisiones, pero que sepan también delegar responsabilidades.
Quiero inculcar en mis hijos el deseo, no de ser socios de clubes, sino de ser parte de una sociedad más justa, en donde todos tengan acceso a los beneficios propios de los seres humanos.
Ayúdame, Señor, a formar unos hijos que se parezcan a Ti, capaces de llegar hasta el sacrificio con esperanza en tu triunfo y en tu resurrección.
Hay algo que te quiero pedir especialmente, y es tu gracia para nosotros sus padres. Danos tu ayuda, tu fuerza, tu amor, tu humildad, tu entrega, tu esperanza, tu alegría, tu constancia; ya que sólo pareciéndonos a Ti, viviendo todo eso que queremos y soñamos para nuestros hijos, seremos capaces de despertar en ellos esos ideales; sólo así seremos capaces de formar esos hombres nuevos capaces de construir un mundo nuevo, el mundo que Dios soñó.
7 comentarios
Un post precioso. Como todos.
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