Mi pastor enfermo
“Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas
con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son El”
(San Josemaria Escrivá de Balaguer, Camino, nº 419)
Desde hace ya algunos años poner el nacimiento y engalanar la casa para acoger al Niño Jesús es un acontecimiento familiar que nos ayuda a revivir con fe y alegría el nacimiento de Jesús. “Contemplar el misterio del amor de Dios que se ha revelado en la pobreza y en la sencillez de la gruta de Belén, como recordaba hace unos años Benedicto XVI, enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a quienes, como los pastores, acogen en Belén las palabras del ángel: «esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2, 12)”.
En estas fiestas navideñas me gustaría compartir con los hombres de buena voluntad la razón de colocar en un lugar destacado del pesebre que colocamos en el salón de nuestra familia una de las figuras de barro más entrañable y elocuente que “nos ayuda a preparar el corazón para acoger una vez más a ese niño “indefenso” que es Dios omnipotente”.
Se trata de un pastorcillo enfermo, gordinflón y pelón– me gusta imaginar que son efectos secundarios de la medicación-, que camina cansado, muy cansado, junto a los demás. No puede con la cuesta que sube para ver al niño. Le ayudan sus amigos. Quiere conocer al Niño Dios, fuente de vida y de alegría. Ha pasado la noche y el día entero caminando para ver a Jesús. Con su cesta, aparentemente vacía comparada con los demás pastorcillos, está dispuesto a llenarla de lo que más le cuesta: el sentido de su propia vida en la enfermedad. No sabe muy bien que aquel pequeño niño, acostado en un pesebre, pobre y desangelado, va a tocar su corazón con una sonrisa que le cambiará la vida.
La enfermedad que padece le hace sentirse agotado e inútil. Algunos días se siente que “es una carga” para los que tiene alrededor y se siente triste y apesadumbrado. No comprende cuando le dicen que es un tesoro valioso, único, y divino para la familia y los amigos. Que ofreciendo sus dolores, sus limitaciones y sus desconsuelos por las necesidades y preocupaciones de los que le rodean se convierte en un gran colaborador de Dios en la salvación del mundo. Sus amigos le animan para que se deje “utilizar” por Dios con la seguridad de que el sufrimiento es una prueba especial del Amor de Dios. Que El no te deja ni le dejará nunca solo, que le comprende, y le ofrece su regazo diciendo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré"(Mateo 11: 28).
En el fondo, como señalaba Benedicto XVI el 7 de diciembre 2011 ante un árbol de Navidad: “necesitamos una luz que ilumine el camino de nuestra vida y nos de esperanza, especialmente en esta época en que sentimos tanto el peso de las dificultades, de los problemas, de los sufrimientos, y parece que nos envuelve un velo de tinieblas. Pero ¿qué luz puede iluminar verdaderamente nuestro corazón y darnos una esperanza firme y segura? Es el Niño que contemplamos en la Navidad santa, en un pobre y humilde pesebre, porque es el Señor que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida, nos pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda (…)Que cada uno de nosotros aporte algo de luz en los ambientes en que vive: en la familia, en el trabajo, en el barrio, en los pueblos, en las ciudades. Que cada uno sea una luz para quien tiene al lado; que deje de lado el egoísmo que, tan a menudo, cierra el corazón y lleva a pensar sólo en uno mismo; que preste más atención a los demás, que los ame más. Cualquier pequeño gesto de bondad es como una luz de este gran árbol: junto con las otras luces ilumina la oscuridad de la noche, incluso de la noche más oscura".
Y en esa noche hermosa y fría, mirando al Niño embobado, le chapurrea al oído: ¿Sabes niño que me gusta que tú seas como yo? Que pases frio en invierno y en el verano calor. Que te hayas hecho pequeño y te comprenda mejor. Déjame quedarme aquí haciéndote compañía .Quiero acunarte en mi pecho, darte todo mi amor. ¡Te quiero!
¡Feliz Navidad a todos y un 2012 lleno de salud, paz y alegría!
11 comentarios
No tengo un pastorcito de esos entre mis figuritas pero buscaré alguno que se le parezca, merece la oportunidad de conocer al Niño y tomarlo en sus brazos.
No he comentado nunca en este blog, pero tengo que agradecerte este artículo,por todo lo que dice, y porque creo que es un tema que en nada interesa a nuestros amigos ateos y demás enfadados con el mundo.
Hermosos pensamientos, que creo compartimos casi todos los católicos, que ayudan a reflexionar.
Se agradece, de verdad, este remanso de paz, sin insultos,ni amargados.Paz es lo que necesitamos, sobre todo en estos días,para recibir al Salvador.
A mi,a pesar de la distancia, ¡Me ayuda tanto!.Disfruta mucho estos dias en familia, de poder tenerlos a todos.
Yo me acordare mucho de ese pastorcito!!!!
Como siempre tus articulos maravillosos. Un abrazo
Muchas gracias por este artículo, ¡Qué profundo!. Este pastorcillo es muy cercano para mi, a pesar de su enfermedad, de su tristeza, de su agotamiento y hastío de la vida y de no poder ofrecerle nada, vuelve su mirada al Nacimiento, al niño Jesús, y le sigue y se queda con Él. ¡Qué alegría le da al Niño Jesús que estemos con Él haciéndole compañía y confiando en Él!
Feliz Navidad!
Un abrazo
Este pastorcillo enfermo fue a ver al niño Jesús, más nosotros por no reconocernos en el, cuando enfermos y agobiados, nos privamos de llegar al Amor de los Amores.
Gracias por hacer una página así, pues mucha gente debería de conocer a San José María Escrivá de Balaguer, entonces, no se hablaría a veces como hablan de Él.
Señor dame fuerzas para poder servir, con alegría y humildad y a trabajar como un borriquito de noria, siempre trabajando y nunca se queja. Así quiero ser Señor con ayuda de San José María.
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