De la moral y los toros
Vuelven a brillar los trajes de luces bajo sol de España, ha empezado de nuevo la temporada taurina. Olé. Siempre he sido aficionado a los toros, de hecho de pequeño quería ser torero. Y la verdad que se me daban bien las gaoneras y chicuelinas en el salón de casa. Era bueno imitando los gestos toreros, saludando, brindando la oreja, citando al astado imaginario pasito a pasito. Pero allí quedó, sin llegar más lejos, una vocación infantil que a ninguna madre debe hacer mucha gracia.
Como finalmente no he sido torero, y éste blog no es un espacio taurino en el que hacer una crónica sobre la última faena de José Tomás, o aburriros con mi opinión sobre la polémica entre éste y Fran Rivera. Me debo centrar mejor en desmenuzar la justificación moral a la luz de la Ley Natural, de ésta nuestra fiesta nacional. Casualmente vilipendiada por quienes más ignoran la realidad del toro de lidia, y la esencia de este ritual de sacrificio que funde arte y tradición.
Decía Santo Tomás que existen tres estadios del alma, los cuales se dan en los seres que como materia en lugar de quedar inerte han recibido el soplo de la vida. El alma vegetal, el alma sensitiva o animal, y el alma racional y espiritual, que corresponde solamente al hombre creado a imagen y semejanza de Dios.