En la muerte de Miguel Delibes
Hay libros que entretienen y hay libros que transmiten. Los primeros pasan por nuestras manos, nos divierten, pero sus historias y argumentos se disipan en las estanterías y en la memoria. Los segundos, por alguna extraña razón, dejan en nuestra conciencia una impresión que marca nuestra forma de ver las cosas.
Apenas conozco a Miguel Delibes, nací cuando los “best seller” ya eran de importación. Supongo que fallecido el gran escritor, escribirán sobre él amigos, familia y literatos o críticos, que desmenuzarán su estilo, su obra y su temperamento. A esto yo no tengo nada que aportar, más que lo percibido en lo poco que he leído, de quién sin duda es uno de los escritores que considero imprescindibles.
Creo que es en el trasfondo de la trama. Por allí Delibes camina en casi todas sus novelas, haciendo partícipe al lector de cuestiones verdaderamente profundas, que en un planteamiento cercano, conmueven y hacen reflexionar.
Cuando el marco temporal de la historia discurre por toda una vida en clave de recuerdos, como en “Señora de rojo sobre fondo gris” o “Cinco horas con Mario”, Delibes nos descubre con la mejor prosa un alegato, a veces pesimista y a veces idealizado, al papel de las relaciones humanas en la felicidad, el amor o la familia. Es la muerte, con crudeza, la que viene a ponerlo de relieve, siendo la ausencia la que muestra las pequeñas y grandes cosas de la vida.
Indiscutiblemente ha muerto uno de los grandes, de los que estudiarán en las escuelas siglos adelante, cuando ya nadie recuerde nuestro nombre. Vayan para él toda mi admiración, y mi oración.
Javier Tebas
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