Impresiones desde Beirut
Beirut mira al mar Mediterráneo, como si quisiera mostrarse a un occidente que le ignora. Ha nevado en las montañas que rodean la ciudad, y al atardecer, desde el puerto, el sol ilumina los barrios y pequeños pueblos de las afueras, que caen por la ladera hasta el mar. La luz tibia y perpendicular de última hora refleja en los cristales de esas casas lejanas, mostrando un paisaje genuino a los cientos de beirutíes que terminan su jornada, caminando por el confluido paseo que linda con el mar. Un marco privilegiado para hacer “footing”, para pasar una tarde en familia, o incluso para alguna pareja de enamorados, que bajo el anaranjado e inmenso sol en el horizonte, encuentran un climax peliculero en el que pasear su amor.
En ese marco único entre la montaña y el Mediterráneo, entre campanarios y minaretes, se levantan algunos edificios deshabitados, roídos por las bombas, recordando los padecimientos nada lejanos de sus calles. Otros edificios, la mayoría, se alzan entre andamios y grúas, como síntoma de un país volcado en una reconstrucción, que parece haber aunado fuerzas por fin para presentar al mundo su potencial. Y esa es la principal sensación que transmite Beirut, una ciudad en potencia, llena de oportunidades, de lugares que cuentan historia, de rincones bonitos y de vistas únicas.
Como una mezcla entre lo árabe y lo mediterráneo, los libaneses son un ejemplo de la mejor síntesis entre ambas culturas. No forman parte de una globalización occidental en el peor de los sentidos, de exportación ostentosa y hortera, como los fastuosos y fracasados intentos de las clases dominantes en muchos países árabes, que se pirran por ser occidentales. Muy al contrario, la parte occidental de los libaneses es la consecuencia natural de su cultura, de su raíz cristiana y de su propia historia.
El color albero, como la tierra clara, de los edificios más antiguos, los porches de las calles de la zona histórica, apoyados sobre arcos de herradura, o el agradable olor de las pipas de sisa de la gente fumando en las cafeterías, recuerdan el ineludible peso de la cultura árabe sobre el país. Paseando se puede escuchar llamar al rezo desde los minaretes, o las campanas de una iglesia maronita, pero las calles de Beirut son un ejemplo de armonía y de convivencia. Se sorprenderán quizás quienes no conozcan Líbano, pero por la calle no me he cruzado con Hezbollá ni Ben Laden, sino con señoras que parecieran salir de la misa de tarde en cualquier parroquia española, con ejecutivos que pudieran estar caminando por la quinta avenida de Nueva York, o con grupos de jóvenes que cotillean en torno a unas cervezas, como lo harían en cualquier ciudad europea.
Beirut crece a una gran velocidad, y los locales de su parte antigua empiezan a albergar tiendas de las primeras marcas; Gucci, Armani, Rolex, Versacce, Christian Dior, y casi sin excepción todo este tipo de multinacionales del lujo, que abren sus puertas a una sociedad que empieza a tener un importante poder adquisitivo. Pero hay que remarcar, que ese poder adquisitivo no es consecuencia de una política de esclavitud, no surge de las élites explotadoras y de los magnates del petróleo, como en todos los Emiratos Árabes. Muy al contrario, la clase media libanesa es emprendedora, arriesga, apuesta por lo suyo y genera riqueza y desarrollo. Por eso existe ya una clase con mayor renta, y no es extraño ver pasar continuamente coches de primera gama entre el caótico tráfico de la capital.
En definitiva, Líbano es el ejemplo de una nación volcada en su crecimiento, con un desarrollo económico razonablemente justo y en equilibrio. Un referente para Oriente Próximo, en cuanto a la armonía entre lo árabe y lo occidental, en lo mejor de sus dos expresiones. Un sinfín de oportunidades de una economía creciente. Un lugar donde la fe sobrevive en la pureza y la fortaleza que nace frente al acoso. Líbano ofrece una riqueza cultural y paisajística que podría envidiar cualquier país del mundo, un mundo que le ignora, que no quiere conocerle, y que se desentiende previo envío de unos cuantos cascos azules.
Desde Beirut a 28/01/2010
Javier Tebas
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5 comentarios
Intentar entender que grupo, de los tropecientos mil que hay, estaba enfrentado con cual otro en cualquiera de sus guerras civiles, es una tarea para varias generaciones.
Además, todas las alianzas cambían cada quince minutos, pero los nuevos odios que se generan entre ellas parecen herencia de siglos de rivalidades.
Que envidia, visitar Beirut.
Pero yo me pregunto ¿qué sentido teológico tiene esa foto en la vida del cuerpo místico?
Dice el Evangelio que Jesús enseñaba en las sinagogas, siendo celebrado por todos
Parece ser que así ocurre a su vicario. ¿Se admirarán de su doctrina como de la de Cristo? Seguramente. Nunca han oído a ningún católico hablarles como él les habla.
Pero nos narra también el Evangelio que la última vez que Cristo visitó de buena voluntad la sinagoga de su ciudad, el Evangelio nos dice lo que pasó tras leer la profecía correspondiente:
Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír
¿Cuantas de las profecías leídas en la sinagoga de Roma se han predicado como cumplidas al día de hoy?
Y así, por la predicación y el testimonio de la verdad y el Evangelio, se escandalizaron de Jesús aquellos que le conocían muy bien y sabían de donde venía, quien era su padre y quien era su madre.
Y dice el Evangelio que la indignación fue tanta que levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a la cima del monte sobre el cual está edificada su ciudad, para precipitarle de allí
¿Ocurrirá eso en Roma algún día con el vicario de Cristo?
No se, sólo ando buscando sentido teológico a una visita y a una foto más allá de las complacencias del mundo y la prudencia de la carne.
Un saludo en la Paz de Cristo.
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