La peculiar historia de Casimiro
(relato breve de ficción)
Casimiro cabeceaba en el sofá tentando al sueño, cuando un anuncio de zumos le sobresaltó haciéndole incorporarse. El departamento comercial de aquella conocida marca quería que Casimiro oyese las magníficas propiedades de su producto, y no dudaron en subir descaradamente el volumen de la publicidad para despertarle. Querían que cuando Casimiro fuese al “super” les eligiese, y para ello se habían atrevido a romper su siesta, intocable, sagrada. Que se lo pregunten sino a sus hijos, que tantas veces habían pagado con creces las consecuencias de interrumpirle el sueño.
Pero si despertar a Casimiro de la siesta era siempre tan peligroso como tirar piedras a un furioso oso pardo, hoy no era el día más apropiado para subir el volumen de la emisión y garantizarle a gritos vitamina C en un tetrabrik.
En el banco acababan de prejubilarle y sospechaba que su mujer tenía una relación con un divorciado al que había conocido en clase de baile de salón, esas estúpidas clases de baile a las que él se negó rotundamente a acompañarle. Casimiro ya no encontraba un motivo por el que levantarse cada día, su vida se desmoronaba, explotaba como un edificio en demolición.
Quizás su subconsciente resentido canalizó así la pena y la rabia que llevaba dentro, o quizás fue solo una reacción refleja que no llegó a su cerebro, acentuada por la falta de lucidez de ese instante justo en el que acabas de despertarte. El hecho es que mientras una voz en off instaba a las madres a comprar zumo de naranja exprimido para sus hijos, y un vaso de cristal se llenaba de jugo en la pantalla, Casimiro estampó como un proyectil el mando a distancia contra el televisor. Ni siquiera el mejor pitcher de la liga de baseball americana habría podido imprimir tanta velocidad al lanzamiento, el cristal de la pantalla voló en cientos de pedazos por el salón. Una onda expansiva, que movió el sofá en el que estaba Casimiro, acompañó a la espectacular explosión del televisor. Pero no se preocupen por él, aparte del susto no sufrió ni un solo rasguño.
Hay quien piensa que lo que sucedió solo pudo ser un milagro, ya que físicamente es casi imposible hacer explotar un televisor lanzándole un mando a distancia. Pareciera que tras el peculiar suceso estuviese la providencia, porque desde entonces la vida de Casimiro mejoró en todos los sentidos. Mientras ahorraban para una nueva televisión Casimiro redescubrió las conversaciones con su mujer, había olvidado que comparten el mismo sentido del humor, volvieron a reírse juntos. Retomó la lectura, y hasta se animó a empezar a escribir una novela. Tales fueron los cambios en Casimiro que, aunque no se lo crean, se apuntó con su esposa a las clases de baile ¡y no se le daba tan mal como pensaba!
Por lo que sé ahora anda por el mundo viajando y disfrutando de su jubilación anticipada. No sé si en Méjico, en Egipto o en China, pero allá donde está, el nuevo Casimiro sigue siendo fiel a su siesta, y prefiere exprimir él mismo el zumo.
Javier Tebas
[email protected]
5 comentarios
Gracias, ya tengo plan para hoy :D
La televisión es, en algunos casos, una aliada contra el aburrimiento, pero no debemos dejar que, como a Casimiro, nos llegue a quemar tanto, que debamos romper el aparato para restaurar un poco de sinceridad en nuestras vidas... ¿O quizá sí?
Sepa usted que he disfrutado con su artículo y que podría ser una buena excusa para una campaña que bajo el lema de " deshagase de su televisor " se invitara a los televidentes a volver sus miradas hacia su prójimo, sean estos sus esposas,hijos, hermanos o amigos, vecinos, conocidos, etc.
No es ninguna tontería lo que estamos tratando y la anécdota del tal Casimiro debiera servirnos a todos a enviar a la caja tonta al sitio que le corresponde ( el trastero o tal vez la basura).
Muchas gracias por el artículo y por su bondad al permitirme escribir mis comentarios.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.