“Reciban el saludo de todos los santos, especialmente los de la casa imperial.” (Fil. IV 22)
No se puede decir que no lo hemos intentado. Nos esforzamos, algunos se emplearon a fondo, pero los resultados han sido catastróficos, de esperpento.
Es necesario reflexionar a fondo sobre el intento de formaciones como Impulso Social por alcanzar representación parlamentaria. Ver para ello a modo de ejemplo la entrevista a Rafael López-Diéguez en Hispanidad en la que afirma “Somos la opción para el voto católico”. “Vienen para dar opción a las personas que necesitaban que los principios innegociables vinieran a la vida pública y a las que querían un concepto de Europa distinto.”
Este intento, y los anteriores que no podemos olvidar aunque fue este en el que más esperanzas se depositaban, es decir, el esfuerzo empleado (el financiero incluido, especialmente de Rafael y de las personas más destacadas de IS) y los resultados cosechados, me han recordado algo que conocía perfectamente, pero lo rechazaba de forma constante: la postura de San Josemaría sobre la participación de católicos en la política.
Resumiendo, luego aclararé más puntos, se puede afirmar con rotundidad: San Josemaría desaconsejaba con toda claridad y abiertamente la creación de formaciones políticas que se presentarían como “partidos de católicos”, “asociaciones de católicos”, etc. San Josemaría sabía perfectamente, como lo recordó en una reciente entrevista el sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, Don Juan Claudio Sanahúja, que “si el mundo está en tinieblas, es porque la Iglesia ha dejado de ser luz”. Por lo tanto, la solución a los males del mundo no proviene de una victoria política, sino de la eficacia de la evangelización de la Iglesia, es decir, de los cristianos. En cualquier caso, un cambio político puede provenir solamente como consecuencia de la inculturación del Evangelio (o sencillamente evangelización), misión primordial de la Iglesia, y por ende de todo cristiano, allá donde se encuentre.
Esto no es ningún secreto a voces, es totalmente público y notorio. Algunos creen que la participación de los miembros del Opus Dei en distintas organizaciones laicas de todo tipo es una señal de lo “oscuro” de esa organización, de una especie de la “masonería blanca”, de lo intrínseco de su “secularización”, etc. en el peor de los casos, y desde la perspectiva de los bien intencionados pero no bien informados al respecto, se cree que tal actuación es la “traición a las ideas de su fundador”. Pues que sepan que así fue desde el principio del Opus Dei. Los miembros actuales del Opus Dei, participando en distintas formaciones políticas llegando incluso a enfrentarse políticamente entre ellos, ponen de manifiesto una característica diría yo casi fundacional, en cuanto a la legítima pluralidad de la acción de los laicos católicos en el ámbito temporal.
Secreto ninguno. Un hombre, un sacerdote, un santo, qué pasó la gran crispación anticlerical en el periodo previo a la guerra civil española, viendo morir a mucha gente cristiana, sacerdotes y religiosos incluidos simplemente por causa de su fe, pudiendo haber sido asesinado mil y una vez por el bando republicano, que vivió un periodo no breve de posguerra en España, y, viviendo ya en Roma, habiendo sido informado con puntualidad y en detalle sobre la situación religiosa y política de su país, un hombre sabio y el que sabe de lo que habla escribe en 1964 en los siguientes términos al Papa Pablo VI sobre la situación política en España y le transmite su convicción sobre la mejor forma de proceder para los católicos en la vida política española (Para más datos, ver por ejemplo Libertad y política en los escritos de San Josemaría Escrivá, por Jean Luc Chabot - Profesor de Ciencias Políticas en Grenoble, El Fundador del Opus Dei y su actitud ante el poder establecido, por François Gondrand – Instituto de Ciencias Políticas de París, “El Fundador del Opus Dei”, A. Vázquez de Prada):
“Al tratar del futuro de España, Escrivá, evocando los tristes sucesos de los años treinta, estimaba que era necesario que se diese lo antes posible una evolución del Régimen español, de forma que se evitara la anarquía y el comunismo que consideraba personalmente que podrían hacer tanto mal, de nuevo, a la Iglesia en España.
Para él la solución no estaba en la creación de un partido político más o menos parecido a la Democracia cristiana italiana (que era la opción que se pensaba en el Vaticano) porque ese partido –explicaba– podría comenzar sirviendo a la Iglesia y acabar sirviéndose de la Iglesia. Se corría el peligro, además, de que con el paso del tiempo la Iglesia no encontrara modo de desembarazarse de ese partido, y aquella alianza acabase convirtiéndose en una especie de chantaje moral.
Exponía ante el Papa, con filial confianza, su pensamiento personal: en su opinión, los católicos, actuando con libertad, deberían crear una sociedad en la que se respirara un sano pluralismo –“que no es lo mismo que una atomización”, precisaba– en la resolución de las cuestiones temporales. Esos católicos –le decía a Pablo VI– deberían estar unidos en la defensa de las cuestiones esenciales para la Iglesia, pero sin formar nunca un grupo o un partido “católico”.”
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