2.11.09

La muerte, el alma y la resurrección de los muertos (y IV)

El juicio particular.

A la muerte se sigue inmediatamente el juicio particular. En substancia consiste en la apreciación de los méritos y deméritos contraídos durante la vida terrestre, en virtud de los cuales el supremo Juez pronuncia la sentencia que decide de nuestros destinos eternos. (1)

Así, el alma al separarse del cuerpo es inmediatamente juzgada por Dios. Contra esta verdad, han surgido numerosos errores y herejías, como la de los gnósticos, los maniqueos, nestorianos, anabaptistas, socinianos y arminianos entre otros. También compartieron este error Lutero y Calvino.

El diálogo entre el Señor y Dimas arroja una luz abundante en varias cuestiones, entre las que se encuentra el juicio que ocurrirá entre nuestra vida actual y el premio o condenación del más allá:

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1.11.09

La muerte, el alma y la resurrección de los muertos (III)

En el Magisterio de la Iglesia.

Se puede decir que en la Iglesia antigua no hay un pronunciamiento doctrinal sobre la inmortalidad del alma. Esto, que podría parecer extraño, es algo natural ya que teniendo en cuenta el humus judío del cristianismo, es indudable que los muertos no se disuelven en la nada, sino que esperan la muerte en el hades de un modo en relación con la vida que llevaron.

En Oriente, la situación de los difuntos sigue siendo una situación intermedia, sufriendo la impronta judía en la fe un desplazamiento, sin que se suprima de algún modo. En Occidente, por otro lado, no se habla de resurrección de los muertos, sino de resurrección de la carne, debido a que se sigue con la terminología judía, donde «toda carne» (Sal 136,25; Jr 25,31; Sal 65,3) se refiere a toda la humanidad, aunque también quiere decir que sigue fiel al influjo a la teología de San Juan, como se refleja en San Justino Mártir y en San Ireneo de Lyon. No se piensa principalmente en la corporeidad, sino en la universalidad de la esperanza de la resurrección, pero incluyendo el todo, es decir, la criatura llamada «carne», en contraposición a Dios (1).

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La muerte, el alma y la resurrección de los muertos (II)

La muerte en el Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento no expresa pensamientos nuevos, excepto uno fundamental, que aúna todo lo anterior y lo lleva a su plenitud: el martirio del testigo fiel, Jesucristo, y su resurrección. En Cristo resucitado se encuentran las respuestas de la fe.

Desde esta perspectiva, se da una nueva valoración de la muerte. El signo de la cruz no es una apología de la muerte, sino el mayor de los males; pero un mal que el amor redime el amor, precisamente haciendo de él instrumento más elevado, y paradójico a su vez, de la vida. haciendo de él el instrumento paradójico y supremo de la vida. La muerte sigue siendo lo antidivino: así lo vemos en Ap 20,13 ss y 1 Cor 15,23. La muerte es «el último enemigo». Su final indica el definitivo señorío de Dios.

A la vez, el Nuevo Testamento afirma que el Cristo mismo, es en cuanto justo un sufriente y un condenado a muerte. El justo ha bajado al sheol, donde no se alaba a Dios. En Cristo, es Dios mismo el que desciende al sheol y por fin, la muerte ya no es el país de las tinieblas abandonado de Dios y el ámbito de la cruel tiranía de Dios. Habiéndola visitado Dios por Cristo, la ha suprimido y superado como muerte.

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31.10.09

Queipo, La Macarena y Torrijos, por Julio Domínguez Arjona

Por su interés reproduzco el lamentable hecho acaecido en Sevilla, una vez que el Hermano Mayor de la Macarena, ha coronado su periplo con la ampliación del Museo de la Hermandad, para el cual ha contado con la aportación del Ayuntamiento de Sevilla.

Evidentemente, nada sale gratis y el Hermano Mayor ha hocicado con la Ley de Memoria Histórica anteponiendo la pasta a la verdad.

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30.10.09

Obedecer a Dios antes que a los hombres

Cuenta San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles que viendo el Sumo Sacerdote como aumentaban las conversiones al cristianismo en Jerusalén, arrestó a los apóstoles y los encarceló. Un ángel los liberó y les dijo que se presentaran en el Templo y predicaran «todo lo concerniente en torno a esta Vida» (Hech 5, 20). Dicho y hecho, los apóstoles cumplieron lo mandado.

En el Templo fueron detenidos de nuevo y llevados ante el Sanedrín, prohibiéndoles el Sumo Sacerdote enseñar la doctrina sobre Cristo, a lo que Pedro y el resto contestaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen» (Hech 5, 29 – 32).

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