16.11.09

Un penoso artículo del padre Bru

Hace algún tiempo el padre Bru
comentó en el programa de Federico Jiménez Losantos, La Mañana, el libro del prolífico escritor César Vidal, Pablo de Tarso, haciendo una laudatio del mismo.

Dicho libro no se encuentra desde luego entre los mejores de César Vidal.

En el mismo, el autor da una visión luterana de San Pablo, de manera que el apóstol de los gentiles aparece como un antecesor en toda regla del esposo de Catalina Bora, fundamento cierto de todas las barbaridades que siglos después sostendría el hijo de Hans y Margarette. Además, César Vidal aprovecha la ocasión para volver a los lugares comunes que el protestantismo evangélico utiliza para justificar su doctrina, contrarios por otro lado a los que sostiene la Iglesia Católica.

Como he indicado el padre Bru puso el tal por las nubes, pecando de ignorancia; ignorancia debida, quizás, por no leer a nuestro director Luis Fernando, que si de algo sabe es del protestantismo en sus diferentes ramas. Pero, claro, es posible que Infocatólica no se encuentre entre las preferencias del padre Bru. Digo yo.

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13.11.09

El Cielo (y III)

La palabra «visión» tiene un doble sentido: si por un lado se refiere al acto propio de la vista, por otro expresa el conocimiento intelectivo. De esta manera, la visión beatífica de Dios en el cielo, hace referencia a la visión de Dios directamente, sin intermediarios y que como tal, es un acto de la inteligencia al que necesariamente sigue el amor y el gozo: acto de la inteligencia por el cual los bienaventurados ven a Dios, clara e inmediatamente, tal como es en sí mismo (1).

a) La visión directa de Dios en el Cielo es afirmada por la Sagrada Escritura. En el cielo veremos a Cristo, Dios y Hombre verdadero para siempre, y también al Padre y al Espíritu Santo, directamente. En el Nuevo Testamento lo encontramos, en los siguientes textos:

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12.11.09

El Cielo (II)

Existencia del Cielo.

Como hemos visto, no hay verdad que se repita tantas veces en la Sagrada Escritura como la existencia del cielo, que constituye la bienaventuranza eterna. Ejemplos los encontramos diseminados por todas partes:

- Padre nuestro, que estás en el cielo… (Mt 6,9)

- Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos. (Mt 18,10).

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11.11.09

El Cielo (I)

El reino de los cielos se incoa en esta tierra, en la que ya podemos conocer y amar a Dios, aunque imperfectamente, y se consumará en el más allá. El dogma del paraíso expresa la realización definitiva del hombre en la comunión beatífica con Dios en Cristo. En el término «cielo» reverbera la fuerza simbólica del arriba, y con ella se sirve la tradición cristiana para expresar la plenitud definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado hacia el que se dirige la fe.

El Paraíso en la Sagrada Escritura.

La Biblia, de acuerdo con el modo de concebir el mundo por los judíos (el cielo arriba como bóveda celeste; la tierra en medio y, abajo, el abismo), habla de un cielo o del cielo de los cielos, como morada de Dios.

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10.11.09

El purgatorio (y II)

Existencia del purgatorio.

El purgatorio es el estado en el que las almas de los que murieron en gracia de Dios con el reato de alguna pena temporal debida por sus pecados, se purifican enteramente antes de entrar en el cielo. Hemos mostrado ya en diversos lugares de esta síntesis, los fundamentos escriturísticos de dicha doctrina, así que pasaremos directamente a reseñar los documentos del Magisterio de la Iglesia.

- Concilio II de Lyón (1.274): «Creemos que (…) los que verdaderamente arrepentidos murieron en caridad antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de la muerte con penas purgatorias» (Denz. 464).

- Benedicto XII (1.336): «Por esta constitución, que ha de valer para siempre, con autoridad apostólica definimos: que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los sanos que salieron de este mundo antes de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, así como las de los santos apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, y de los otros fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al salir de este mundo, ni habrá cuando salgan igualmente en el futuro, o si entonces lo hubo o habrá algo purgable en ellos, cuando después de su muerte se hubieren purgado (…), estuvieron, están y estarán en el cielo (…), donde vieron y ven la divina esencia (…) hasta el juicio y desde entonces hasta la eternidad» (Denz. 530).

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