¿Todavía no lo han leído? ¿Y a qué esperan? Castellani, junto a Gómez Dávila, han sido un hallazgo imponderable. Al menos para mí.
Ya callo. Que hable Castellani.
El texto no dice «tres demonios», como tampoco congruye con el salir con el salir dos dellos de boca de dos hombres: el texto dice «espíritus», palabra que designa también un movimiento, una ideología o una teología, en todas las lenguas.
Los Doctores nombraron las herejías que tenían ellos ante los ojos, que naturalmente creían las peores posibles; San Agustín: los arrianos, pelagianos y donatistas; Belarmino: Lutero, Zwinglio y Calvino; y así otros. Yo hago lo mismo. Y puedo equivocarme como ellos. Pero me parece esta vez va de veras.
Se parecen a ranas, animal viscosos y lascivo, oculto y fangoso, vocinglero y aburridor, que repite sin cesar su croar monótono:
Cuá, cuá, cantaba la rana
Cuá, cuá, debajo del río
La democracia, cuá, cuá,
Justicia social, cuá, cuá,
Y la Humanidad, cuá, cuá,
Canta el diabólico trío.
Esta herejía política, difusa hoy en todo el mundo, que aún no tiene nombre y cuando lo tenga no será el propio suyo, que Newman el siglo pasado llamó «liberalismo religioso» - y por cierto vio en ella, como yo ahora, presagios del Anticristo – que San Pío X llamó «modernismo», y Belloc «aloguismo», es el viejo naturalismo religioso que remonta a Rousseau y los Enciclopedistas; y en su raíz, si se quiere, al presbítero belga Baius (Michel Bay)… la cual es en su fondo la idolatría del Hombre, o de la Humanidad, el peor error posible, atribuido por San Pablo al A’nomos, como vimos. Mucho he escrito acerca della, me resumiré aquí. Consiste en una adulteración sutil del Cristianismo, al cual vacía de su contenido sobrenatural dejando la huera corteza, la cual rellena de inmediato «el espíritu que ama los sitios sucios y los lugares vacantes» con el antiguo «Seréis como dioses». Josef Pieper observó con justeza que el dicho la Religión es cosa privada y al Estado no le interesa, lema del liberalismo, comporta nombrar Dios al Estado, poniéndolo por encima del Dios … privado. Es la estatolatría, tan vieja como el mundo, o por lo menos, como los Césares romanos, proclamada ahora abiertamente por Hegel: la asoración de la Nación, creación del hombre, «la más alta obra del intelecto práctico», dice Santo Tomás; el cual añade, refiriéndose al antiguo Culto de los Césares, que si el hombre deja de adorar a Dios, cae a adorar al Estado – a su nación, a su raza, a su «Ciencia», a su «Estética», a su poder bélico, a la «Libertad», a la «Constitución» - y a la Diosa Razón; a cuyas tres últimas deidades tributó culto la Revolución Francesa; aunque era a Robespierre en el fondo, que estaba allí detrás de las prostitutas enjaezadas de seda y oro sacerdotales, a quien subía el humo del incienso: al «Irreprochable». Exactamente como ha de suceder con la Fiera.
Precisamente Newman resolvió una empedernida dificultad que hay en San Pablo acerca de la Fiera con este ejemplo de la Francesada, como la llamaron los españoles. San Pablo dice a una mano que A’nomos «perseguirá todo lo que sea Dios o culto»; y a otra mano, que pretenderá «hacerse adorar como Dios»; lo cual parece contradictorio, pues algún culto tiene que subsistir para que el César sacrílego pueda injertarse en él. Mas esta contradicción aconteció de hecho en aquel delirio de la Terreur de 1794: persiguieron todas las religiones, hicieron proclamar públicamente a un desdichado obispo que «Dios no existía», profanaron y vaciaron las Iglesias; y después quisieron meter adentro dellas «ídolos sin sustancia, hechos de las sobras de sus adjetivos», representados por mujeres dudosas que en realidad representaban a los «héroes» y «mártires» (como Marat) de la Libertad, la Constitución y la deificada Razón; y nominalmente, al «Irreprochable».
En eso se le parecerá también el Anticristo, que también se mostrará al mundo «irreprochable»