Los fieles difuntos
No hay fiesta más católica, que la conmemoración de los fieles difuntos, la oración por las ánimas benditas del purgatorio.
El sufragio aplicado a las almas del purgatorio no es otra cosa que el favor que aplicamos en beneficio de ellas, para aligerarles la hora de su liberación.
El Concilio de Florencia afirma que:
Definimos (…) que los verdaderos penitentes que salieron de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, son purificados con penas purificadoras después de la muerte; y que para ser liberados de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de misas, oraciones y limosnas y otros oficios de piedad que los fieles acostumbraron a ofrecer por otros fieles según las instituciones de la Iglesia.
Anteriormente el II Concilio de Lyón había enseñado lo mismo. Posteriormente, lo haría el Concilio de Trento contra los protestantes.
La aplicación de los sufragios por los difuntos tiene su fundamento doctrinal en el segundo libro de los Macabeos (2 Mac 12,46). Por otro lado, toda la Tradición en su liturgia, epitafios, Santos Padres, afirma esta doctrina cristiana.
Podemos y debemos orar por los fieles difuntos. La Iglesia única, cuerpo místico cuya cabeza es Cristo y alma el Espíritu Santo, se extiende por tres estados/regiones diferentes: la tierra (Iglesia militante), el purgatorio (Iglesia purgante), y el cielo (Iglesia triunfante). A ella pertenecen los que están incorporados de alguna forma a Cristo.
La unión de los miembros que conforman el Cuerpo Místico de Cristo, realizada por el Espíritu Santo a través de la caridad, es tan íntima, tan eficaz, que hay un influjo vital de la Cabeza entre sus miembros y de los miembros entre sí, en orden a los bienes espirituales, por ello dice Santo Tomás que estos lazos de la caridad se extienden no sólo a los vivos, sino hasta los muertos que han muerto en caridad. Así, los sufragios de los vivos aprovechan a los muertos.
De esta manera, los cristianos nos encontramos en la obligación de ayudar a las almas que se encuentran en el purgatorio, por caridad, por piedad y por justicia. No podemos excluir a nuestros hermanos muertos, formando como formamos una familia espiritual. Además tampoco podemos olvidar que nuestros malos ejemplos pueden haber sido ocasión de que algunos vayan al purgatorio, por lo que estamos en la obligación de restituir aquellos daños espirituales.
A las ánimas del purgatorio se las puede ayudar de tres formas: a través de la oración, bajo la forma de la impetración, es decir, pidiendo una gracia con encarecimiento y ahínco; a través del mérito, pero no por el valor de las obras meritorias ofrecidas a Dios, que por sí mismas no valen nada (sólo Cristo mereció para los demás), sino como escribe el padre Royo Marín:
En cuanto que pueden mover a Dios a inspirar a los vivos el ofrecimiento de obras satisfactorias de obras satisfactorias por los muertos y en cuanto que no hay ninguna obra meritoria que no sea, en algún aspecto, también satisfactoria (Teología de la Salvación, Royo Marín, O.P. BAC)
Por último nos queda la satisfacción, es decir, «una obra cuyo carácter satisfactorio ofrece a Dios una compensación por la pena temporal debida por los pecados perdonados» (Teología de la Salvación, Royo Marín, O.P. BAC)
Los sufragios pueden ser comunes, por las almas del purgatorio en general, o particulares, a favor de alguien en concreto. Los principales sufragios que se pueden aplicar en alivio de los difuntos son:
- la Santa Misa.
- la Sagrada Comunión.
- la Oración.
- las penitencias y mortificaciones
- la limosna
- las indulgencias
- el acto heroico de la caridad
Exáudi, Dómine, vocem meam qua clamávi, miserére mei et exáudi me. Faciem tuam, Dómine, requíram. Ne avértas fáciem tuam a me.
Oye, ¡oh Señor !, el clamor con el que te invoco, ten de mí piedad y escúchame. Yo, Señor, tu rostro buscaré. No me escondas tu rostro.
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