La Palabra de hoy.
Evangelio 20º Domingo después de Pentecostés, rito extraordinario.
Juan 4.46-53.
In illo témpore: Erat quidam regius, cuius filius infirmabatur Capharnaum. Hic, cum audisset quia Iesus advenerit a Iudaea in Galilaeam, abiit ad eum et rogabat, ut descenderet et sanaret filium eius; incipiebat enim mori. Dixit ergo Iesus ad eum: “ Nisi signa et prodigia videritis, non credetis ”. Dicit ad eum regius: “ Domine, descende priusquam moriatur puer meus ”. Dicit ei Iesus: “ Vade. Filius tuus vivit ”. Credidit homo sermoni, quem dixit ei Iesus, et ibat. Iam autem eo descendente, servi eius occurrerunt ei dicentes quia puer eius vivit. Interrogabat ergo horam ab eis, in qua melius habuerit. Dixerunt ergo ei: “ Heri hora septima reliquit eum febris ”. Cognovit ergo pater quia illa hora erat, in qua dixit ei Iesus: “ Filius tuus vivit ”, et credidit ipse et domus eius tota.
Laus tibi, Christe.
En aquel tiempo: Había en Cafarnaúm un oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo. Éste, habiendo oído que Jesús venía de Judea a Galilea, fue a buscarle y le rogó descendiese a su casa y sanase a su hijo porque se estaba muriendo. Mas Jesús le dijo: Si no veis milagros y prodigios, no habéis de creer. El oficial repuso: Desciende, Señor, antes que muera mi hijo. Ve, le dijo Jesús, tu hijo vive. Creyó el hombre la palabra que le había dicho Jesús y se marchó. Y cuando regresaba, saliéronle al encuentro sus criados, y le notificaron que su hijo vivía. Preguntóles la hora en que había comenzado a mejorar, y ellos le respondieron: Ayer a la hora séptima cesó la fiebre. Reconoció entonces el padre que era la misma hora en que le había dicho Jesús: Tu hijo vive; y creyó él y toda su familia.
«La situación del hombre frente a Dios es la del pecador consciente de sus responsabilidades; no hay ninguna reivindicación posible; sólo resta confesarse culpable y acogerse a la misericordia divina.
Grandes son, ciertamente, los títulos que nos dan acceso a esta misericordia. Primeramente, nuestros mismos pecados. Lejos de haber sido un obstáculo a nuestra redención, ellos la han provocado: «Yo no he venido por los justos», dijo un día el Salvador cuando le reprochaban su costumbre de tratar con los pecadores. Se nos ha hecho una gran revelación, a saber: la gratuidad de la salvación que Dios nos ofrece frente a la total y universal impotencia del hombre para salvarse a sí mismo.
Por tanto, no hay más que asirnos a la gloria misma de Dios, comprometida en su obra de misericordia, y pedir con confianza su perdón y su paz, más seguros de él que de nosotros mismos, y cantar nuestra alegría de rescatados en el seno de una vida que camina segura hacia Dios en medio de las pruebas y de los combates.»
Misal diario y vesperal. XV edición.Dom Gaspar Lefebvre y los monjes benedictinos de la Abadía de San Andrés.Tr: P.Germán Prado y los monjes de la Abadía de Silos.
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