¿Recibimos correctamente la Eucaristía?
Dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que (271):
La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
Sin embargo, ¿es realmente así? ¿Se pone en el centro de la vida cristiana a la Eucaristía? ¿Se tiene conciencia de que, como dice San Juan Crisóstomo, Cristo «Nuestro Pontífice es aquel que ofreció la hostia que nos purifica. Y ahora ofrecemos también aquella misma hostia que entonces fue ofrecida y que jamás se consumirá (…)» y que «No hacemos otro sacrificio (…) sino que siempre ofrecemos el mismo, o mejor, hacemos conmemoración del mismo» (Homilía sobre la carta a los Hebreos 17 n 3ss)?
Cuando nos acercamos a comulgar, ¿lo hacemos dignamente? ¿Somos conscientes de que vamos a recibir el Cuerpo del Señor y de que hay que recibirlo en estado de gracia, ya que si no se estaría recibiendo la propia condenación?
Estos asuntos son de capital importancia. La Iglesia vive de la Eucaristía. Los Santos Padres lo enseñan de forma nítida, clara, expresa. Sus textos utilizan un lenguaje muy alejado de lo que conocemos como lo «políticamente correcto». Hoy serían tildados, sin ningún género de dudas, de «fundamentalistas». Ahora bien, ellos tenían muy clara la doctrina, la importancia de lo que estaba en juego.
Un ejemplo lo tenemos en San Juan Crisóstomo, del cual traigo dos textos a colación. Dicen lo siguiente:
No seamos ingratos con el autor de tanto beneficio en nuestro favor; al contrario, ofrezcámosle todos varonilmente todas cosas, fe, esperanza, caridad, templanza, misericordia, hospitalidad. Y no dejaré de exhortaros también ahora y en lo futuro siempre hacia aquello a lo que hace poco os animaba. ¿Qué es ello? Cuando os acerquéis a aquella tremenda y divina mesa, a los sagrados misterios, hacedlo con temor y temblor, con pura conciencia, con oración y ayuno; no os acerquéis en tumulto, ni dando con los pies, ni empujando a los demás, porque esto es gran soberbia y no pequeño desprecio; y se ganan un gran castigo los que tales cosas hacen. Hombre, piensa contigo mismo qué víctima vas a tocar, a qué mesa vas a ir; piensa que, siendo tierra y ceniza, tomas la sangre y el cuerpo de Cristo.
Si un rey cualquiera os llama a un convite, os sentáis con temor, y coméis con respeto y quietud los manjares que os presentan; pero cuando Dios te llama a su mesa y te presenta allí a su Hijo, donde las potestades angélicas están con temor y temblor, donde los querubines cubren sus rostros y los serafines exclaman con temor: Santo, Santo, Santo Señor (Is 6,2 s), ¿tú te atreves a acercarte voceando y atropelladamente a este banquete espiritual? ¿No caes en la cuenta de que en ese momento conviene que tengas la mente llena de tranquilidad? Se necesita mucha paz y quietud, y no barullo, ira, ni estrépito, porque estas cosas hacen impura al alma que se acerca. ¿Qué perdón habrá para nosotros, si después de tantos pecados ni siquiera en este tiempo en que nos acercamos a la sagrada mesa nos limpiamos de estas pasiones irracionales? Porque en absoluto, ¿qué cosas puede haber más necesarias que las que se presentan en esta mesa? O ¿qué cosas nos pueden urgir para que, abandonado esto, corramos a [lo de] acá [las cosas materiales]? Os ruego y os suplico que no excitemos contra nosotros la ira divina. Lo que aquí se presenta es un remedio saludable para nuestras heridas, son las riquezas que nunca se agotan y que nos dan el reino de los cielos.
Por lo tanto, lleguémonos con temor, demos gracias, arrodillémonos confesando nuestros pecados, lloremos con lágrimas nuestros males, derramemos ante el Señor largas e interiores plegarias; y limpiándonos a nosotros mismos de esta manera, vayamos calladamente, y con la debida modestia, al encuentro del rey de los cielos. Y al recibir esta hostia santa e inmaculada, besémosla efusivamente, y abrazándola con la mirada, calentemos nuestra mente y nuestra alma, para que no nos reunamos para juicio y para condenación, sino para quietud del alma, para amor, para virtud para reconciliación con Dios, para paz firme y para ocasión de mil bienes, para que nos hagamos santos y edifiquemos a los prójimos. De todas estas cosas os hablo continuamente y no dejaré de hacerlo. Porque ¿qué utilidad sacaríais aquí sin más ni más y no aprendiendo nada que sea útil?, ¿y qué provecho trae el hablar de las cosas que concilian el favor?
Homilía para el día de la Natividad del Señor
Duro os parecerá lo que voy a decir; pero la negligencia de los más me obliga a decirlo. Judas, aquella última noche, mientras todos los demás estaban a la mesa, apresuradamente salió (cf. Io 13, 30). A Judas imitan los que salen antes de la última acción de gracias. Si no hubiera salido, no fuera traidor; si no hubiera abandonado a los discípulos, no hubiera perecido; si no hubiera escapado del redil, no le hubiera encontrado solo el lobo: por eso lo devoró; si no se hubiera apartado del pastor, no hubiera sido presa de la fiera. En resumen, Judas salió con los judíos, pero los discípulos, después de cantar el himno, salieron con el Señor (cf. Mt 26,30). ¿No ves cómo la última oración después del sacrificio se hace conforma a aquel ejemplo? (…)
Os digo estas cosas no para que alabéis únicamente, ni para que alborotéis o gritéis, sino para que, cuando sea la hora, os acordéis de estas palabras y os distingáis por vuestra digna modestia. Estos se llaman misterios y lo son; y donde están los misterios hay mucho silencio. Por lo tanto, acerquémonos a este santo sacrificio con mucho silencio, mucha modestia y decente reverencia, para que nos ganemos mayor benevolencia de Dios, purifiquemos el alma y consigamos por la gracia y benignidad de Jesucristo Nuestro Señor, a quien juntamente con el Padre, a la vez que con el Espíritu Santo, sea la gloria, el imperio, la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Homilía sobre el bautismo de Cristo
Estos textos no dejan indiferente a nadie. Agitan las conciencias. ¿Nos tomamos realmente en serio el Sacramento y el Sacrificio de la Eucaristía?
p.s. En Mercaba nos encontramos una ficha sobre la Catequesis de la Misa que dice lo siguiente:
GESTOS Y POSTURAS CORPORALES EN LA MISA (…)
¿Cuándo hay que estar arrodillados en Misa?
· “Hay que estar de rodillas, a no ser que lo impida la estrechez del lugar o la aglomeración de la concurrencia, o cualquier otra causa razonable, durante la consagración". Es el único momento en que hay que arrodillarse en Misa.
· No se debe hacer ninguna genuflexión antes de comulgar.
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16 comentarios
Debe ser que hay mucha artritis reumática que afecta a las rodillas.
Luis Fernando: muchas gracias por apuntarme el texto de San Juan Crisóstomo. Como verás ha dado para un artículo.
Ya S. Pablo había distinguido muy claramente la "casa - Iglesia", donde se celebraba al principio la Eucaristía, de las casas para banquetes comunes. "¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O acaso despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no la tienen?" (I Cor 11, 12).
Sería bueno, asimismo, conocer a esos "otros santos", que ofrecerían un panorama diferente al de S. Juan Crisóstomo, respecto a la reverencia necesaria para la celebración eucarística.
Pero, hombre de Dios, si ni siquiera fue un santo como cualquier otro, sino uno de los grandes padres de la Iglesia.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf ⇒ CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf ⇒ CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (cf ⇒ CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en tiempo pascual (cf ⇒ CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.
Pero, nadie en su sano juicio negará, que entre santos y santos hay diferencias. Así, no preguntaré a la "viejecita" (la "vetula" tan admirada por un Tomás de Aquino), que me aclare asuntos sobre procesiones o relaciones intratrinitarias.
Los Santos Padres son especialmente venerados por la Iglesia universal en cuanto a su sabiduría dogmática, moral, litúrgica y mística.
La misma Sta. Teresa decía que los "letrados", aunque no tuvieran experiencias de altos arrobos, por tener conocimiento en las Escrituras, eran de fiar.
La comunión puede realizarse con o sin arrodillarse, pero siempre con respeto y no distraídamente o con las manos en los bolsillos (como se ve tantas veces) y tantos descuidos, como quien va a buscar una pastilla.
Pero lo que me llama la atención es que pensaba que todo el mundo estaba pendiente de recibir la comunión, concentrado en lo que va a recibir o acaba de recibir, y no fiscalizando a las demás personas.
Me recuerda mi lejana infancia, cuando un cura no dejó comulgar a mi hermana mayor porque creía que tenía los labios pintados (ella tenía 12 años y por supuesto no se había pintado, pero además no conocía yo esa manía particular contra los pintalabios, me dejó traspuesta)
No creo que debamos juzgar por las apariencias. Cada uno que juzgue si sabe lo que está haciendo y si es consecuente.
En España todavía no se le ha puesto cascabel a este gatazo. No sé si se llegarán a adoptar medidas concretas; lo más seguro es que se deje el texto tal y como está, sin hacer más precisión. Como hasta ahora ha sido así, creo que ha de aplicarse el principio general. Si la Conferencia Episcopal lo decidiera, se podría comulgar de rodillas o de pie o sólo de una de las dos maneras. No sé si estas normas deben pasar luego por la recognitio en Roma, pero será curioso ver en qué para todo esto.
Habría que ver si el texto de mercaba corresponde a un país donde sí se haya pronunciado la Conferencia Episcopal, aunque no creo.
Es todavía más curioso el sempiterno tema de la comunión en la mano, que dice la OGMR que ha de haber sido concedida. Para entender todo esto resulta curiosísimo leer la instrucción Memoriale Domini, con la carta anexa con la que se suele publicar. Quien pueda que lo entienda y lo explique.
Y todavía quedaría mucho que hablar sobre la nueva Ordenación General del Misal Romano, tan desconocida. Sólo viendo con qué velocidad se han extendido algunas modas diciendo que lo manda el nuevo Misal, uno ya se da cuenta de que muy pocos la han estudiado en profundidad, como casi todos los documentos litúrgicos.
No dudo de que vaya como vaya, pueda alguien recibir con devoción al Señor sacramentado, pero, en sociedad hay formas, que es bueno conservar dejando de lado todo intento de singularizazión.
No acudo a un acto patriótico en bikini o traje de baño. No voy a oir una ópera sin antes haber deconectado el celular (cosa que tantos omiten durante la celebración eucarística).
En fin, si hubo exageraciones antaño, no deja de haberlas ogaño.
La liturgia prevé que haya silencio antes de la oración después de la comunión, como en muchos otros momentos de la Santa Misa. Además, un canto que acompañe la comunión no debería dificultar la comunión con Dios, siempre que esta no se entienda de un modo puramente intimista y, por lo tanto, poco litúrgico; habremos de preguntarnos si ese canto es adecuado, porque una antífona del gradual romano no creo que impida a nadie dar gracias tranquilamente por la comunión. En cualquier caso sobre las cesiones que ha de hacer el individuo a la comunidad en la liturgia, es fundamental leer el capítulo segundo de El espíritu de la liturgia, de Guardini.
pero de todas maneras grasias
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